Cuando conocí a Juvenal Acosta, primero en México, luego en San Francisco, yo quería tener su vida. San Francisco era su piel, los cafés sus estudios, la editorial City Lights su segunda casa. A pesar de que el propio Juvenal escribiera Mexico City Blues, a mis ojos, la Ciudad de México aparecía empequeñecida y nada literaria junto al San Francisco —de Twain, de Jack London, de Ginsberg, de Ferlinghetti, desde luego. Y luego Juvenal Acosta organizó los encuentros donde nacieron amistades firmando su para siempre— poetas y naradores: Toscana, Parra, Morales, Puértolas, Montiel, Espina, Paz Soldán, etc. Y seguimos esa idea de los lazos iberoamericanos hasta Chile, luego a México (en Morelia) y el entusasiasmo se nos desbarrancó cuando todo apuntaba a Portugal, que si un encuentro así requería de las luminarias de la literatura mexicana: querían a Carlos Fuentes. Nuestro espíritu era otro. Tan es así que se acabaron los encuentros iberoamericanos pero la amistad y la admiración ha sobrevivido.

No había visto a Juvenal en muchos años y cuando desperté, Juvenal tenía tres libros publicados en la prestigiosa Tusquets. El primero de la trilogía es una reedición de la novela cuya primera aparición celebré: El cazador de tatuajes, y cuya relectura me volvió a asombrar y aquí la comparto.

Escribió Julio Cortázar en su espléndido cuento: “Tu más profunda piel”: Más tarde comprendiste y no hubo pena, me cediste la ciudad de tu más profunda piel desde tanto horizonte diferente, después de fabulosas máquinas de sitio y parlamentos y batallas. En esta novela, protagonista Julián Cáceres, hospitalizado, el cuerpo inservible afirma que hay mujeres que son una Ítaca de carne. Así inerme hace un recuento de las mujeres que lo han constituido, las que ha deseado, tenido, y son tatuajes en su piel y su memoria. En esta especie de anatomía de un seductor, reflexión íntima de complicidades y desamparos, de arribos y despedidas, de encuentros carnales y emocionales, el protagonista quiere reconocer y devolverles un mundo de palabras a las mujeres cardinales de su vida. A las mujeres ciudad. La ciudad, artificio necesario, el erotismo, también. Sabe que fundar lenguajes es una manera de encontrar la clave de su identidad, de su ser mexicano en el extranjero, explorador en cuerpo ajeno. Julián Cáceres dialoga con sus personajes literarios, de pronto es Artemio Cruz en su agonía, busca los símbolos, la música, los fetiches de un ritual para entrar al paraíso.

A partir del ingreso de Cáceres, un maestro de literatura mexicano, que vive en San Francisco, a un hospital, vivimos el gozo y el abismo de este seductor contemporáneo. “Soy un harem y un hospital colgados juntos de un ensueño”, escribió López Velarde en el poema que aparece en el epígrafe y que retoma el protagonista de este viaje mítico por las mujeres cardinales. “El tatuaje es una cicatriz producto del deseo” donde dolor y placer son los extremos que tensan la trama de un tiempo que ocurre en la mente de Julián.

Cáceres recorre una cartografía femenina: “un mapa invisible de emociones y ansiedades. Mapa de carne suave y líquidos ambarinos que escurren en entrepiernas idas. Mapa de mujeres inteligentes, generosas, fuertes. Grafía carnal de gestos y de signos”. Marianne-Nueva York, Sabine-Buenos Aires; Constancia-Ciudad de México y la Condesa-San Francisco. Rascacielos son extensiones extremas, canales e incendios cicatrizando, tatuando la fisonomía de las orbes, artificio del hombre, refugio y prisión, del cual el protagonista es mutante natural. Es desde el cuerpo averiado y la sentencia de la fragilidad que Cáceres encara su universo confundido y su harem perdido.

Narración poderosa, cuajada de reflexiones, lecturas, batallas de carne, piel, memoria. No podemos evitar sentir ternura y deseo de amparo ante la tragedia del protagonista, que nos hermana en la misma descobijada condición de buscadores de la dicha, a lomos del placer. Acosta nos recuerda que somos también nuestra oscuridad y que no hay paraíso que se sostenga sin reconocer el abismo. Desde el abismo, Julián Cáceres construye el paraíso cardinal de su memoria, que reverencia y reconoce los parabienes de la cacería y la eminencia de la muerte.

Bienvenidos a esta escritura del orgasmo.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses