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La erupción de la crisis china a mediados del verano ha puesto en claro que la certidumbre sobre la volatilidad en los mercados externos va a continuar. En los últimos 26 años, China ha experimentado el crecimiento más espectacular de la historia, medido tanto por la tasa continua de expansión como por el número de personas que ha superado la pobreza. El modelo chino estuvo basado en la emigración hacia actividades de mayor valor agregado (lo que se tradujo en un incremento de la productividad promedio), en una alta tasa de ahorro e inversión (cercanas a 50% del PIB) y en un fuerte bono demográfico resultado de la política de hijo único adoptada hace cuatro décadas.
Estas tres fuentes de crecimiento chino tienen ahora rendimientos decrecientes significativos e, incluso, pueden empezar a contribuir negativamente. El primer signo de alerta surgió en el contexto de la crisis financiera iniciada con el colapso de Lehman Brothers en el otoño de 2008. Para evitar un ralentizamiento acelerado ante la perspectiva de la gran recesión, el gobierno chino se embarcó en un muy ambicioso programa de expansión de la demanda agregada y del crédito (a empresas del estado y gobierno locales). La expansión crediticia china resultó tan grande como el crecimiento de la hoja de balance de la Reserva Federal de Estados Unidos que era, de suyo, el relajamiento monetario más amplio de la historia reciente.
La economía china ahora ve la confluencia de debilidades estructurales y desequilibrios resultado de subsidios entre regiones, sectores y empresas, de inversiones no redituables financiadas con crédito y un alto nivel de deuda en varios segmentos de la economía. La excepcionalidad de China, por su tamaño, reservas, tasa de ahorro, convertibilidad limitada del yuan y sistema político de pocas libertades, implica que el necesario ajuste puede posponerse aun a un alto costo.
Sin embargo, los acontecimientos recientes (caída del mercado bursátil, intervención fallida del gobierno y devaluación del yuan) empiezan a ser interpretados como síntomas de vulnerabilidad, y se han traducido en un castigo a toda economía que lleve la etiqueta de “emergente” o que dependa de las materias primas.
Es precisamente esta combinación la que daña a Brasil, Rusia, Sudáfrica y varios países de América Latina. Aunque a algunos parezca difícil, México tiene que hacer un esfuerzo para presentarse, con credibilidad, como una economía no emergente. Pueden hacerse tres argumentos, de más a menos convincentes:
El primero es recordar a los mercados que el ciclo económico mexicano está sincronizado con el de Estados Unidos. Durante mucho tiempo se ha criticado la correlación inevitable con el principal socio comercial, pero hoy esto es una clara ventaja a pesar de que sus perspectivas de crecimiento sean menos halagüeñas, pero mejores que las de otras regiones. La clave es lograr no sólo una rebanada más grande de un pastel que crece menos, sino incorporar más valor agregado doméstico por unidad producida y exportada. Antes de que termine el año, México habrá sobrepasado a Canadá para convertirse en el segundo proveedor de Estados Unidos sólo después de China. Pero hay que ir más lejos y aprovechar la devaluación real del peso y el gas natural disponible y barato para incorporar regiones del país que no participan en las operaciones de comercio exterior, así como valor agregado mexicano por unidad producida y exportada.
Dos anuncios recientes permiten reforzar este punto: por un lado, la terminación de la negociación del Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) y el papel que jugó México en el proceso, permiten argumentar que ahora la estrategia es no sólo incrementar el comercio y la inversión en América del Norte, sino convertir al país en su plataforma de exportación a Asia y al mundo. Por otro, la firma la semana pasada del Memorando de entendimiento con Estados Unidos para el programa de despacho aduanero conjunto puede convertirse en un importante catalizador para una plataforma logística. Con este Memorando, que se logró sólo después de más de 20 años, se permitirá tener personal de aduanas de México en el aeropuerto de Laredo, Texas, y de aduanas de Estados Unidos en la Mesa de Otay, Baja California y San Jerónimo, Chihuahua para el predespacho aduanero de mercancías. A esto hay que sumar la terminación del puente transfronterizo que hará binacional al aeropuerto internacional de Tijuana.
Si estos experimentos aduaneros bilaterales tienen éxito, no es descartable que en algunos años se cuente con personal de migración y aduanas en los aeropuertos de Cancún, Houston, San Luis Potosí y, por qué no, el NAICM, entre otros. El predespacho en ellos haría que los vuelos entre México y Estados Unidos fueran domésticos, lo que elevaría su atractivo para aerolíneas nacionales, estadounidenses y de otros países exponencialmente. Complementado con acuerdos de cielos abiertos, México se convertiría en una importante plataforma logística y de exportación al mundo y con mucha mayor competitividad.
El segundo argumento descansa en asegurar que los ingresos petroleros menguantes no pongan en peligro la estabilidad de las finanzas públicas ni incrementen todavía más la proporción de deuda a PIB que ya alcanza 47%. Si bien la economía mexicana no tiene una dependencia de las materias primas, el gobierno mexicano tiene que aprender a funcionar con una reducción significativa de ingresos petroleros, disminuir el alto déficit actual y transitar a un esquema de finanzas públicas que no implique el uso de un recurso no renovable para financiar gasto corriente. Es altamente probable que el ajuste al presupuesto resulte insuficiente y que sea necesario apretarse aún más el cinturón en los meses venideros. Por lo mismo, no se descarta que se exploren mecanismos alternativos para una mayor recaudación fiscal. Quizá llegue pronto el momento de contemplar una gran reforma tributaria que cambie el pacto de coordinación fiscal y tenga como eje el impuesto predial.
Finalmente, el pendiente más difícil, el que toma más tiempo, requiere un mayor compromiso —hasta hoy ausente— y el definitivo para argumentar con credibilidad que México no es emergente es avanzar en el establecimiento del estado de derecho. La principal razón detrás del crecimiento insuficiente y disparejo es, sin duda, la ausencia de reglas claras que se respeten, la escasa protección a los derechos de propiedad y el dinamismo de la industria de la extorsión que, ésa sí, experimenta crecimientos envidiables y afecta, sobre todo, a las pequeñas y medianas empresas.
Cuando México pueda decir sin rubor que se está progresando en el imperio de la ley, los observadores y mercados creerán que deja de ser emergente.
@eledece