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Tuve la suerte, como fotógrafa, de contar con una modelo cuya anatomía se prestaba a jugar, fotográficamente hablando, con un prototipo de una belleza clásica eterna... un arquetipo de proporciones extraordinarias. Medía 1.90 metros de altura, era rubia y con una cabellera que le llegaba hasta las corvas. Sus extremidades eran muy largas y sus manos enormes. Robin trabajó conmigo durante varios años. La fotografíé, la primera vez, desnuda con su “tailess” chango que había traído de Birmania y en muchas otras sesiones fotográficas. A Salvador le encantaban las mujeres y esta bella mujer, naturalmente, lo impactó. Muchas de las fotos que le tomé a Robin ya han sido publicadas, sin embargo prometo a los lectores en mi próximo Pie de Foto publicar una donde aparece Robin desnuda con su chango…
Salvador Elizondo escribe Cuaderno de Diario número 34, páginas 152 y 153
Jueves 19 de abril.— Ayer me la pasé todo el día trabajando en lo de García Ponce. Ya lo terminé. Ahora me falta corregirlo y pasarlo en limpio. Hoy me dedicaré todo el día a mi artículo para Excelsior, que no tengo la menor idea de qué tratará. El resto del fin de semana lo dedicaré a lo de Diálogos, a ver si lo puedo tener todo terminado para el lunes.
Por la noche.— Ya tengo una cuartilla de mi artículo que trata de la comprensión del tiempo, una operación imposible —especialmente en México— todo a propósito de la “semana de cuarenta horas”. Ya tengo todo el plan. Podría hacerlo con una gráfica. Mañana lo terminaré.
Ayer vino Robin. Descubrí que tenía facciones leonardescas. Una cabellera espléndida. Mejor que cualquier otra. Las comisuras de sus ojos como las de los personajes de la “Santa Ana, la virgen y el niño”. Paulina le ha hecho unas fotos extraordinarias desnuda. En las fotos se ve maravillosa, porque va desnuda. Las mujeres en cuanto se ponen cosas para taparse el cuerpo pierden la gracia…