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José Antonio González Anaya ya está listo para regresar a Hacienda, pero ahora en calidad de secretario.
Cuando el 8 de febrero del año pasado el presidente Enrique Peña Nieto lo nombró director general de Petróleos Mexicanos, González Anaya llegó en calidad de bombero a la petrolera. Pemex había recibido una estocada de muerte y la mayor empresa pública del país caminaba al despeñadero apenas unos meses después de que el Presidente presumía la reforma energética como su gran éxito político. La grave crisis financiera en la que estaba envuelta la empresa augurando su derrumbe, le daba la razón a los críticos que denunciaron a la implementación de la reforma energética como el inicio del fin de la petrolera mexicana.
La situación de Pemex era caótica. El bombero González Anaya ya había sido probado en otra gran calamidad financiera: El Instituto Mexicano del Seguro Social. En poco más de tres años el economista e ingeniero por el afamado Instituto Tecnológico de Massachusets (MIT) reflotó las finanzas del IMSS, dándole un respiro que no tenía desde hace tiempo. Así que Peña Nieto, sin muchas fichas de ese calibre disponibles en su gobierno, decidió echar mano del concuño de Carlos Salinas de Gortari para enfrentar la grave situación de Pemex.
González Anaya no es un improvisado. Su talento económico y financiero, así como su sapiencia política, es altamente reconocida en su ya larga trayectoria en el sector público nacional e internacional. Fue subsecretario de Ingresos, coordinador de asesores del secretario y titular de la Unidad de Coordinación con Entidades Federativas en la Secretaría de Hacienda, entre otros cargos. Antes se había desempeñado como economista senior del Banco Mundial, además de profesor e investigador en la Universidad de Stanford.
Ese 8 de febrero de 2016, cuando González Anaya es nombrado director de Pemex, habían transcurrido poco más de dos meses desde que Moody’s concretó la reducción en la calificación crediticia a la deuda de la petrolera estatal por el deterioro en sus principales indicadores financieros. Ello complicaría aun más el acceso y el costo crediticio para el balance de Pemex que sólo mostraba números rojos. Pero la racha negativa no pararía. El 31 de enero Standard & Poor’s también degradó la deuda de Pemex. Así que ocho días después González Anaya llegaría a la Torre de Marina Nacional con la encomienda del Presidente de detener esa sangría y de revertir lo que parecía ser un colapso anunciado.
El asunto, dicho por los auditores de Pemex, era grave. El despacho Castillo Miranda y Cía. describió así la situación de Pemex en su Informe sobre los estados financieros consolidados 2015: “Pemex ha experimentado pérdidas recurrentes derivado de sus operaciones, presenta una posición negativa de capital de trabajo y un déficit en el patrimonio, lo que genera dudas sobre la posibilidad de continuar como negocio en marcha”. En otras palabras, un negocio quebrado.
Ha transcurrido casi un año y medio desde aquella fecha. La situación de fondo no se ha resuelto aún, pero la emergencia ha bajado de intensidad. González Anaya corrió con suerte porque el precio de la mezcla de petróleo de exportación creció 81% en este periodo, desde los 24.73 dólares por barril cuando llegó a la petrolera a los 44.69 dólares que cotizó ayer. Pero no sólo fue suerte. Se hizo una importante reestructura operativa, un agresivo plan de austeridad, la canalización enfocada de recursos a los proyectos rentables y la firma de alianzas y asociaciones estratégicas que le dan una mejor perspectiva en términos de costos operativos.
Con el beneficio de una mejor perspectiva en la calificación de la deuda soberana del país que dio a conocer Standard & Poor’s la semana pasada, además de lo hecho por la petrolera en el último año, esta semana Pemex anunció la colocación en los mercados financieros internacionales de 5 mil millones de dólares en bonos de largo plazo. Con esta operación Pemex alarga los vencimientos de su deuda y “limpia” los vencimientos de deuda en dólares que tenía de aquí al 2019 porque ya están cubiertos por las líneas de crédito vigentes.
Así que el fantasma financiero de la inmiente quiebra de la petrolera que rondaba a principios del año pasado por lo menos se ha disipado temporalmente para lo que resta del sexenio.
En abril de este año el auditor independiente en su informe a los estados financieros 2016 aún señalaba “la existencia de cierta incertidumbre importante que pudiera generar dudas significativas sobre la capacidad de Pemex para continuar funcionando normalmente”. Y es que capítulos como el abultado pasivo laboral, la carga fiscal y los crecientes costos financieros, entre otros, siguen pesando sobre la competitividad de la petrolera estatal.
Sin embargo, el respiro que le han dado los inversionistas financieros internacionales a Pemex cambia su perspectiva de corto plazo, aunque las tareas pendientes son aún enormes.
Con todo, el bombero González Anaya ha apagado el fuego financiero que Peña Nieto le encomendó y ahora queda libre para, muy probablemente, irse a ocupar la Secretaría de Hacienda que dejaría vacante José Antonio Meade en el último tramo del sexenio.
E-mail: samuel@arenapublica.com