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Fernando Soto, el inolvidable “Mantequilla” de la Época de Oro, pasó sus últimos días enfermo de diabetes, añorando su época de gloria sobre el escenario del Teatro Blanquita y como el inseparable y gracioso amigo de Pedro Infante en el cine.
Sus ocurrencias, buen humor y ternura arrancaron muchas carcajadas durante sus más de 40 años de carrera artística. La madrugada del 11 de mayo de 1980, el actor falleció de un coma diabético, un día después, en las tres primeras funciones del Teatro Blanquita le brindaron un minuto de silencio; 30 años antes el cómico había participado en la inauguración de este recinto.
Sus restos descansan en la sección especial para actores de la ANDA en el Panteón Jardín. “Mantequilla” no está solo, ahí también es la última morada de su padre, el inolvidable cómico Roberto Soto “El Panzón”.
Bajo la sombra apacible de los árboles, la tumba resguardada por un Cristo en la cruz está adornada por un racimo de coloridas flores.
Fernando Soto nació en 1911. Inició su andar artístico en 1929, de la mano de su padre, a quien siempre admiró y de quien heredó el amor por el teatro, la actuación y los aplausos del público.
“La risa es el mejor signo de la limpieza de alma”
Cuando le preguntaban de dónde aprendía chistes y muecas que causaban la risa de la gente, Fernando Soto admitía que además de ser hijo de un gran cómico, su escuela había sido la vida y sus propias experiencias
“Nosotros hemos de provocar la risa o la sonrisa, que es la mejor prueba de amistad, el signo de la limpieza de alma”, expresó en una entrevista para EL UNIVERSAL.
Hijo del inolvidable Roberto Soto “El Panzón” , “Mantequilla” trabajó en más de 200 películas. Debutó en cine junto a Mario Moreno Cantinflas en “Ni sangre ni arena”, en 1944 y actuó junto a figuras como Joaquín Pardavé, Pedro Infante, Pedro Armendáriz , Dolores del Río, Sara García y Luis Aguilar.
Inició su carrera en 1929, de la mano de su padre Roberto Soto "El Panzón" FOTOTECA EL UNIVERSAL
Cuando inició su carrera artística al lado de su papá, cantaba temas sentimentales, pero no tuvo el éxito esperado, al grado que su propio padre, al anunciar una nueva revista, dijo: “Y les prometo que no pondré a cantar a Mantequilla”.
Era muy común verlo en la pantalla grande como el tipo “simple” que contrastaba con el héroe gallardo que daba serenatas y montaba bonitos caballos.
En cine se le recuerda como el fiel compañero de Pedro Infante en filmes como “Cartas Marcadas”, “Nosotros los pobres”, “Ustedes los ricos”, “Pepe el Toro”, lo mismo con David Silva en “Esquina, bajan”, “Hay lugar para...dos”.
Participó en la segunda versión de “México de mis recuerdos”, en la que ocupó el lugar de Joaquín Pardavé como Don Susanito Peñafiel y Somellera, ahí obtuvo el sueldo más alto de su vida, 30 mil pesos de entonces.
Cuando algún reportero insinuaba que merecía otro tipo de personajes, “Mantequilla” aclaraba con firmeza: “Merezco lo que tengo, nunca he sido de una gran ambición, prefiero la tranquilidad, que se limiten los compromisos, el público es quien nos coloca”.
Sobre su mote de “Mantequilla”, se dice que cuando hacía sus pininos en el teatro al lado de su papá, fue presentado como cancionista y como tenía una voz “resbalosita”, sus admiradores le pusieron “Mantequilla”.
También se supo que su padre fue quien lo rebautizó después de conocer alguna de sus aventuras de cuando era joven: “Tú no eres de carne y hueso, le dijo, tú eres de mantequilla… por lo resbaloso”.
En una entrevista de 1973, Fernando Soto confesó que en un inicio no quería ser cómico y fue bailarín en el Teatro Arbeu, ubicado entonces en el corazón del centro histórico de la Ciudad de México.
“Cada actor o cómico representamos algo y es la suerte de cada quien, verá. Yo no pensé nunca en una gloria, sino en un trabajo. Aquí me tiene, igual que ayer. Haciendo el sketch (en el teatro Blanquita). Un sketch por función. Sé de memoria tantos”.
Cada vez que se le cuestionaban sus agraciados personajes, sin problema respondía con la misma conformidad de siempre.
“Los productores me acomodaron a ser ese personaje (de rancherito, fiel a su amo) y qué difícil es salir. El género de comedia ranchera sobrevive y me llaman para que trabaje al lado de Vicente Fernández y Valentín Trujillo”.
Fernando Soto corría de un estudio de cine a una carpa y de ahí a un teatro para algún espectáculo nocturno, mientras tuvo salud el trabajo nunca le faltó.
