Robert Zoellick, representante comercial de Estados Unidos bajo la presidencia de George W. Bush, acuñó el término liberalización competitiva para resumir la estrategia de política comercial ofensiva al perseguir cuatro categorías de apertura con carácter complementario. Los negociadores comerciales clasifican en cuatro categorías los procesos de apertura: unilateral (no estratégico), bilateral (estratégico por la selección del socio), plurilateral (estratégico por la definición del sector o la disciplina a negociar) y multilateral (no estratégico por ser de aplicación a todas las economías). Los países exitosos en el ámbito del comercio exterior construyen una agenda simultánea para todas y cada una de las categorías. La clave es no verlas como sustitutas, sino como complementarias: el valor marginal de cada de una ellas crece al avanzar en las otras tres.

Sin embargo, no pocos observadores e incluso negociadores tienden a verlas como excluyentes. Se preguntan, por ejemplo, ¿qué sentido tiene la apertura unilateral si se pierden fichas de negociación para las otras categorías? O ¿para qué perseguir aperturas no estratégicas que pueden mermar el acceso preferencial estratégico obtenido? El punto, no obstante, es reconocer que las negociaciones comerciales internacionales no son un fin en sí mismo, sino que deben evaluarse en términos de su impacto en la competitividad de la economía para la atracción de inversión y talento. Los países seguros de su propia competitividad son más propensos a apostar por la liberalización competitiva y enfatizar negociaciones simultáneas en todos los frentes ya que se retroalimentan entre ellas.

Es paradójico que en el proceso para la modernización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), sea México el que apele a la liberalización competitiva como fuente de fortaleza en la renegociación. Por su lado, Estados Unidos iniciará, por el momento, con un solo frente abierto.

Si bien se había optado desde hace mucho por tejer una red de relaciones comerciales, el hostigamiento de Trump al comercio e inversión con México le ha dado un impulso importante a la diversificación y la exploración de alternativas. Aunque algunos hubieran esperado que la política comercial en este gobierno fuera menos ambiciosa y activa, la llegada de Trump al poder dio una nueva urgencia a la agenda de negociaciones. Hoy el gobierno de México está atendiendo e impulsando diversos frentes de manera simultánea. Por un lado, proceden los preparativos para la revisión del TLCAN. Por otro, esta semana se negocia una ronda adicional para la revisión del Tratado de Libre Comercio Unión Europea México (TLCUEM) con el propósito de concluirla a fines de 2017. Este último proceso es estratégicamente clave no sólo por la importancia de ese mercado y el potencial de atracción de inversión, sino por el efecto demostración con respecto a la renegociación del TLCAN. Entre más ambicioso sea el TLCUEM, mayores serán las posibilidades de una renegociación exitosa del TLCAN.

Pero los negociadores mexicanos no se detendrán allí, sino que continuarán trabajando para explorar la posibilidad de revivir el Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) y lograr consolidar este año el TPP-1 que aseguraría el acceso incremental de mercado en Japón y permitiría a los exportadores mexicanos y canadienses (si su país se anima a impulsar el esfuerzo) a tener una clara ventaja de tiempo sobre sus competidores estadounidenses en productos agropecuarios de muy alto valor agregado.

Al mismo tiempo, es menester proseguir con la profundización de la Alianza Pacífico con el doble objetivo de servir como alternativa si el TPP-1 no funciona e influir positivamente en el proceso de integración de América Latina al poder invitar, algún día, a países del Mercosur como posibles miembros.

Aunque todos estos frentes simultáneos compiten por los recursos humanos limitados de la Secretaría de Economía, en realidad se refuerzan entre sí y el avance en unos y otros aumenta su atractivo. Es indispensable progresar en todos ellos para maximizar la probabilidad de éxito en cada uno.

Por su dimensión y por el ambiente que se respira en Washington, la renegociación del TLCAN será, sin duda, la más compleja. A pesar de que es posible imaginar un caso en el que se avance con celeridad y se adopten y adapten los textos del TPP en congruencia con los objetivos publicados por el gobierno de Estados Unidos, debe esperarse una negociación áspera, dura y compleja. El primer salvo ya ha sido disparado al proponer el gobierno de Trump la eliminación del Capítulo XIX, el cual reconoce el derecho de los exportadores de litigar cuotas compensatorias de dumping y subsidios en tribunales de arbitraje internacional en lugar de en las cortes domésticas.

Se antoja difícil, a pesar del deseo de terminar con las negociaciones de manera expedita, que Canadá y México simplemente se apeguen a los objetivos de negociación de Estados Unidos, los acepten todos y no pongan en la mesa objetivos ambiciosos propios. Y esto no sólo por el hecho de las dificultades políticas de vender una renegociación en la que no haya concesiones de su parte, sino que, un TLCAN reformado que no sea ambicioso, quizá no tenga éxito su Congreso.

Es menos probable lograr la concreción de un nuevo TLCAN si no es suficientemente atractivo. Grupos del sector privado de Estados Unidos van a buscar subir el nivel de ambición de tal suerte que el TLCAN sirva otra vez como ejemplo para influir en negociaciones comerciales internacionales en todo el mundo. Como el TLCAN es el único instrumento en juego en su país y dado que Canadá y México podrían estar más dispuestos a desarrollar nuevas y más altas disciplinas que las alcanzables en negociaciones más numerosas (como TPP) o complicadas (como con la Unión Europea), existe un poderoso incentivo de utilizar esta negociación para contar con un nuevo modelo para el comercio del siglo XXI.

Es decir, se maximizan las probabilidades de una negociación y aprobación exitosas si el contenido es innovador y ambicioso. El nuevo TLCAN puede convertirse en el modelo que sustituya al acuerdo trasatlántico entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP), que está ahora detenido, y fijar las nuevas modalidades de comercio exterior.

Tanto para incrementar la probabilidad de que la renegociación del TLCAN tenga éxito, como para diversificar sus relaciones comerciales, México debe adoptar la estrategia de liberalización competitiva en la que trató de embarcarse Estados Unidos hace un tiempo, pero que fracasó al no comunicar con convicción los beneficios de la apertura, incluida la unilateral.

@eledece

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