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La candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador camina esta vez por una banqueta que se desmorona del lado izquierdo. De cara al 2018 los pleitos en ese costado pueden ser su peor dolor de cabeza.
Hay dentro del Partido de la Revolución Democrática quienes quisieran volver a ver al tabasqueño como abanderado presidencial. Sin embargo no son en esta ocasión mayoría y Morena, sola, no le alcanza.
AMLO tiene quebrados los puentes con la corriente Nueva Izquierda, mejor conocida como Los Chuchos. Por rivalidades obvias no es candidato preferido del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, y tampoco cuenta con el resto de gobernadores del sol azteca.
Pero la distancia con el PRD no es la única. Este fin de semana reaccionó iracundo en contra de la izquierda zapatista, que no pesa en número, pero sí en reputación y liderazgo moral.
Aseguró que la candidatura presidencial independiente propuesta por el EZLN “es (maniobra) para hacerle el juego al gobierno.”
La ruptura entre AMLO y el Subcomandante Marcos tiene muchos años. El tabasqueño ha acusado al zapatismo de no saber lo que quiere y tampoco saber a dónde va.
En revancha, desde el balcón del EZLN dicen que López Obrador no es distinto al resto.
Tengo para mí que AMLO se equivoca al presionar para que las otras corrientes políticas de la izquierda mexicana se definan frente a él, en vez de salir en su búsqueda para conversar.
El EZLN y el Congreso Nacional Indígena tienen razón al querer presentar una opción política distinguible para los comicios de 2018.
La representación indígena en las instituciones del Estado mexicano es un problema central que no se resolvió con las reformas constitucionales de principios de siglo.
Hoy las poblaciones y los pueblos indígenas mexicanos están en peor condición que cuando el levantamiento zapatista de 1994.
Siguen siendo los mexicanos más discriminados.
En salud, en educación, en nutrición, en justicia, en vivienda, en seguridad, en caminos, en deterioro ambiental el mexicano que es indígena enfrenta mayor vulnerabilidad. Y si es mujer, la circunstancia es aún más infame.
Un asunto que agravó su miseria son los llamados megaproyectos que han pasado por encima de los pueblos indígenas y los derechos que la Constitución les entregó.
Un líder indígena que disputa una concesión a una obra grande termina en
la cárcel.
Ahí están los indios yaquis que se opusieron al acueducto en Sonora, quienes han denunciado el despojo de las mineras, o los excluidos del desarrollo turístico.
Los políticos encumbrados no reciben en sus oficinas y tampoco toman las llamadas de los líderes indígenas.
La relación entre el poder político y las comunidades sigue siendo a empellones. Por eso las tragedias que llevan en el apellido el conflicto indígena son las más graves en nuestro país.
En esa canasta deben ponerse el expediente de los 43 jóvenes de Ayotzinapa, los cierres carreteros en Oaxaca y la masacre de Nochixtlán, los enfrentamientos en Sonora, Durango, San Luis Potosí o en la península de Yucatán.
Frente a esta asimetría no hay representantes indígenas en el Congreso, no los hay en el gabinete, tampoco en los puestos encumbrados de gobierno, mucho menos en los tribunales o en la Suprema Corte.
Por todas estas razones una candidatura independiente — indígena y mujer— se escucha esperanzadora.
No importa que en principio sea testimonial o que solo juegue en el arranque de la contienda. Cuando menos obligará a los partidos y sus candidatos —AMLO incluido— a mirar la más injusta y la más antigua de nuestras discriminaciones, a la luz de la política actual.
ZOOM: En 2006 un carro se le atravesó desde la derecha; en 2012 fue arrollado por otro que lo rebasó desde el centro. Puede suceder que en esta ocasión AMLO pierda por no mirar hacia la izquierda.
www.ricardoraphael.com
@ricardomraphael