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El Presidente de la República cambia su estrategia de comunicación. El aislamiento y la distancia que la caracterizaron durante la primera mitad de su administración, los convierte en diálogo y acercamiento. Este es un ejercicio obligado de todo gobernante en cualquier régimen democrático. Es uno de sus grandes deberes. Gobernar con el pueblo, comenzando por informarlo, es la mejor forma de generar consenso.
La mudanza a la interlocución del titular del Poder Ejecutivo comenzó esta semana, cuando en un solo día se reunió con sesenta periodistas de todos los medios importantes de la capital del país que día a día informan y forman opinión.
El vocero presidencial, Eduardo Sánchez, rompió el esquema absurdo y errático de su antecesor, David López, instalado ahora cómodamente en una curul diputadil, y abrió las puertas del poder presidencial para hacerlo totalmente visible, aun con fallas y aciertos, como debe ser en cualquier democracia.
La lógica de la visibilidad y la exposición que ahora empiezan a caracterizar la comunicación presidencial es algo que López le había negado a la sociedad. Con la anuencia de su jefe, que debe estar complacido, Eduardo Sánchez la instala en la esfera pública sin límites y sin contratiempo.
Un gobierno abierto debe informar, no callar, omitir ni silenciar. Cuanto más tenga al tanto a la población de lo que hace y decide, más respaldo colectivo tendrá. Ese error garrafal es finalmente superado, sobre todo ante la expectativa ofrecida de que el intercambio prensa-poder presidencial continuará.
Reunido con dos grupos de treinta comunicadores cada uno, Enrique Peña Nieto habló de todo. No hubo un solo tema vedado. No hubo preguntas a modo ni mucho menos inducidas. Con respeto y claridad, respondió con sinceridad a todos los planteamientos que se le formularon. Claro que los exhibicionistas y altaneros nunca faltan. Pero por eso, no son dignos de ninguna consideración.
Hombre de un poder inconmensurable, semidiós sexenal dada la historia, la tradición y los usos y costumbres nacionales, el primer magistrado se mostró como quizás nunca lo hizo ninguno de sus antecesores: profundamente humano, expuesto a errores, como cualquier mortal.
Con la conversación, realizada en Los Pinos, Peña Nieto echó una palada de tierra más al presidencialismo que ha caracterizado a México y en el que el titular de la banda y la silla que representan un poder casi absoluto, se desmitificó a sí mismo y se presentó como simplemente humano.
Este hecho reviste una gran trascendencia, porque al ser visto como persona y no como divinidad, la gente sabe que ésta es de carne y hueso, que habita en la Tierra y que sin impedimentos puede manifestarle sus inquietudes, preocupaciones y demandas, y ser escuchada y atendida. Los líderes de opinión son los más legítimos interlocutores de la sociedad ante el poder.
Esto cobra más relevancia todavía, cuando se considera que en este país los gobernantes, investidos con un manto cuasi sagrado, se colocan por encima de todos, no oyen, no hablan con el pueblo, no le informan, y hacen su arbitrio con base en el status de omnipotencia, omnipresencia y omnisapiencia del que se los dota, así sea únicamente por seis años y sin importar que desempeñen bien o mal su responsabilidad. Al cabo de un sexenio, la mudanza los lleva a la realidad que olvidan mientras son poderosos. Mantenerse en ésta, seguro debe ser menos traumático que cuando siéndolo todo, despiertan siendo nada.
El acierto del nuevo despliegue informativo del Presidente de México se da justamente cuando más lo necesita, tomando en cuenta el costo que han tenido para él algunos graves y/o escandalosos episodios durante los más de cuatro años que lleva su administración, y la embestida cotidiana de Donald Trump contra nuestro país.
Continuar en la línea de apertura informativa que ha comenzado exitosamente, le permitirá arrostrar esos problemas y, previsiblemente, ganar el suficiente consenso en los comicios de los estados de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz, de junio próximo y los presidenciales, de los cuales nos separan sólo unos meses.
SOTTO VOCE… El Consejo de la Judicatura Federal se supone que es la entidad que vigila y supervisa los actos y las decisiones de la Suprema Corte y es de ella justo donde salen a la luz presuntos actos de corrupción con millones de pesos en el auto de un funcionario. No estaría cumpliendo con su función. Entonces, ¿cuánto cuesta mantenerla? ¿Tiene sentido su existencia?... En el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no ven ni escuchan. Sin el menor rubor, los magistrados y su burocracia dorada siguen gastando a manos llenas. Insensibles, la situación que vive el país los tiene sin cuidado… Omar Fayad, dicen no pocos políticos de Hidalgo, llegó al gobierno de esa entidad a una sola cosa: cobrar venganza de cuantos cree que son sus enemigos pese a que muchos fueron sus aliados. “Es el Trump hidalguense”, dicen más de dos, arrepentidos de haberlo ayudado a encumbrarse.
ombeluniversal@gmail.com
@mariobeteta