En 1986 México entró al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). La crisis de los años 80, provocada por los errores de política económica y la corrupción, trastocó el desarrollo del mercado interno y se pensó que la válvula de escape era el comercio internacional.
La transformación del GATT en la Organización Mundial de Comercio (OMC) y la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) parecieron validar la estrategia: las exportaciones serían el mecanismo que ayudaría a recobrar el vigor económico y las importaciones traerían bienes de consumo, insumos intermedios y maquinaria más baratas.
Era la promesa de quienes adoptaron las recomendaciones y paradigmas de aquella época. México se arrojó a los brazos de Estados Unidos y de otros países desarrollados.
Debido a los ajustes fiscales aplicados al presupuesto público se renunció al fomento de las capacidades internas, particularmente de las industriales.
Bajo el espejismo de que México debería producir sólo aquello en lo que tenía ventajas comparativas, se sacrificó indiscriminadamente la construcción de las ventajas competitivas.
Contrario a lo que ocurría en Japón, Corea del Sur y China, en México se liquidaron empresas nacionales que fabricaban automóviles, autobuses, equipo eléctrico y la naciente industria de la electrónica. Sin esas empresas no habría desarrollo tecnológico, innovación y registro de nuevas patentes. Hoy es claro el tamaño del error.
México renunció a tener grandes empresas nacionales de alta tecnología, se conformó con la maquila y la comercialización.
Por el contrario, se comenzó un proceso de apertura para facilitar la llegada de empresas extranjeras. Se pensó que su inversión podría sustituir a la moribunda de los industriales mexicanos. Hoy quedan pocos empresarios transformadores nacionales de dimensión internacional, la mayor parte ha vendido sus fábricas. Los pequeños y medianos enfrentan una cuesta arriba para competir con las importaciones industriales provenientes de los países asiáticos. El piso para todos ellos no es parejo.
El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y las autoridades económicas de Estados Unidos facilitaron y aplaudieron la iniciativa mexicana de apertura, durante los primeros años de la década de los años 90, México era el ejemplo a seguir. La burbuja colapsó en diciembre de 1994.
No obstante, el rescate financiero operado por Bill Clinton le dio un segundo aliento al cambio de modelo mexicano: renunciar a incubar empresas tecnológicas e innovadoras en las manufacturas a cambio de conformarse con un papel secundario de país maquilador.
En 1993, antes del TLCAN, la mitad de las exportaciones a Estados Unidos ya estaban libres de aranceles y promedio del mismo para el resto era de 4%, así lo señaló Clinton en un informe al Congreso de Estados Unidos.
¿Por qué facilitaron las exportaciones mexicanas? Porque la mayoría era de empresas norteamericanas, europeas y japonesas que producían en México para el mercado de la potencia.
Dicho modelo funcionó hasta este año, aun con la irrupción de China: desde inicios del nuevo milenio el comercio triangular implica la fabricación de insumos en el país asiático que se ensamblaban en México para llevarlos a Estados Unidos. El modelo de producción y comercialización a través de las conocidas como Cadenas Globales de Valor.
Esto puede modificarse por el triunfo de Donald Trump. Su postura disruptiva amenaza con romper la estructura institucional, financiera, de manufactura y comercialización erigida en las últimas tres décadas.
Detuvo el TPP y ha dado un ultimátum a la existencia del TLCAN. Fue tan rápido que sorprendió a quienes habían confiado en que la globalización avanzaría por sí sola. Estados Unidos modificará su política económica y sería un error pensar que el camino es arrojarse a los brazos de China, el país asiático tiene sus propios intereses.
México no tiene una respuesta inmediata, los expertos del comercio exterior no tienen un modelo que se base en la reconstrucción de las capacidades propias y el mercado interno. Es el tiempo de la política industrial nacional, de un nuevo modelo económico.
Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico