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Entre los géneros cinematográficos más complejos está la comedia policial, tan de moda últimamente. Pocas veces funciona. El truco es manejar un “medio tono”. O sea, crear un espectáculo que entretenga con suspenso de estilo realista y cierto grado de intenso humor naturalista, casi improvisado.
Maestro en esto es Steven Soderbergh, quien anunció hace unos cuatro años su “inminente” y “definitivo” retiro del cine. Pero sigue en activo. En su abultada filmografía como director, productor, guionista, fotógrafo y editor, La estafa de los Logan (2017) representa su filme número 25 para cine, escrito por una tal Rebecca Blunt (nadie sabe si existe o no) y editado y fotografiado por Soderbergh con los respectivos seudónimos de “Mary Ann Bernard” y “Peter Andrews”.
Lo que narra es un seductor juego en el que los hermanos Logan, el recién desempleado Jimmy (Channing Tatum), el sobreviviente soldado convertido en barman Clyde (Adam Driver), y la atractiva peluquera Mellie (Riley Keough) planean asaltar la competencia Nascar. Para lograrlo necesitan a Joe Bang (Daniel Craig, robándose cada escena), quien tiene el defecto de estar preso.
Con estos elementos Soderbergh crea un juguete fílmico superior a sus cintas previas de asaltos La gran estafa (2001), La nueva gran estafa (2004) y Ahora son 13 (2007). En éstas sobraba reparto. Condensar la historia entre los cuatro protagonistas, y comparsas siempre al servicio de la trama principal, hace eficaz la trama.
Soderbergh dirige con solvencia para que ese medio tono funcione entre el enredo absurdo y el melodrama familiar disfuncional. Una cinta enormemente entretenida.
Ahora que abundan secuelas, segundas partes y versiones nuevas de viejas cintas, no sorprende que una directora prestigiada, Sofía Coppola, recupere la historia de El engaño (1971, Donald Siegel) para El seductor (2017), su sexto filme para la pantalla grande, escrito por ella misma basándose en el libro original de Thomas Cullinan y en el guión de la primera versión de Albert Maltz e Irene Kamp.
La historia es esencialmente la misma que en el filme de 1971. El soldado desertor McBurney (Colin Farrell) es rescatado por la pequeña Amy (Oona Laurence) y llevado al internado de Miss Martha (Nicole Kidman).
Ahí McBurney recurre a su seductor encanto para sobrevivir. El título original puede traducirse como “las seducidas” o “las engatusadas”, tema fundamental porque McBurney hace ambas cosas: engatusa, por ejemplo, a la apenas adulta Alicia (Elle Fanning) y seduce o trata de hacerlo, con diversos grados de sexualidad, al resto de las mujeres. Sin medir consecuencias.
Una misma historia literaria genera dos versiones diametralmente distintas. El filme de Siegel tenía sugerencias de incesto, pedofilia y violación. El de Sofia Coppola es en este sentido elegantemente sutil. Siegel hizo una cruda exposición de cómo es la violencia erótica. Coppola apunta a la mentira implícita en la seducción, que disfraza como melodrama de época (con interesante trasfondo sobre la guerra civil estadounidense). Es un filme tenso donde el uso de lo sexual se muestra con crítica perspectiva histórica.
Coppola demuestra cómo el cambio de punto de vista —gracias al cual, con justicia, ganó en Cannes 2017 el premio a la mejor dirección, siendo la segunda en la historia en lograrlo tras Yuliya Solntseva en 1961—; la relectura actualizada de un libro y su filme previo, permite crear algo novedoso. Es una cátedra de reinterpretación fílmica. Un logro mayúsculo, sin duda.