jesus.diaz@clabsa.com.mx
No era fácil ser Danny DeVito. En realidad, sus 1.47 metros de estatura no significaban mayor obstáculo para sonreír; era la idea de encajar en el mundo: el joven de ascendencia italiana trabajaba como cosmetólogo a los 18 años, lo hacía en el salón de belleza de su hermana y para nada pensaba en triunfar como actor.
Entonces tomó una de esas decisiones que cambian la vida: se alistó en la Academia de Arte Dramático de Nueva York para aprender más sobre su oficio, el de cosmetólogo, sin tener idea de la actuación. Y actuó. Le nació al conocer a un aspirante de esa disciplina llamado Michael Douglas, el cómplice con el que continuó labrando caminos.
Decir que todo desde ahí fue éxito sería mentir. DeVito, que hoy tiene 74 años, reconoce que libró varios terrenos sinuosos antes de ser lo que ahora es: como cuando, esperanzado, participó en la cinta Atrapados sin salida (1975), que terminó de consagrar a Jack Nicholson pero que en él no tuvo el efecto esperado. Hubo que aguantar un poco más: la serie Taxi (1978) lo encumbró y hasta le dio un Globo de Oro.
“La clave es tomar siempre el lado positivo de las cosas. El lado luminoso es el único cuando algo te pasa. A veces hay que escribirlo todo de nuevo, pero siempre hay que caminar del lado correcto”, aconseja en entrevista con EL UNIVERSAL.
DeVito promociona en México la versión con actores reales del clásico "Dumbo", que se estrena el 29 de marzo, una historia reinventada por Tim Burton (con quien DeVito ha trabajado en varios proyectos como actor y productor), y en la que interpreta a Max Medici, dueño del circo que recibe al pequeño elefante de grandes orejas.
La realidad del histrión dista de la de ese joven de 18 años que tuvo que librar obstáculos para cumplir su sueño de ser un actor afamado, incluidos los estereotipos de Hollywood. De algún modo, DeVito se relaciona así con Dumbo, un personaje que, como él, sortea juicios de valor mientras crece.
“Lo que sea que te esté molestando, preocupando, simplemente hay que llevarlo y mirarlo, aceptarlo y resolverlo con sentimientos positivos. Siempre hay que mantener la actitud positiva porque eso hace un mejor lugar para vivir”, remarca.
Considera que el proyecto de Disney llega en un buen momento, cuando hace falta que la gente arrope las diferencias “para unirse, para cuidarse”. DeVito percibe una división sin precedentes, producto de un hartazgo social que han promovido los malos dirigentes, algo difícil de entender para él ya que “ser diferente es maravilloso”.
“Esos políticos tienen la responsabilidad de mantenernos unidos, de asegurar lo que necesitamos. No siempre funciona así en el mundo, pero debemos mantener el espíritu”.
Al actor le preocupa, además, lo que la gente ha dejado de sentir. En este Dumbo, aclara, la mirada oscura de Burton no se halla en lo visual, pues este es un filme amigable para niños, sino en el trasfondo: como el que haya un universo de gente a favor del planeta y otro que prefiere ignorarlo.
“Ahora es exponencialmente más difícil sobrevivir. Tenemos que cuidarnos. Estamos tomando todas las selvas tropicales que nos quedan, tomamos todos los árboles de la Isla de Pascua (territorio chileno) ¿Qué nos quedará después ahí? Tendremos un par de estatuas, pero no seres humanos. Nada de vida”, reflexiona.
Su personaje sabe algo de eso, a diferencia del cirquero hombre lobo que interpretó en El Gran Pez, también de Burton, en Dumbo el lado humano es prioridad. DeVito es aquí el dueño de un circo pequeño que lucha contra el poder, que no siempre toma buenas decisiones pero es empático.
Lo que más lamenta el actor es que haya quien, a diferencia de su personaje, opte por ensombrecer la felicidad de otros por algo tan banal como el dinero: “Algunos dicen: ‘es muy costoso mantener la vida’, ¿costoso?, necesitamos tener un mundo sano, una familia sana. Necesitamos sonreír”.