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El presidente fue muy claro.
—El problema del país no es su gobierno, y el gobierno tampoco puede ser su solución. El gobierno y su presidente son apenas el espejo del problema, que son ustedes, los ciudadanos.
Se paseó, en mangas de camisa, el micrófono en una mano, por el templete, y ejemplificó.
—Si el gobierno y el presidente roban del erario y trafican con influencias, y así toman decisiones malas para el bien común y dejan prosperar al crimen, ¿de quién es la culpa, ciudadanos?
Parecía indignado. Que lo estaba, empezó a evidenciarse cuando alzó la voz:
—¡De ustedes, evidentemente, pueblo sobajado! Pueblo abyecto. Pueblo cobarde, que nos deja hacer. No saben qué cansancio me da poder engañarlos con cualquier juego de palabras. Pasa una corrupción, pasa otra corrupción, pasa la siguiente, yo digo esto o digo lo que a continuación diré, y lo discuten y desglosan durante cinco semanas, en los periódicos y las sobremesas, ¿y luego qué pasa? ¡Nada! Lo que pasó ya pasó y ustedes se quedaron en el puro bla bla bla. A veces me digo: Enrique, el pueblo es como una esposa golpeada y codependiente, mientras más la golpeo y engaño, más rápido agacha la espina. ¡Qué vergüenza me dan!
Se paseó un poco más por el templete, barriendo nuestros rostros rojos por la vergüenza con una mirada punzante, tanto que una ciudadana murmuró al sentirla clavándosele en el ojo izquierdo: ay, ay, ay.
—Miren niños —dijo con un repentino cariño el presidente. —Les puse de procurador de Justicia a mi abogado. Me dijeron: Ay no, el juez de la Nación tiene que ser alguien imparcial, no puede ser tu abogado. Su objeción me pareció incontestable, ¿cómo puede vigilar mi corrupción y la de mi gobierno mi abogado? Esperé lo peor, que me forzaran a removerlo, ¿pero qué hicieron ustedes? Lo de siempre. Lo discutieron cinco semanas, en los periódicos y las sobremesas, publicaron un desplegado, y mientras derrochaban tantas palabras, el astuto procurador llamó a los líderes de las organizaciones no gubernamentales y a los líderes de opinión y los invitó a desayunar, ¿y al final qué pasó?
El presidente clavó la mirada en un ciudadano, que murmuró: ay, ay, ay.
—Déjate de lloriqueos, Juan Pérez Olote, y confiesa lo que pasó. Descubriste que mi abogado sí era mi abogado, pero era además muy simpático y buena gente, que usaba colonia francesa, que le ponía al pan mantequilla con un cuchillo de plata y no moronga de niños, como se rumoraba, te hizo luego un encarguito, que a cambio de 15 mil pesitos mensuales escribieras una tesis sobre el Procurador Necesario, a entregar en 9 años, y ya estuvo. Se conformaron con unos cuantos desayunos y unos cuantos encarguitos, burros, burrísimos, mi abogado los cooptó en un santiamén, ¿ustedes díganme si puedo respetarlos?
El presidente se alzó el cinturón, caminó otro tanto, luego siguió su regaño, ya el desprecio espumeándole en las comisuras de sus labios.
—¿Qué no leen los periódicos? Díganme. ¿No leen cómo en Corea del Sur los ciudadanos sí pararon la corrupción? Se fueron todos, todos, cada domingo al zócalo de su ciudad o de su pueblo, y se quedaron ahí, cada domingo, durante un mes, y no sólo tuvo que dimitir el procurador de Justicia corrupto, la misma presidenta dimitió. Eso sí es un pueblo que merece un Procurador de Justicia justo y un presidente temeroso de la Justicia. Ustedes, habladores empedernidos, ustedes con su vocación de fracaso, ustedes dizque indignados siempre, ustedes siempre esperando al próximo presidente, ese mesías que sí les salga un sacrificado, el que se pondrá sobre sí mismo a un juez que lo vigile y lo sancione, ustedes ilusos hasta la tontera, se merecen lo que les tiro: las migajas de la Justicia.
El presidente, de pronto didáctico, tiró unas migajas de pan al suelo.
—Bueno, ya váyanse —dijo en voz baja. —Aburr. Adiós. Tienen pendientes muchas sobremesas y muchos artículos de periódico donde hablar mal de mí y de mi procurador de Justicia. ¡Ándense ya, inútiles! ¡Y ni se les ocurra irse a sentar en los zócalos a exigirme un procurador justo! Ni que fueran coreanos, demonios.
@sabinaberman