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El tiempo pasa como el agua, dice Guillermo del Toro. Y se lleva todo. Si a los siete años era un hipocandríaco que se ponía a sí mismo cualquier enfermedad que leía, ahora, a los 53, se da el respiro necesario para hacer películas.

“De niño decía: tengo triquinosis, tengo cirrosis, veía una enciclopedia de la salud e iba con mi mamá a decirle que tenía un derrame cerebral, me preguntaba por qué, y le decía que me dolía la cabeza”, relata divertido el ganador del Globo de Oro como Mejor director.

Ya se le quitó lo hipocondríaco, pero sigue alimentando la mente de fantasías, esas mismas con las que también hace su cine y que le están dando premios.

Apenas el domingo por la noche La forma del agua obtuvo dos Globos de Oro, además del León de Oro que obtuvo el año pasado en el Festival de Venecia. Y este viernes la película se estrena en México.

“Quiero disfrutar este momento, se siente muy bonito”, dijo Del Toro emocionado y con una gran sonrisa, “pueden pasar 25, 10, 5 años en ganártelo pero cuando pasa es increíble, no tengo palabras”.

Era una noche para celebrar, pero el cineasta mexicano no se sentía bien. “La verdad, como ando un poco malito creo que me voy a ir temprano. Traigo un poco de gripa, estoy mareadón, estoy con anti-estamínicos”.

El Globo que ganó, dice, lo dedica a la imaginación mexicana.

“Tenemos un punto de vista muy único, muy potente, muy puro y ,sobre todo, como dije en el momento de ganar un León de Oro en Venecia la fantasía, el género fantástico, no se impulsa naturalmente en Latinoamérica. Si yo fuera un joven empezado a contar este tipo de historias es un buen momento”.

Hoy, agrega, tiene el privilegio de hacer las películas que le gustan, por eso negó que fuera a hacer un filme sobre Donald Trump. “Me interesan otro tipo de monstruos”.

A diferencia de sus anteriores películas, La forma del agua es una historia más íntima y ubicada en los años 70 que cuenta la relación entre una chica muda, trabajadora en un laboratorio (Sally Hawkins) y un anfibio bípedo (Doug Jones), cazado en las Amazonas. Pero aunque se amen, ninguno puede ir contra su propia naturaleza.

¿El antagonista? Un miembro del gobierno cuya especialidad es precisamente acabar con lo diferente.

“Esta es la historia de la bella y la bestia, pero la bella no es una princesita que se pone en un pedestal y no es real. Aquí ella se levanta, bolea los zapatos, se hace de desayunar, se masturba y se va al trabajo.

“Y me interesaba que la bestia no se transformara en príncipe, sino que se comiera un gato; me preguntan si es buena o mala la criatura, pues es las dos cosas, no tiene por qué domesticarse y la comunión que tienen no es con palabras, es espiritual”, detalla.

Durante el mismo inicio de rodaje el coprotagonista Richard Jenkins (La caída de la Casa Blanca) dudó un poco del “monstruo”.

“En su primer día de trabajo vio a Doug sin los ojos (del personaje) y tomando algo, me dice: wey, que ped… con esta película, ¿de verdad va a funcionar?, hay un wey vestido de pescado (risas).

“Entonces ya en personaje Doug se mete a la tina, en el agua y Richard, que es un actor de reacción inmediata, dijo que en ese momento supo que era una criatura de cientos de años viva, eso habla de lo que se hizo”.

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