Si lo que estamos observando no se llama Guerra Fría, al menos se le está empezando a parecer bastante. Los últimos "juegos de guerra" llevados a cabo por Rusia y por la OTAN son signos del nivel al que está escalando el actual enfrentamiento entre Moscú y Occidente. Ciertamente estamos en momentos de la historia muy distintos a los del siglo XX, y en teoría, hay una gran cantidad de factores que deberían presionar hacia la distensión eventual entre las potencias rivales. Sin embargo, hay también numerosas razones para tomar los recientes sucesos con absoluta seriedad.
Hace unas semanas Rusia condujo una serie de ejercicios militares aparentemente diseñados para simular una confrontación de gran escala con la OTAN. Se trata de uno de los movimientos militares más importantes de los últimos tiempos por parte del Kremlin. En ellos, Moscú desplegó de manera paralela submarinos armados con bombas atómicas, misiles balísticos y aviación de élite. Rusia anunció que para estas maniobras empleó alrededor de 45,000 militares, 3,000 vehículos, 40 buques, 15 submarinos y 10 aviones, además de equipos de apoyo. Este ejercicio viene acompañado, además, del reposicionamiento de armamento nuclear por parte del Moscú en sus fronteras con países miembros de la OTAN.
Por contraparte, desde el pasado 4 de mayo, diez países de la OTAN junto con Suecia -país no miembro de OTAN-, han iniciado ejercicios militares en el Mar del Norte en los que se busca mostrar las capacidades militares de la alianza atlántica en el combate en contra de submarinos. Estos ejercicios, además de las reuniones diplomáticas que les han acompañado, reflejan un notorio incremento en la cooperación entre los estados nórdicos y los bálticos en materia de seguridad.
Como se sabe, estas maniobras no son otra cosa que exhibiciones de fuerza, las cuales se suman a otras como lo será el desfile militar que veremos hoy 9 de mayo en la Plaza Roja de Moscú durante el Día de la Victoria (en conmemoración al 70 aniversario de la capitulación de la Alemania Nazi). Su objetivo es proyectar poder y amenazar o disuadir a potenciales enemigos. Es decir, el despliegue de "juegos de guerra" no significa que nos encontremos ante el riesgo de alguna confrontación armada inminente. Lo notable, sin embargo, es el incremento en la frecuencia y en la magnitud de estas exhibiciones de músculo a raíz del aumento en las tensiones entre Rusia y Occidente. Estas tensiones no inician con el conflicto de Ucrania pero se catalizan por éste.
Es importante, sin embargo, anotar algunos factores que en teoría deberían limitar dichas tensiones:
1. Estados Unidos no se encuentra en fase de expansión, sino de repliegue militar relativo a nivel global. En parte por restricciones financieras, en parte por las repercusiones geopolíticas y políticas de sus intervenciones en Afganistán e Irak, y en parte por la visión y personal estilo de Obama, Washington ha decidido jugar un papel militar mucho más reducido en asuntos globales. Esto le obliga a priorizar temas y políticas. Así, tras los sucesos de Ucrania, la Casa Blanca ha optado por privilegiar la ruta de las sanciones económicas y diplomáticas en contra de Moscú por encima de estrategias de contención militar. Esto tiene matices y podría cambiar, pero por lo pronto, esta política debería, teóricamente, limitar el nivel de enfrentamiento entre las superpotencias. Este punto, no obstante, debe ser contrastado con la visión de quienes piensan que justamente lo que puede atizar el conflicto es el hecho de que tanto rivales como aliados están percibiendo a Estados Unidos como débil y falto de liderazgo, o al menos como una superpotencia no dispuesta a utilizar la fuerza que tiene.
2. Rusia experimenta serios problemas en su economía. La suma de los efectos de una recesión que precede a la crisis ucraniana, con las sanciones económicas que Occidente le ha impuesto y el dramático declive de los precios del petróleo, debería ocasionar, teóricamente, que eventualmente el Kremlin prefiera optar por la cooperación y no por el conflicto con Occidente. Hay analistas que piensan que es altamente probable observar próximamente una moderación en el tono de las disputas que se han detonado a raíz de Ucrania y otros temas. Sin embargo, una vez más, esto debe ser contrastado con una visión distinta. La popularidad interna de Putin (arriba de 80% desde hace tiempo) se catapulta cuando exhibe posiciones de fuerza frente a Occidente y ese solo hecho podría ocasionar que el presidente ruso esté dispuesto a pagar los costos económicos del enfrentamiento, o a buscar salidas por otras vías como por ejemplo, a través de incentivar mercados alternativos a Europa, entre otras medidas. Habrá que seguir este tema muy de cerca.
3. Por último, las relaciones internacionales de hoy son mucho más complejas que las que imperaron durante la mayor parte de la Guerra Fría del siglo pasado. Keohane y Nye llaman a este fenómeno la "interdependencia compleja". Hay actores transnacionales no-estatales con intereses propios y potencial influencia en la toma de decisiones -como por ejemplo las empresas petroleras occidentales que mantienen importantes proyectos y negocios con empresas rusas- que pudieran tener el potencial de distender el conflicto que se ha generado entre los gobiernos. Así, los intereses económicos que hay al interior de Europa han aminorado el alcance y velocidad con que se han impuesto las sanciones de la UE a Moscú. Por otro lado, hay temas que pudieran hacer confluir los intereses de Moscú con los de Washington y sus aliados, como por ejemplo, el terrorismo islámico. Sin embargo, estas cuestiones deben ser también sopesadas con precaución. Hasta ahora, ni los intereses comunes -políticos, económicos o comerciales- ni la influencia de los actores no-estatales, han sido suficientes para detener la carrera armamentista que se ha reactivado (desde antes de la crisis de Ucrania pero con mayor fuerza desde entonces), o los despliegues de fuerza que estamos atestiguando.
Como conclusión, se trata de fenómenos en pleno desarrollo. En ellos operan a la vez factores que tienen todo el potencial de incrementar las tensiones entre las potencias rivales, y factores que podrían ayudar a distender el conflicto. Hay que observar lo que ocurra en los próximos meses con muchísima cautela. El riesgo que se corre es demasiado elevado. Aunque los analistas de temas militares y estratégicos los llamen "juegos de guerra", no son ningún juego y, a veces, un solo error humano podría hacer que las cosas se salgan de las manos de quienes los protagonizan.
Twitter: @maurimm