Más Información
Osiel Cárdenas, exlíder del Cártel del Golfo, recibe auto de formal prisión; enfrentará juicio por homicidio
Jóvenes mexicanos pasan más de 2 mil horas al año en el teléfono; OCDE alerta sobre su impacto en la salud mental
Sergio Gutiérrez Luna destaca aprobación de 25 reformas en la 66 Legislatura; "Un logro histórico para la 4T", señala
Secretario de Agricultura reafirma defensa del maíz blanco; "Seguiremos apoyando la producción nacional no transgénica", afirma
¿Maíz transgénero? Rubén Rocha corrige desliz durante discurso en Sinaloa; destaca importancia del maíz blanco
Sheinbaum asegura apoyo total a Sinaloa para enfrentar violencia; "Nunca los vamos a dejar solos, aquí está la presidenta"
Hace algunos días empezó a circular el trascendido de que el nuevo presidente nacional de Morena no sería ya un subalterno de Andrés Manuel López Obrador, como ocurrió con Martí Batres, sino que ese cargo lo ocuparía el propio líder tabasqueño. De cuando pidió su registro Morena a los días actuales, han cambiado las circunstancias y, por ende, la estrategia que López Obrador considera adecuada es también muy otra. Puede asumirse que la salida de López Obrador del PRD, aunque justificada por el Pacto por México (cuando todavía no se había anunciado ese acuerdo tripartita), se debió a que, debilitada su situación dentro del PRD (tras haber perdido la presidencia por segunda ocasión y ahora con 7 puntos porcentuales de diferencia respecto del ganador oficial), no tendría garantizada la candidatura presidencial de 2018 y no podría manejar a su voluntad los recursos del partido. La mejor apuesta era —y fue— romper con el PRD y transformar su Movimiento de Renovación Nacional (pacientemente construido desde 2006) en partido político. Eso le garantizaría en automático su candidatura para 2018 y le permitiría decidir a su entera voluntad las candidaturas y cargos de su partido, así como el manejo de sus recursos. Era evidente que Morena nacía como partido personal (ni siquiera un partido familiar como el Verde, sino semejante a Movimiento Ciudadano de Dante Delgado o el Panal de Elba Esther Gordillo), pero López Obrador no quiso en un principio hacer esto tan obvio (aunque fuera inocultable para cualquiera). De ahí la decisión de gobernar detrás del trono, poniendo en la palestra a un incondicional como Batres (en realidad todos son incondicionales en el círculo de AMLO, so pena de ser marginados y excluidos a la menor divergencia, como ha ocurrido con muchos antiguos colaboradores).
Pero ya iniciada la carrera presidencial, en pleno proceso electoral de este año, más conviene a López Obrador ocupar —ahora sí formalmente— la presidencia y dirección de su partido. Mientras mayor visibilidad y más reflectores reciba, mejor irá su campaña (no es precampaña, pues el candidato presidencial de Morena es el único ya decidido de todos los partidos). Aprovecha lo borroso de la ley electoral en cuanto al uso de los tiempos oficiales de su partido para impulsar su imagen como candidato presidencial, pero para aminorar tales críticas —e incluso recibir cobertura mediática más allá de los propios spots de su partido—, nada mejor como ocupar formalmente la presidencia de su partido. De esa manera podrá esquivar mejor las críticas de que está realizando actos anticipados de campaña (lo que es prohibido por la ley en términos genéricos, aunque imprecisos en su aplicación). Eso lleva a varios a plantear que en la próxima reforma electoral (que seguramente tendrá lugar en algún momento antes de 2018) se precise que los espacios mediáticos de los partidos no permitan ser plataforma de lanzamiento y campaña anticipada de nadie, pues se vulnera la tan buscada equidad electoral que no termina por aterrizar.
Hace seis años dichos actos anticipados y disimulados de campaña favorecieron claramente a Enrique Peña Nieto; hoy lo hacen en favor de AMLO. Suena por tanto poco convincente la aclaración del presidente del INE, Lorenzo Córdova, de que no se puede decir que AMLO (o en su caso Ricardo Anaya en el PAN) esté realizando actos anticipados de campaña… ¡porque la campaña aún no ha empezado! (comienza formalmente en 2018). Pues precisamente por eso serían actos anticipados de campaña, es decir, realizados antes de que comience la campaña. Es tautológico. Pero entre que se reforma o no la ley electoral en este punto (y muchos piensan que intentar detener legalmente la campaña anticipada de AMLO sería como un ‘segundo desafuero’, que le permitiría victimizarse renovada y eficazmente), golpe dado ni Dios lo quita. A los millones de spots de partido que AMLO ha aprovechado y seguirá aprovechando en su proyección a 2018, ahora se agrega la cobertura mediática que en automático recibe cualquier presidente de cualquier partido. Buena jugada a favor de su eterna aspiración presidencial.
Profesor del CIDE