“Cantinflas se hizo rico y yo seguí pobre”
“El dinero sirve para no dar lástimas, pero yo vivo modestamente”, confesó en una entrevista para este diario.
Además de la actuación, a “Mantequilla” le apasionaba el juego y el amor, la pasó bien y no se preocupó de atesorar bienes, “era muy desprendido”, decían sus compañeros.
En una ocasión, el líder de los actores, Jaime Fernández, que también era su amigo, quiso ayudarlo para que administrara mejor sus ingresos, pero Soto no aceptó.
Pasaron los años, y cuando se enfermó y necesitó dinero, Jaime Fernández organizó una comida en su honor. Asistieron 100 amigos del cómico, quienes pagaron el cubierto, y ese dinero recaudado se le dio a “Mantequilla”.
Dos años antes de su muerte confesó que la Asociación Nacional de Intérpretes (ANDI) nunca le pagó regalías por su trabajo en cine y en televisión.
“La he ido pasando gracias a que la empresaria Margo Su se ha portado maravillosamente conmigo: desde el accidente que sufrí en el escenario del Blanquita hace aproximadamente año y medio , me ha estado pagando mi sueldo diario. Así mismo la ANDA mensualmente me entrega 2 mil 500 de mi jubilación”.
En aquella ocasión, Fernando Soto se sentía muy agradecido porque sus compañeros recién le habían organizado una comida en Garibaldi a manera de homenaje. Aplaudió que eso se hiciera en vida y no de manera póstuma; su pesar, dijo, fue que ya no pudo ver a quién abrazaba.
“Siento no poder ver bien para abrazar a todos los que vinieron. Físicamente me siento con ánimos, sólo los ojos no me responden, aunque los médicos del hospital General del Centro Médico del IMSS, hacen lo posible porque me recupere. Estoy desesperado, quisiera trabajar, pero en este momento me siento muy feliz de convivir con mis compañeros”.
La despedida en el Teatro Blanquita
Fernando Soto fue uno de los actores que inauguró el Teatro Blanquita en 1960, era una de las figuras más queridas en este recinto donde se presentó hasta que la salud se lo permitió.
En 1979, cuando el Blanquita celebró su aniversario 19, “Mantequilla” se despidió del escenario en el que tanto hizo reír a la gente, con dificultades para caminar y casi ciego logró subir al escenario con la ayuda de Alberto Rojas “El Caballo” y dijo unas palabras a sus compañeros y al público.
EL UNIVERSAL relata que en esa velada “Mantequilla” no hizo reír a los asistentes, sino que los hizo llorar. Lucha Villa no soportó aquel momento dramático de su compañero y derramó lágrimas en silencio; una mano le tendió un pañuelo para que se secara los ojos.
Fernando Soto todavía alcanzó a asistir al aniversario 20 del Blanquita, aquél lugar que marcó su vida actoral, ahí mismo donde antes estaba la Carpa Margo y alguna vez estuvo una gasolinera a la que llegaban los “pachucos” de aquella época a cargar los tanques de sus carros.
La enfermedad le impidió volver a los escenarios
Fernando Soto “Mantequilla” murió de un coma diabético. Había perdido la vista por completo y la movilidad del brazo izquierdo. Cinco años antes de su deceso, estaba lleno de vida, cantaba, visitaba a sus amigos, comía antojitos, dulces, de todo, fue entonces cuando vino la diabetes, contó a este diario su hijo Leonardo.
Aunque los médicos le advirtieron que era peligroso no tratarse la enfermedad, el actor no hizo mucho caso y siguió con el mismo ritmo de vida de siempre, de allá para acá, de estudios de grabación a escenarios de teatro.
Su cuerpo resintió el ajetreo y comenzó a enfermarse. Primero fueron los ojos, hasta que perdió por completo la vista y poco después las complicaciones aumentaron.
“Mi padre se sentía cansado, muy cansado. Se podía ver el sufrimiento en su rostro, todo era pesado para él aunque hubiera dicho lo contrario, pero seguramente él deseaba partir de este mundo. Ahora ya está descansando y deja un gran recuerdo y sus enseñanzas, trataremos de seguir sus consejos”.
Fernando Soto nunca pensó que la diabetes le impediría trabajar, según documentó este diario, por sus actuaciones cobraba discretas cantidades que le permitieron vivir con lo necesario. Cuando murió, la familia no tenía dinero para sepultarlo, y lo hicieron con la generosidad de su amigo de la infancia Jaime Fernández.
El hombre que durante tantos años hizo reír a la gente en los escenarios, llegó a su ultima morada con apenas unos cuantos amigos, partió de este mundo a los 69 años de edad, tal vez, como dijo su hijo, si hubiera atendido su enfermedad su vida no hubiera sido tan corta.
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