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Bertolucci fue de los primeros en romper con el neorrealismo, fundamental para la Italia de la posguerra. Lo hizo de la mano de Pier Paolo Pasolini con quien tuvo gran afinidad: eran poetas que dejaron la poesía por el cine. Pasolini le enseñó cómo ser muy visual usando diversas técnicas fotográficas y de montaje. Sólo que en vez de un cine personal, Bertolucci quería un cine atractivo para las masas.
Su impresionante debut, La cosecha estéril (1962), policiaco con sentido social, lo hizo ayudado por Pasolini. El elegante estilo neorrealista no anunciaba ni su provocadora adaptación literaria El conformista (1970), ni su manejo de lo sexual en la aún hoy polémica El último tango en París (1972), donde el sexo es cruda imagen de las relaciones humanas.
Bertolucci depuró sus habilidades para la ambiciosa crónica de más de cinco horas sobre Italia y la lucha de clases (con apuntes sexuales). Novecento (1976) no tuvo el impacto deseado. Pero lo preparó para dos cintas definitivas, El último emperador (1987) y El cielo protector (1990), la primera, con la que ganó nueve Oscars, confunde poesía con merengue visual, sobrecargando escenas innecesariamente con filtros e iluminaciones. Eso sí, gracias a su inspirada dirección este filme funcionó como notable reflexión acerca de los cambios políticos en el siglo XX.
A su vez, las imágenes austeras de El cielo protector, el tema sexual, y el concepto del viaje, tomados de la novela de Paul Bowles, fueron perfectos. Sin duda es ésta una de sus obras maestras.
En silla de ruedas filmó su testamento, Tú y yo (2012), desempolvando la vieja poesía neorrealista para describir la vida de un par de jóvenes contemporáneos. Pero no funcionó. Hizo algo anacrónico: un agrio merengue visual, echado a perder, al servicio de una trama banal y narcisista. Sin sentido ni poesía. Un churro, pues.
Bertolucci, con 25 créditos bajo su nombre, estará en el panteón de directores por combinar gran espectáculo fílmico con exploraciones íntimas. Será siempre un poeta provocador. También complaciente.