La derrota de AMLO en las pasadas elecciones estatales, más allá de su partido y sus candidatos, sobre todo en el Estado de México, es el inicio de la salvación nacional de ese personaje, que sigue siendo un peligro para México.
En principio, el triunfo de Alfredo del Mazo en esa entidad, evitó que con Delfina Gómez en la gubernatura, Andrés Manuel López Obrador ejerciera de facto ese cargo.
Es sobradamente sabido que al designarla “su” candidata, lo que buscaba era ser su titiritero. Sin experiencia y dócil; limitada y subordinada a la voluntad de su amo, no habría sido más que su títere, la pantalla del poder. Quien realmente lo ejercería, natural y obligadamente, sería el dos veces candidato frustrado a la Presidencia de la República y todo su séquito de impresentables.
Asumiéndose como el poder tras el trono en esa poderosa entidad en lo económico y fundamental en lo político-electoral para los propósitos de recreación del gobierno federal y del PRI, en realidad se colocaría como el verdadero gobernador.
Ahí, justamente, estaba un enorme peligro que se abriría en distintas vertientes. Al perder los comicios, sobre los cuales todo puede reclamar y nada conseguir, está inicialmente la cancelación de todos los riesgos que implicaba que se entronizase como gobernador-usurpador.
El presupuesto que tiene anualmente el gobierno mexiquense raya en los 300 mil millones de pesos. ¿Qué habría de suponerse que AMLO hiciera con ellos a trasmano, imponiéndole cuotas o derecho de piso a Delfina Gómez?
Conservadoramente, destinaría un diez por ciento a seguir promoviendo su candidatura presidencial. Eso representaría unos 30 mil millones de pesos de aquí al día de la elección, sólo en el Estado de México.
Esos recursos podría gastarlos de manera personalísima a cargo del erario estatal. Habilidoso como lo ha testimoniado tantas veces para esconder y simular sus finanzas, no sería detectado.
Con tanto dinero bajo su control, habría estado en posibilidad de abonar sustantivamente a la única, enfermiza causa que lo mueve en su vida, que es gobernar México.
¿Acaso para cumplir la ley, ajustar sus actos a la democracia y permanecer en ese cargo únicamente por seis años? Los tiranos quieren siempre morir en su trono.
Populista recalcitrante y ahistórico como se exhibe de manera permanente, y con disponibilidad de un caudal casi ilimitado, con certeza reforzaría sus innegables vínculos con algunos de las más nefastos y perniciosos regímenes.
Nicolás Maduro, que tiene a su pueblo con un puñal en el pecho y en el hambre; Daniel Ortega, que de guerrillero mudó a autócrata en Nicaragua; Raúl Castro, que sigue negado las libertades en Cuba pese a su acercamiento con Estados Unidos, y Evo Morales y Lenín Moreno, quienes llegaron para quedarse con Bolivia y Ecuador, respectivamente, tienen los brazos abiertos para que se eche en ellos su compadre Andrés Manuel.
Aliados en connivencia para mantener y quedarse en y con el poder indefinidamente, esos personajes serían, juntos, una tragedia para América Latina, con independencia de lo que ya son para sus respectivos países.
La sabiduría popular que le negó apoyo a AMLO-Morena en el Estado de México, muy probablemente sin saberlo de bien a bien, lo hizo por esos motivos. El favor que los electores le hicieron al resto de los mexicanos es inestimable.
Pero no todo está terminado. Herida, la fiera reacciona aún con más determinación y furia. Esto es lo que hay que esperar de AMLO en lo inmediato, pese a su discurso pacifista.
Pero si en sus orígenes como político amenazó con dinamitar pozos petroleros en Tabasco por sus permanentes inconformidades y rebeldía, retomar esa línea ahora le significaría un costo total y definitivo.
La sociedad sabe que la violencia no es alternativa de nada. Siempre acarrea calamidades. De donde se sigue que si AMLO la toma como opción desesperada, perderá todo lo que ha ganado en décadas de lucha por el supuesto cambio que proclama.
En última instancia, las instituciones y las leyes están para frenar cualquier intento por deshacer los bienes que como país tenemos. Para ello, la apelación al uso legítimo de la fuerza tendría que esgrimirse contra quien fuere. Lo ideal es que no se llegue a ese extremo.
Pero hasta este punto, es indispensable aquilatar a qué grado nos salvamos… ¡por ahora¡ Lo que obliga a alcanzar esa seguridad plena en 2018.
Y es que el riego no es tanto AMLO porque solo no puede; si no el grupo de cínicos y corruptos que siempre lo acompañan y lo “sorprenden” con sus actos deshonestos y hasta vandálicos.
Las cartas están echadas para el próximo año. Ojalá que se escoja a los mejores candidatos con las mejores alianzas para ganarle la partida a quien lleva sentado a la mesa 18 años, renegando e imputando siempre que pierde porque le hacen trampa.
SOTTO VOCE… Según múltiples afectados y fuentes confiables Armando Villarreal Jiménez cuenta con una larga y negra historia de defraudador, corruptor y falsificador de documentos oficiales. Se ostenta como socio de Grupo IMU (Imágenes y Muebles Urbanos) y está tratando de sorprender a autoridades de distintas Delegaciones de la CDMX con documentación apócrifa de diferentes empresas para mantener e incrementar su pingüe negocio de publicidad en paraderos de autobuses, destinados a sitios de taxis. El director de Transporte Público Individual de la Semovi, Jesús Romero, debe tener mucho cuidado con ese sujeto para evitar que lo “envuelva”, así como para despejar eventuales sospechas de su desempeño y de que estaría recibiendo algún moche.
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