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Más allá del refranero popular —los discursos políticos son como llamadas a misa, a la que acuden sólo los convencidos—, el papa Francisco lanzó un dardo en el corazón de la Iglesia católica mexicana.
En el encuentro privado con obispos mexicanos, Francisco leyó la cartilla a los prelados y, de manera sutil, reconoció lo que es secreto a voces en la jerarquía de la Iglesia católica: la creciente influencia del crimen organizado y el narcotráfico en la Iglesia.
Y es que el Papa puso el dedo en la llaga al pedir a los obispos: “Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la sociedad mexicana entera, comprendida la Iglesia”.
Luego precisó: “No se dejen corromper por el materialismo trivial ni por ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa. No tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar”.
¿A qué se refirió el papa Francisco?
En efecto, pidió a los obispos alzar la voz y llamar a los criminales por su nombre; criminales que están detrás de tragedias como los 43 de Iguala, los 5 de Veracruz, los 79 de San Fernando, los muertos de Salvárcar y decenas de casos que duermen en fosas clandestinas de todo el país.
Es decir, que según el papa Francisco, por el bien de la Iglesia católica —que ha visto morir sacerdotes a manos del crimen organizado—, y como parte de su deber religioso, los obispos mexicanos deben romper todo nexo con el crimen organizado; deben denunciar civilmente a los criminales.
Y es que contra lo que suponen y esperan “los de siempre”, el papa Francisco sabe bien que detrás de las masacres del crimen organizado no está el Estado, sino las bandas del narcotráfico y del crimen organizado; bandas que —incluso— han alcanzado con su brazo corruptor a todos los niveles de la jerarquía católica.
Y si lo dudan, el 26 de septiembre de 2005 —hace casi 11 años y bajo el título de “Sobornar a Dios”—, documentamos parte del vínculo criminal y del narcotráfico con la Iglesia católica.
Resulta que por esos días, el obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez, reconoció lo que hoy denuncia Francisco: que el crimen y el narcotráfico lavan dinero en la Iglesia católica a partir de las llamadas “narcolimosnas”.
¿Qué habría dicho el Papa si el obispo Godínez repite hoy lo que reconoció sin desparpajo en septiembre de 2005? ¿Lo habría excomulgado? ¿Qué dice hoy Godínez —si es que vive— del llamado que hizo el Papa a la Iglesia para alejarse del narcotráfico y que en los hechos fue un traje a la medida de muchos jerarcas católicos? ¿Cuántos sacerdotes, hoy, reciben dinero a través del crimen y del narco?
Lo cierto es que si el dinero del narcotráfico compra la justicia terrenal, también sirve para la compra de la justicia divina. En realidad, la relación de la Iglesia católica y el narcotráfico es un secreto a voces.
Y es que más que cualquier agencia de seguridad o inteligencia del Estado, los sacerdotes católicos y su jerarquía conocen a la perfección el más completo atlas del narcotráfico en México. Saben, con escalofriante puntualidad, lo que ocurre en rancherías, serranías, pueblos alejados, selvas y desiertos; en todo el territorio donde la Iglesia católica tiene presencia, saben de las actividades criminales.
Por eso —y gracias a cañonazos de dinero—, jerarcas católicos aligeran las conciencias de su feligresía criminal. Es decir, que el crimen y el narco sobornan a la iglesia.
Al tiempo.
Mañana, Los muertos con sotana.
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