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Inicia la llamada “temporada de premios”, etapa en que la exhibición fílmica estrena entre este mes y marzo lo más destacado del año. Inicia con La forma del agua (2017), largometraje 10 del ambicioso mexicano avecindado en Hollywood Guillermo del Toro, ganador de dos de siete nominaciones al Globo de Oro, destacando Mejor Dirección.
Se trata de otro cuento de hadas, acaso el más depurado en la carrera de Del Toro, que construye con enorme solvencia y oficio, inspirándose en el relato original La bella y la bestia de Barbot de Villeneuve & Leprince de Beaumont —al que agrega de trasfondo la guerra fría 1960— antes que en cualquiera de sus versiones fílmicas. Es una relación singular, un amor posible-imposible entre la sensible afanadora muda Elisa (Sally Hawkins, asumiendo su silencio al estilo de La dulce vida [2008, Mike Leigh]), y un hombre anfibio (Doug Jones). Incluye la complicidad de su colega Zelda (Octavia Spencer) y como antagonista del cuento a Strickland (Michael Shannon, desatado), quien nunca ve a un ser sino a un objeto.
Del Toro, director de ideas visuales, consigue un certero medio tono que hace homenaje al viejo romance con obstáculos tan fructífero en el cine mexicano de antaño. Sólo que ahora no es entre personajes de diversa condición económica-social: es un amor inter-especies, conmovedora noción sentimental. Por supuesto, no renuncia a una pequeña dosis de cursilería que funciona para este fresco asimismo inspirado en los filmes serie B (evidente referencia a El monstruo de la laguna negra [1954, Jack Arnold]), lo que le da una levedad para presentar y resolver la historia con los términos más amables posibles. Sin duda, la mejor cinta de Del Toro.
GANADORA como mejor cinta extrajera en los Globos de Oro, En la penumbra (2017), noveno largometraje del intenso germano con ascendencia turca Fatih Akin, cuenta la historia de Katja (Diane Kruger) y cómo sobrevive la pérdida de su esposo Nuri (Numan Acar) e hijo Rocco (Rafael Santana) en un atentado.
Una de las características en el estilo de Akin es que la historia no es por completo lineal. Tiene derivaciones, apuntes, que hacen más densa la atmósfera, siempre realista, que retrata. En principio es ésta una cinta sobre el prejuicio. La policía declara la muerte de Nuri consecuencia de su pasado. Para la policía no hay redención. Sin embargo, los culpables, los verdaderos terroristas, revelan las raíces profundas del racismo.
La consecuente pérdida de control sobre la historia —eso que debería ser lineal pero que se altera melodramáticamente— presenta tanto apuntes sociales como giros dramáticos, que la habilidad de Akin convierte en emociones en carne viva. Katja, en especial, es una llaga humana en busca de respuesta más allá de lo convencional. Con estilo seco y contundente, Akin, sin ningún sentimentalismo ni adorno visual pero con la crudeza que acentúa el dolor de las heridas emocionales, logra un filme durísimo (justo hasta la conclusión del drama en el tribunal) contra el racismo y la aplicación parcial de la justicia.
Pocas veces un cineasta se arriesga tanto en la resbaladiza ideología liberal que señala las fallas del sistema (¿justicia o venganza?; ¿o la venganza es justicia?), lo que no corresponde a una sola persona sino a una sociedad. En este caso, la alemana. Pero Akin le da a su filme un catártico giro sorpresivo. Sin éste, habría sido impresionante; queda, de alguna manera, trunco en cuanto Katja renuncia al enfrentamiento social y se concentra en lo personal.