En aquel país llamado México, hubo en el siglo XXI un secretario de Estado verídicamente renacentista.

Orador superior, filósofo compasivo y paciente, técnico consumado en diversas áreas, (algunos, incluso, lo suponían también muralista en secreto), era tan capaz que en el breve plazo de cuatro años había dirigido las secretarías de Energía, Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y Hacienda, y se rumoraba que todavía en el mismo sexenio sería Comisionado del Deporte y Secretario de Gobernación.

Fue en su capacidad de Secretario de Hacienda, que se presentó ante los medios del país a dar la buena nueva de que subía el precio de la gasolina.

—Para empezar —dijo ante el micrófono, sonriente—, quiero anunciar que este aumento de precio de la gasolina, es un orgullo nacional, puesto que es un acto de gran responsabilidad compartida.

Sentados en el auditorio, los periodistas lo miraban fijamente, las plumas con las puntas en el papel de las libretas, listos para transcribir “la nota”: el meollo del mensaje, en cuanto se apalabrara por boca del secretario.

Él se aclaró la garganta y continuó:

—Y número dos, afirmo que se trata de un gran legado para nuestros hijos y nietos. Y esto, por dos razones que paso a explicitar.

Las plumas de los periodistas estaban todavía quietas, la punta en el papel, sin moverse.

—La primera razón es la que sigue: porque hace un año el presidente de México anunció que jamás habrían más gasolinazos, y este gasolinazo de 20% nos libera de volver a escuchar lo que en adelante opine ese señor.

—Y número dos, porque la medida aumentará de forma drástica el diámetro del círculo de la equidad en nuestro amado país. Cosa que tiene dos explicaciones.

—¿En qué idioma está hablando? —cuchicheó una reportera a un compañero.

—Español, creo —dijo él—, pero igual no le entiendo.

Otros periodistas, todos con las plumas quietas, asintieron.

El secretario volvió a carraspear y con voz diáfana continuó:

—Una, el aumento de la gasolina sólo daña a los que tienen automóviles, que es apenas un poco menos de la mitad de la población.

—Y dos, porque en el futuro habrán menos personas que tengan automóviles, lo que abonará a la igualdad social, al mismo tiempo que hará que más gente se transporte en bicicleta, lo que a su vez beneficiará los ritmos cardiacos de las mayorías, amén de que fortificará nuestra lucha contra el cambio climático, porque se emitirán menos gases industriales, lo que a su vez beneficiará a las vacas…

—¿A las vacas? —preguntó un reportero en voz alta.

Fue en ese momento en que el secretario entró al círculo de pasmo que envolvía a los periodistas: de pronto se quedó en silencio y con el hilo de su mensaje extraviado…

—Permítanme un momento —pidió.

Sacó de la bolsa de su traje azul unas tarjetas de cartón y empezó a barajarlas entre las dos manos.

—Ajá, esta es la tarjeta —dijo aliviado. Y oteándola, retomó el discurso: —Lo que a su vez hará crecer nuestras relaciones comerciales con Norteamérica y la zona del Caribe… Perdón —se interrumpió—. No son estas tarjetas.

Guardó las tarjetas en la bolsa del saco y sacó de la bolsa del pantalón otras tarjetas.

—Lo que a su vez aumentará la canasta básica y…

Guardó rápidamente esas tarjetas y se sacó un zapato del que extrajo sus antiguas tarjetas de la Secretaría de Energía.

—Ah sí —dijo atendiendo a una de ellas—, porque la reforma energética disminuirá el costo de las gasolinas en lo restante del siglo… No, perdón, estas tampoco son.

Guardó las tarjetas en su zapato y se lo volvió a calzar. Miró entonces detenidamente a sus escuchas, los periodistas, todos ellos con ojos grandes, de conejos lampareados, y por fin se sinceró.

—No, pues ya nos fuimos al carajo,
compatriotas.

@sabinaberman

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