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Entre los últimos estrenos antes del cierre de los cines estaba Ajuste de cuentas, con Nicolas Cage, que pertenece al grupo de impresentables churros en los que el actor sale a cambio de un puñado de dólares.
Era una apuesta segura de taquilla: un título de acción protagonizado por alguien como Cage. Por eso es irónico encontrar en su decadente filmografía de casi 100 largometrajes, dando unos cuantos clics, una rareza no tan reciente estrenada en streaming.
Se trata de una pesadilla psicológica, psicopática y psicodélica, Mandy (2018), apenas segundo filme en la carrera del ambicioso Panos Cosmatos.
Mandy (Andrea Riseborough, notable) es secuestrada por Jeremiah Sand (Linus Roache) mesías callejero quien cree que ninguna ley se le aplica.
En una escena brutal, el escalofriante Jeremiah planea el secuestro de Mandy, eligiéndola por sentir una “vibra” con ella. Cosmatos detalla cómo actúa un criminal ante su víctima; cómo planea desaparecerla.
Lo que sigue también impresiona. Jeremiah recurre a drogas y un discurso delirante, de mística e ideología nauseabundas, que vale por toda la cinta, para convencer a Mandy de su “destino”. Algo sale mal: Mandy es compañera de Red (Cage, ¡actuando bien!), con quien vive una vida ideal. Al arrebatarles ésta, la consecuencia es terrible.
Mandy, narración durísima, subraya lo primitivo; revela lo frágil de la vida humana cuando queda en manos de un payaso con “sabiduría” para justificar cualquier acto sangriento.
Cosmatos, director excelente (tanto que le quita los clichés a Cage) entretiene con su visión filosófica sobre el espantoso camino de la justicia personal ante el agravio de que la vida o la muerte de un ser amado las decida la patología mental de un homicida.
Mandy es un largometraje magnífico. Tiene en línea la oportunidad que no tuvo en la cartelera comercial.