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La televisión abierta en México ya no es como en décadas pasadas, reflexiona Arturo Peniche.
En aquellos años, las telenovelas podían extenderse hasta 150 capítulos, reuniendo a las familias cada día a una hora fija para disfrutar de sus historias melodramáticas. Esto permitía al público conocer y conectar profundamente con los protagonistas, quienes se convertían en figuras de gran influencia.
En pleno 2024, este fenómeno es difícil de replicar. Aunque siguen surgiendo nuevas personalidades, resulta complicado que el público se identifique con las estrellas como lo hacía antes. Así lo cuenta Peniche en entrevista, quien actualmente trabaja en Amor amargo, la nueva telenovela de Las Estrellas.
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“Antes la gente nos veía todos los días, las producciones eran más largas, tenías más tiempo para abordar, para saborear y aprender de un personaje. Ahora los tiempos son más cortos, tenemos que ir a llamados siempre, terminar y ya estar pensando en cuál es la historia que sigue”, reconoce el actor.
Pero a él no parece preocuparle este contexto, reconoce que hay actores y actrices jóvenes muy profesionales con “un panorama mucho más difícil”, mientras camina en la calle para llegar a las instalaciones de EL UNIVERSAL con un semblante recto, la barbilla levantada, con los ojos entrecerrados por el sol, y esbozando una leve sonrisa que muestra casi una excesiva confianza.
“Yo me sigo preparando. Es algo divertido pasar de hacer un personaje a otro. Y hacer a un malvado es un divertimento. Porque, además, aprendes las razones de ese mal. Me ayuda conocer cómo alguien puede volverse narcisista por circunstancias de la vida. Ahora me puse a investigar, a leer libros de psicología que analizan personalidades sociópatas. Me la sigo pasando bien”.
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Cuenta esto con naturalidad, como si el hecho de que las audiencias hayan diversificado sus consumos en el streaming no afectara a las telenovelas. Y es que, finalmente, él no se siente afectado; hay un público que las sigue consumiendo.
“El melodrama es algo que nunca va a desaparecer. Incluso en streaming hay un montón de cosas de otros países, de Corea, de Turquía. A la gente le gustan porque es eso: se intensifican las emociones. Uno se queda picado al final de cada capítulo, queriendo más. El amor, el desamor nunca van a desaparecer”.
Apuesta a su público
Además, está tranquilo, pues entiende que, ante la falta de nuevas grandes personalidades, las oportunidades para actores de su generación siguen aumentando, ya que las producciones recurren a ellos para llamar la atención de un sector que creció viéndolos. Él, por ejemplo, tiene un papel antagónico en Amor amargo, junto a Daniela Romo, o con Diana Bracho en la nueva producción de Silvia Cano, Regalo de amor.
“Afortunadamente siguen confiando en nosotros y eso es gracias a la gente. Siempre tiene la última palabra en cada proyecto, y ojalá les siga gustando nuestro trabajo. Eso es lo que hace que nos sigan tomando en cuenta”, reflexiona el actor.
Pero, al mismo tiempo, entiende que no es casualidad y atribuye su capacidad de seguir conectando con el público a los conocimientos que constantemente busca adquirir.
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“Todos estos nuevos dispositivos y plataformas, yo sé trabajar con ellos como herramientas. Hoy trabajamos con formatos de cine digital, horarios muy apretados y personajes muy complejos. Ha sido un proceso de adaptación. Pero si no te actualizas, te quedas atrás”, dice.
Esta ambición que el actor de 62 años mantiene, reflexiona, no es algo que todos los actores, ni muchas personas en general logren conservar en el ámbito profesional.
Explica que muchos terminan perdiendo el interés tras años de dedicarse a una misma actividad, algo que él procura evitar a toda costa.
“No he perdido en ningún momento el sentido de la sorpresa. El sentido de la sorpresa está tan latente en mí como cuando tenía cinco años y me sorprendía con cualquier pequeño detalle que descubriera. Desde entonces, no he perdido el sentido de la sorpresa”.
Y él sigue con confianza y tranquilo, pues dice que el público lo sigue reconociendo en la calle para pedirle una fotografía o un autógrafo.
“Niñas de 12, 13 años me piden autógrafos y se emocionan. Yo me emociono más porque digo que todavía estoy entre las generaciones más jóvenes. Eso también me motiva a seguir haciendo todo lo necesario para continuar aquí”.