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Pocas semanas habrá en el año como ésta. Raro que en cartelera haya tres opciones que vale la pena ver. Para todos los gustos.
La saturación en la era de los filmes de superhéroes da atisbos de novedosas posibilidades en cuanto se agrega un elemento divergente en la estructura llena de acción. Por ejemplo, Capitán América: el primer vengador (2011, Joe Johnston) es una cinta de espionaje antes que de superhéroes. Este elemento, insertado como contexto y subtexto, le dio frescura.
Ahora, Pantera Negra (2018), apenas tercer largometraje de Ryan Coogler, es una magistral incursión en la mitología de un cómic (creado y dibujado por Stan Lee & Jack Kirby en 1966), para convertirlo en surreal postulado estético que se lee como novela de aventuras estilo “mundo perdido”, c. 1800, imaginada por H. Rider Haggard. Asimismo, es un manifiesto político con doble intención (presente/futuro) sobre la identidad afroamericana y la igualdad de los sexos, contexto evidente en su intención antirracista.
Coogler y su coguionista Joe Robert Cole, releyendo hábilmente el cómic, fundan la última mitología valiosa del Universo Marvel. La audaz operación anula los estereotipos sobre la cultura de T’Challa (Chadwick Boseman), oculta en la rica tierra de Wakanda, que posee un elemento clave: el vibranium.
Coogler dirige con lujo visual, raro en el género (inspirada foto de Rachel Morrison). Notable filme, entretenido; sin caer en lo panfletario subvierte lugares comunes sobre África y sus descendientes.
A su vez, Lady Bird (2017), primer largometraje en solitario de Greta Gerwig, actriz convertida en guionista y directora —tras sus pininos colaborando con Noah Baumbach en Frances Ha y Mistress America—, cuenta la historia de la adolescente Christine (Saoirse Ronan), en choque constante con su madre Marion (Laurie Metcalf) y el mundo a su alrededor.
Gerwig, renunciando a cualquier banalidad, hace un retrato semiautobiográfico, profundo y realista de la adolescencia y sus dificultades. El brillante resultado: una inspirada cinta de aprendizaje sobre la madurez.
Por último, Todo el dinero del mundo (2017), filme 25 del curtido veterano Ridley Scott, es la crónica sobre el secuestro sucedido en 1973 del adolescente J. Paul Getty III (Charlie Plummer), y cómo su madre Gail (Michelle Williams), busca que su multimillonario abuelo, J. Paul Getty (Christopher Plummer, sin parentesco con Charlie), pague el rescate. Tema abordado con mayor abundancia en la TV-producción Trust (1918) de Danny Boyle.
Gail sólo obtiene la ayuda del hombre de confianza de Getty, Fletcher (Mark Wahlberg), que actúa casi al filo de lo legal. La cinta muestra la avaricia, sin tintes maniqueos, con enorme concisión. Scott, a sus 80 años, sabiamente analiza el significado del dinero y la lealtad filial, basándose en el libro publicado en 1995 del especialista en temas criminales John Pearson, Dolorosamente rico: la desorbitada fortuna y las desgracias de los herederos de J. Paul Getty.
Destaca que Scott, haciendo alarde de maestría, reemplazó a último minuto al actor Kevin Spacey (que aparecía excesivamente maquillado como villano de una mala película Marvel), tras acusaciones en su contra. Plummer, actor con demasiadas tablas y casi la edad de Getty, en el rodaje contra reloj hizo una interpretación en la que queda clara la sensación de urgencia que agobiaba a Getty respecto al dinero. Este filme es un triunfo de narrativa policial hiperrealista.