Fuimos muy amigos, Salvador Elizondo y yo, del gran pintor Francisco Corzas, quien murió prematuramente a finales del siglo XX. Solíamos ir con frecuencia a comer a su casa-estudio de Tizapán. Su mujer, Bianca, nos preparaba unas pastas italianas deliciosas y al calor del vino se armaban divertidísimas reuniones. A Corzas le gustaba cantar con su guitarra y solía cantarnos canciones populares italianas o mexicanas.

Publico esta vez una fotografía de Corzas en su “atalier”, entre las muchas que le hice, porque se acopla bien al borrador del texto que escribió Salvador para la gran exposición que presentó Corzas en el Palacio de Bellas en 1972. Como de costumbre, Salvador y yo hicimos mancuerna. Él escribiendo el texto y yo las fotos para el catálogo del artista.

Miércoles 12.IV.72.—(…) Día más o menos estéril. Por la tarde al CME a oír un ensayo aburridísimo. Sólo pienso en lo de Corzas, pero no comienzo a escribirlo. Tenemos muchos compromisos sociales. Todos molestan y dan miedo a Paulina y a mí me irritan. Ni modo, así es la vida.

(Borrador para texto sobre Corzas)

Los problemas que plantea la crítica de Corzas son problemas que se plantean en términos de relaciones. Esas relaciones son las que posiblemente existen entre ciertas formas y ciertas tradiciones, como la del “atalier” del artista.

El atalier de Corzas.— Un ámbito en el que la pintura se realiza como experiencia de una búsqueda infructuosa, en la que lo que queda es el ardor y el afán de la búsqueda, pero no el tesoro. Queda algo más perdurable que el tesoro: el recuerdo ideal de ese tesoro…


***En la foto: Francisco Corzas en su “atalier ”, abril de 1972. (CORTESÍA PAULINA LAVISTA)

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