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Donald Trump volaba en su avión privado acompañado de su hijo Eric con rumbo a Mar-a-Lago, el casino que tiene en Palm Beach. Al periodista Mark Singer le sorprendió la cantidad de oro macizo que había dentro de la aeronave. Los lavamanos, los broches de los cinturones, las bisagras y los tornillos, todo brillaba como si fuera metal falso pero no lo era.
Apenas despegó la aeronave, el magnate pidió a su hijo que pusiera una de sus películas favoritas en la pantalla: Bloodsport, un filme estelarizado por Jean Claude Van Damme. Cuenta Singer, en su libro El Show de Trump, que el empresario no se interesó en la trama del largometraje. Sólo quería ver la golpiza que Van Damme daba a sus adversarios. Narices rotas, espinillas magulladas, sangre y tripas.
El nuevo presidente de Estados Unidos es un hombre arrojado a la adrenalina. Un apostador, un madreador, un gandalla que ha sabido triunfar. “Le habría gustado ser Madonna” —dijo a Singer un asesor próximo a Trump. Y en lugar de ello se convirtió, primero, en un pugilista vendedor de humo y ahora en el hombre más poderoso del mundo.
Ayer Luis Videgaray, secretario de Relaciones Exteriores, e Ildefonso Guajardo, secretario de Economía, recibieron una probada del deporte con sangre que tanto disfruta el actual habitante de la Casa Blanca.
Con firmeza urgió Trump al gobierno mexicano para que enviara representantes a Washington con el propósito de comenzar negociaciones. El presidente Enrique Peña Nieto aceptó y mandó al hombre de su mayor confianza. También prometió visitar personalmente la capital estadounidense para fines de mes.
Otra vez ganó la ingenuidad y perdió México: no habían todavía desempacado los mexicanos cuando la Casa Blanca anunció con bombo y platillo que hoy comienza a construirse el muro prometido por Trump. Es un golpe bajo que solo Van Damme hubiera propinado: recibir a los invitados con una pila de ladrillos arrojados contra su cabeza.
El magnate tiene prisa. Adelanta la película porque le aburre la trama. No son las negociaciones lo que le interesa, sino los golpes. También firmó ayer varias órdenes ejecutivas en materia migratoria que terminarán afectando a los mexicanos.
El mensaje antes de sentarse a la mesa es el mismo que habría enviado un ludópata de Atlantic City: no hay nada que negociar, la suerte está echada y ganará el dueño del casino.
Hoy Videgaray y Guajardo probarán la amargura de los golpes y si el presidente Peña Nieto se empecina, será la próxima víctima de Van Damme. La invitación para visitar Washington es una trampa. Nada distinto a lo que vimos en agosto del año pasado. Vino Trump a México para plantar cara y pocas horas después despotricó contra nosotros y nuestro país en un evento masivo en Arizona.
Este señor es un individuo predecible. Repite la dosis cuantas veces la víctima quiera soportarlo.
México no tiene muchas armas para jugar en esta situación tan ruda y sin embargo la derrota final es evitable. Para salir bien librados necesitaríamos obligar a la nueva administración estadounidense a ver la película completa.
Si el gobierno mexicano acepta el reloj que nos están queriendo imponer vamos a perderlas todas. En menos de cien días el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) estará muerto, el muro seguirá su curso hacia el Atlántico y la guerra contra los migrantes mexicanos no tendrá cuartel.
Trump se habrá saltado la trama para exponer ante una audiencia enfebrecida a un México madreado.
La alternativa es disputar con su administración el ritmo de las negociaciones. Frenar el proceso lo más posible. Tortuguismo en los encuentros y las conversaciones. Morosidad. Lentitud. Saquemos del desván al mexicano que duerme bajo el sombrero. A ese que siempre llegaba tarde. Pongamos en juego cuanta desidia nos quede.
Todo para llegar a los trescientos días del gobierno de Trump porque para ese momento la historia será completamente otra.
Al mitad de la película Bloodsport, estelarizada por el magnate neoyorquino, el pleito dejará de ser con México porque a este fanático de la pelea le habrán nacido contrincantes bravos en China, Europa y el resto del globo.
Entonces sí que va a necesitar de México. Igual que a sus predecesores, cuyo aprecio por México no nació del amor, sino de la conveniencia geopolítica. Entonces será mejor negociar con la Casa Blanca. No ahora. Conversar cuando Trump nos requiera como aliados, porque eso justo es lo que va a suceder: nos necesitará cuando la guerra cruce Atlántico y Pacífico al mismo tiempo.
ZOOM: Es una trampa. Presidente, por favor no vaya. Me temo que no ha visto bien al personaje. Le recomiendo leer El Show de Trump de Mark Singer, antes de dar un paso más.
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@ricardomraphael