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Soy de los que no comprende por qué si la gasolina aumenta, si el dólar aumenta, si las tasas de interés aumentan y si la inflación también lo hace, los salarios —en cambio— deben mantenerse estoicamente quietos, en su lugar, arrumbados en el sótano mundial de los ingresos.
Son ya tres años desde que Miguel Ángel Mancera propuso discutir el tema y siempre hay algo nuevo.
Ahora, se esgrime la especie de las elecciones en el Estado de México (y en otras entidades) como pretexto para no “politizar” un incremento genuino al salario de quienes menos ganan. Y también se esgrime la inflación.
Ambos argumentos caen por su propio peso: ¿por qué las danzas y andanzas electorales vuelven a posponer un incremento de los salarios mínimos, si éste puede ser presentado como un gran acuerdo nacional de empresas, trabajadores, sociedad, partidos y gobierno?, es decir, ¿por qué no se ha incrementado a niveles decentes expresándolo como lo que debe ser, como un consenso sin beneficiarios y sin paternidades?
Y por otro lado, ¿por qué el llamado gasolinazo es “un fenómeno transitorio” como lo han declarado los más conspicuos economistas del país, incluyendo la inteligencia de la banca y del propio Banco Central? Y por el contrario, el alza al salario es una amenaza inflacionaria para muchos meses, siempre.
A mi modo de ver, quienes se resisten a adoptar un salario mínimo por fin al nivel de la canasta alimentaria se han quedado sin argumentos, y van recogiendo como piedras las circunstancias coyunturales para usarlas como arma arrojadiza. En lo fundamental se han quedado sin argumentos y sin evidencias, pero pretextos no les faltan.
Los hechos son los siguientes. Se supone que la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos había incrementado el monto, por primera vez en casi cuatro décadas, para comenzar una muy tímida recuperación de los sueldos.
Pero vino el salto de la inflación y en los primeros tres meses de 2017, la tercera parte de aquel aumento había sido ya consumida: 6.2% habían aumentado los precios para mayo de este año.
Para ser más claro: la brecha entre el salario mínimo y el valor reales de la canasta alimentaria a finales de abril seguía siendo de 13.4 pesos. O sea ganar para desayunar, comer y cenar, seguía sin ser suficiente, tenía un déficit de 13.4 pesos, con la inflación aumentando.
Subrayo dos elementos de los esgrimidos aquí: importantes organizaciones empresariales (destacadamente Coparmex) después de consultas serias, han decidido proponer el aumento al mínimo, dejar de hablar de porcentajes, de centavos, para pronunciarse por el concepto y el objetivo: la canasta alimentaria.
Sindicatos y organizaciones de la sociedad civil también: México ya no puede permitirse un mercado laboral que produce pobres ¡extremos!
El propio secretario del Trabajo, junto con el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, han convenido en esa necesidad, sino urgente, digamos impostergable.
¿Porque no ha ocurrido? Por las elecciones, se responde, un pretexto inadmisible.
El lunes que viene, esa excusa desaparecerá, pero apuesto (doble contra sencillo) que volveremos a escuchar las voces de la intransigencia: la peligrosa inflación, por supuesto, pero eso constituirá ya no una falacia sino un grave error de política económica.
En primer lugar porque el consumo y el mercado interno son los factores que explican la primera revisión del crecimiento al alza en todo lo que va del sexenio. Esa inyección de 13 pesos en los bolsillos de quienes menos ganan, son combustible puro para ese casi único, motor económico.
Y dos: el 30 de noviembre volverán a subir los combustibles (otra apuesta, doble contra sencillo) lo que volverá a erosionar el poder adquisitivo del salario.
Mientras más se tarde esa decisión (aumentar el salario mínimo al nivel de la canasta alimentaria) más grande va a ser la revisión (¿16, 18, 20 pesos?) y no los 13 pesos que se necesitan hoy.
La intransigencia de hoy se volverá en contra de sus promotores y voceros. La corrección es económicamente vital y debe hacerse ahora. Si se pospone, por enésima vez, los propios detractores pagarán las consecuencias.
Secretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México