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Una vez al año, a principios de abril, el gobierno de Estados Unidos publica el catálogo de obstáculos que enfrentan sus exportadores, proveedores de servicios, inversionistas y creadores en los mercados alrededor del mundo. El reporte, conocido como National Trade Estimate 2017, es una buena disciplina que permite apreciar las dificultades para las empresas de ese país y formular las prioridades del gobierno en materia de comercio exterior.
En México no existe un reporte similar, pero sería útil desarrollar un esquema para que lo hubiere y hacerlo aún más ambicioso. Además de hacer un inventario de los obstáculos para las empresas mexicanas en los principales mercados, se podría incluir un listado de las dificultades internas que enfrentan los exportadores domésticos (federales, estatales o municipales de naturaleza reglamentaria, por falta de infraestructura, o crédito, por robo, corrupción, extorsión u otras prácticas anticompetitivas), así como catalogar las dificultades para la importación de mercancías (procedimientos aduaneros, normas, transporte, burocracia).
De acuerdo con el reporte, las principales quejas de los exportadores de Estados Unidos a México se refieren a la aduana, cuyo funcionamiento ha empeorado durante este sexenio con la adopción de medidas para hacer más difícil la importación de productos políticamente sensibles como textiles, confección, calzado y acero. Algunas de las medidas aduaneras que hacen difícil la importación incluyen la existencia de padrones sectoriales (que impiden a empresas y ciudadanos fuera de ellos ejercer el derecho a importar productos), la incertidumbre de ingreso a y permanencia en tales padrones, el uso de precios de referencia, muestreo selectivo, falta de transparencia y notificación para nuevas disposiciones, aduanas únicas y otras.
El NTE 2017 es la primera versión bajo el gobierno de Donald Trump. Si cabía esperar un largo rosario de quejas por su parte con respecto a su acceso al mercado mexicano, éstas no están presentes en el reporte que no difiere de manera remarcable al de 2016. Toda la retórica de campaña de que la relación comercial entre Estados Unidos y México le es desfavorable, no queda reflejada. De hecho, Canadá y México, a pesar de ser el primer y segundo mercado del mundo para los exportadores estadounidenses, no destacan por el número de quejas en términos absolutos y son sus socios comerciales con menores fricciones en proporción a sus exportaciones.
La longitud del NTE 2017 puede utilizarse como proxy de las barreras que enfrentan las empresas de Estados Unidos en el mundo; a mayor extensión del catálogo, mayores los obstáculos para la penetración de exportadores, proveedores de servicios, inversionistas y creadores. Las gráficas anexas muestran la longitud del NTE 2017 en caracteres para un conjunto de países que representan los principales mercados en el mundo y como proporción de las exportaciones. Puede verse claramente que Canadá y México ocupan un espacio reducido del reporte y que, cuando se compara la longitud con el volumen total de exportaciones, el nivel de fricciones es por mucho el menor.
El análisis de las fricciones absolutas muestra que, si el gobierno de Estados Unidos jerarquizara sus negociaciones comerciales internacionales con un criterio racional, no propondría renegociar con Canadá y México, sino que concentraría sus esfuerzos en asegurar acceso a la Unión Europea, Asia (China, Japón, Corea del Sur, India) y Mercosur (Argentina y Brasil). No obstante, el presidente Trump ha anunciado con bombo y platillo la cancelación del proceso de aprobación del Acuerdo Transpacífico (TPP) y enterrado, para todo efecto práctico, las rondas de negociación con la UE, proyectos que tenían como objetivo la reducción de estas barreras.
En términos relativos el análisis es mucho más sólido. Como proporción del volumen de comercio, las fricciones entre los socios de América del Norte son realmente menores. El mismo fenómeno es cierto entre Canadá y México y para la participación de empresas mexicanas y canadienses en Estados Unidos. Sin duda, existen disputas comerciales importantes entre los tres países (azúcar, transporte, jitomates, maderas blandas, etiquetado de carnes, casos específicos de comercio desleal y otros) pero son modestas con respecto al volumen comerciado y no crecientes. Este bajo nivel de fricciones no puede sino hablar bien del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Cabe entonces la pregunta de por qué renegociarlo si los obstáculos son pocos y el riesgo de la negociación y su incierta aprobación es muy alto. Desde el punto de vista de la agenda de negociaciones comerciales internacionales, la renegociación sólo tiene sentido, y probabilidad de éxito, si se da una comunión de intereses, como hace un cuarto de siglo, entre los tres países y si el nivel de ambición es alto.
Es decir, si se acuerdan objetivos comunes para lograr mayor integración y apertura, no menores, para incrementar la competitividad de América del Norte con respecto al resto del mundo y explorar nuevos sectores o disciplinas al actualizar el TLCAN.
Estados Unidos no ha puesto en la mesa concesiones significativas en ninguna de sus negociaciones recientes (Australia, Colombia, Panamá, Corea del Sur, TPP); la última vez que lo hizo fue para el TLCAN. Deberá ahora hacerlo de nuevo, a regañadientes. Canadá y México son diferentes; con ellos se tiene un muy profundo nivel de integración, más de lo que se piensa, y son por mucho, juntos, su mercado más importante.
No parece tener sentido embarcarse en una renegociación sin un alto nivel de ambición. Es menester, por supuesto, preguntarse si un acuerdo ambicioso, que implique concesiones relevantes, puede ser aprobado por el Congreso de Estados Unidos, el Senado en México y el Parlamento en Canadá. Pero también cabe la pregunta inversa: si un acuerdo sin ambición suficiente podría transitar por el Congreso estadounidense sin que, antes del voto, Canadá y México, tengan que pasar a la caja registradora. Estas interrogantes son relevantes para 2017, pero aún más para 2018.
@eledece