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Le costó mucho trabajo y tiempo al presidente Barack Obama convencerse de las virtudes del comercio internacional. Como senador de Illinois y como candidato a la presidencia de su país, su inclinación natural era hacer caso a los grupos dentro del partido Demócrata que han secuestrado la política comercial de la economía más grande del mundo.
Después de muchas dudas, Obama finalmente decidió arriesgar su capital político e impulsar el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP por sus siglas en inglés) para crear la zona de libre comercio más grande del mundo al involucrar a Australia, Brunei, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Nueva Zelandia, Perú, Singapur y Vietnam. El impulso al TPP por parte de la Casa Blanca tenía plena justificación económica, pero también geopolítica.
TPP presentaba una oportunidad estratégica para avanzar las negociaciones comerciales internacionales ante el fracaso de la ronda de Doha en la Organización Mundial de Comercio, para detonar una reacción en Europa y establecer condiciones para una negociación trasatlántica (Estados Unidos y la Unión Europea ya están negociando en acuerdo trasatlántico, TTIP, por sus siglas en inglés), para sentar bases modernas de comercio en el ámbito transpacífico con el objetivo de que algún día se apliquen a China y todo esto a un muy bajo costo ya que la negociación no implica concesiones importantes que pudieren generar rechazo por parte de productores de Estados Unidos.
Desde el punto de vista geopolítico, el TPP se convertía en la principal pieza del pivote de la política estratégica de Estados Unidos hacia Asia y como contrapeso del activismo chino, al tiempo de que TTIP, viable como consecuencia del TPP, cumplía con la doble función de acercamiento a Europa frente al reto de Vladimir Putin, así ancla para volver menos probable la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea.
Uno pensaría que sin costo económico relevante (Estados Unidos está prácticamente abierto con la mayoría de las economías de TPP o lo ha hecho ya en el ámbito multilateral) y con sólidos argumentos geopolíticos, la venta interna del TPP debiera no ser muy difícil. Podría, pero de manera equivocada.
Dado el funcionamiento del Congreso de Estados Unidos, es impensable que la negociación con los doce países pueda concluir exitosamente si la Casa Blanca no obtiene la autoridad de negociar por parte de su Congreso, TPA por sus siglas en inglés, de tal suerte que el tratado no pueda ser enmendado en el pleno de las cámaras de diputados y/o senadores.
La semana pasada la Cámara de Diputados de Estados Unidos votó el TPA a favor, pero rechazó el programa de asistencia para desempleo ocasionado por comercio internacional (TAA por sus siglas en inglés) que era parte del mismo paquete legislativo que ya había sido aprobado por su Senado. De esta manera, el Congreso no ha concedido la autorización para negociaciones comerciales que necesita el presidente Obama para concluir el TPP.
Las opciones para Obama son las siguientes: una, tratar de convencer a los miembros de su propio partido demócrata para que se pronuncien a favor del TPP, lo que tiene probabilidad de cero. Dos, buscar que se saque el TAA del paquete para que TPA pueda ser votado en sus propios méritos; esta solución tiene muy poca probabilidad debido al rechazo al TPA que se puede generar en el Senado que ya aprobó el paquete. Tres, convencer a los republicanos en la Cámara de Diputados que aprueben el TAA, al que se opone la extrema derecha de este partido por razones ideológicas y otros por razones prácticas (al no haber una apertura disruptiva como consecuencia de TPP) para que se apruebe el paquete tal como lo hizo el Senado. Ésta es la opción más viable, aunque no necesariamente probable.
El tiempo corre en contra de Obama: entre más cerca estén las elecciones—que comienzan al principio de 2016—más difícil será pasar TPA y luego TPP. El costo para el Presidente de no lograrlo es enorme: prestigio internacional disminuido al no poder conseguir votos para un proyecto geoestratégico y sin costo económico; precedente muy negativo no sólo en la región Asia Pacífico, sino también en medio oriente en donde sería interpretado como un signo de debilidad; no se generaría una de las pocas noticias positivas con que pudiere contar la economía mundial.
Una pregunta importante es la posición de Hillary Clinton. Su intuición ha sido evitar el tema y no comprometerse con una posición de libre comercio para proteger su flanco izquierdo en las elecciones que se avecinan. Está equivocada. Éste tema no se puede eludir por varias razones: una, su esposo estuvo en la misma disyuntiva hace 22 años y acabó apoyando al TLCAN durante la campaña (los opositores al TPP le llaman TLCAN con esteroides). Dos, como secretaria de Estado, ella participó en el diseño del pivote asiático y defendió estratégicamente al TPP; algún correo electrónico lo comprobará. Tres, debiera estar más preocupada por ocupar el centro que de los ataques sobre el flanco izquierdo si quiere parecer presidenciable.
La incertidumbre que hay en Estados Unidos sobre TPP da la razón a la política comercial activa de México y a seguir impulsando la Alianza Pacífico, trabajar en la profundización del acuerdo con la Unión Europea e insistir en que se tengan las mismas disciplinas que tendría TTIP y mejorar el cruce fronterizo con Estados Unidos. El error sería no seguir con la apertura que distingue al país y enviar la señal de que grupos de interés proteccionistas dictan la política comercial como en el vecino sin TPA y TPP.
@eledece