Cine

Desastre que se apropia de la cinta

Geo-Tormenta, de Dean Devlin, presenta una trama predecible, exagerada y estridente

El filme dirigido por Devlin se convierte en un irredimible bodrio. (CORTESÍA)
18/10/2017 |23:01
Redacción
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El cine de desastres pasó de aparatosos accidentes: Infierno en la torre (1974, John Guillermin) —hechos para lucimiento de los personajes que jugaban un papel específico como héroes o villanos en una rígida unidad de tiempo-acción-lugar—, a desastres naturales: Terremoto (1974, Mark Robson), presentados con el mayor realismo morboso posible (y sonido sensorround).

La segunda vertiente del subgénero sobrevivió al prenderse las alarmas por el cambio climático; en cuanto la ecología resultó trascendental para el futuro de la humanidad.

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Ejemplo es Geo-Tormenta (2017), debut en la dirección del guionista-productor Dean Devlin, ex integrante del dúo dinámico hecho con Roland Emmerich, especialista en aparatosos mega churros de desastres (Godzilla, Día de la independencia, El día después de mañana, 2012).

Devlin ni de broma altera el esquema de su socio Emmerich. Es la misma fórmula pero tamaño mamut: para controlar el clima hay una red de satélites perfectamente alineados. Un día algo malo sucede y el desastre previsible inicia. El clima se vuelve un enemigo apocalíptico. Lo enfrentan los héroes Jake (Gerard Butler) y Max (Jim Sturgess).

Pero hay una subtrama con el presidente de Estados Unidos, el latino Andrew Palma (Andy García) —confirmando así que es una auténtica cinta de ciencia ficción—, y la clave para salvar al mundo. Sólo que debe sortear peligrosos obstáculos con Max y la leal Sarah (Abbie Cornish).

No son lo únicos personajes: hay de tipo que aportan datos, un poco más de drama y hasta risas —con Hernández (Eugenio Derbez)—, como corresponde a un filme que plantea una tragedia cósmica casi imposible de resolver y donde cada personaje tiene su “momento”; hace más “emocionante” la experiencia con que meticulosamente se destroza parte del mundo.

En Geo-Tormenta –que viola elementales leyes científicas con su ridícula premisa—, el estilo “escena dantesca”, truco visual predecible por saqueado, es de nuevo exagerado, estridente. Ni la medio interesante subtrama política salva a esta cinta de ser un irredimible bodrio donde el desastre es ella misma.

En Amantes de 5 a 7 (2014, Victor Levin) un joven aspirante a novelista mantenía una relación con una mujer casada. En La amante de mi padre (2017), quinto largometraje para cine de Marc Webb, con guión del sobrevalorado Allan Loeb, el joven aspirante a escritor neoyorquino Thomas (Callum Turner), se relaciona con una guapa madurita, Johanna (Kate Beckinsale), que resulta ser la amante de su padre Ethan (Pierce Brosnan).

A diferencia de Amantes…, historia cosmopolita y mundana sobre el deseo y la pasión, La amante… incluye subtramas con la madre de Thomas, Judith (Cynthia Nixon), con su mejor amiga Mimi (Kiersey Clemons) de la que él está enamorado, y con su inesperado tutor W. F. (Jeff Bridges), para hacer una cinta… ¡cosmopolita y mundana sobre el deseo y la pasión! Qué original.

Webb crea una atmósfera sensual que, similar a la del filme de Levin, es una carta de amor, emocional e intelectual, a Nueva York. Pero, Loeb aplica el mismo mal truco que en otras cintas por él escritas (Belleza cautiva, El espacio entre nosotros): intenta darle un tardío giro dizque original, que no funciona.

Webb hace hasta cierto punto un filme de sutil romance, sólo que carece de habilidad para sortear el torpe tercer acto cursi del guión. Webb no es Woody Allen ni Loeb es Paul Auster como para sorprender con un cinta que solita se tira al abismo.

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