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Como ya habíamos adelantado aquí hace un par de semanas, el senador de Florida Marco Rubio gana terreno en la carrera hacia la candidatura presidencial republicana en Estados Unidos. Su desempeño en el tercer debate del partido, un par de horas muy entretenidas de televisión, confirmó que Rubio es el republicano más elocuente de los últimos diez años. Además de ser un orador de primera categoría, demostró tener la velocidad y, sobre todo, el instinto suficiente como para atacar con tremenda efectividad a un oponente durante un debate, virtud importante en esta época en la que 15 segundos de comunicación “viralizable” pueden construir una carrera política. En un intercambio memorable, Rubio despedazó a su padre político, el ex gobernador de Florida Jeb Bush, que lo había acusado de faltista en el Senado (cosa que es absolutamente cierta). Rubio reviró con filo implacable, reduciendo a su rival a su mínima expresión, dándose incluso el gusto de hablarle con un ligero tono condescendiente.
Será muy difícil que Jeb Bush, el otrora favorito para ganar la candidatura, se levante después de esa tunda. Apenas unas horas después de concluido el debate, un mecenas del Partido Republicano anunció que apoyaría a Rubio por encima de Bush, que poco a poco pierde respaldo financiero y apoyo en las encuestas. A menos de que Bush sea un masoquista o un ingenuo (o que ocurra un milagro), lo más probable es que se retire de la campaña antes de que concluya el año. Cuando eso suceda, Marco Rubio ganará relevancia. Aquellos inversionistas políticos que respaldaban a Bush terminarán con su discípulo y Rubio podrá trazar una ruta más clara rumbo a la candidatura. El mayor obstáculo que le quedará será el ultraconservador Ted Cruz, que apuesta a quedarse con los votos que, todo mundo supone, dejará tras de sí Donald Trump cuando se aburra de jugar al aspirante a la Casa Blanca (insisto en que eso no lo tengo tan claro: Trump sigue encabezando la mayoría de las encuestas).
En cualquier caso, si hoy tuviera que apostar lo haría por Rubio.
Si Rubio en efecto se convierte en el candidato republicano, Hillary Clinton y los demócratas enfrentarán una larga lista de desafíos. El primero de ellos es la distancia generacional. Rubio tiene una historia personal notable. Sus padres comenzaron con nada en Estados Unidos, mientras que Hillary Clinton es percibida (en gran medida, injustamente) como producto del privilegio. El segundo es el idioma. Marco Rubio habla perfectamente español. Será la primera vez que un candidato a la presidencia estadounidense sea no sólo hispano sino hispanohablante (combinación que no se da en automático: en 40% de los hogares de hispanos nacidos en Estados Unidos sólo se habla inglés).
Es una incógnita qué tanto acercará el español a Rubio con los votantes hispanos. Las variables son muchas. Por ejemplo: ¿cómo reaccionará un votante mexicano-americano frente a un político cubano-americano? Los intereses y costumbres de la enorme comunidad hispana no son monolíticos.
Aun así, más allá del evidente activo que es su condición bilingüe, Rubio tendrá que explicar varias cosas a la comunidad hispana. Primero, deberá enfrentar sus posiciones extremas en cuanto a la reforma migratoria. Rubio podrá hablar todo el español que quiera, pero sigue siendo un radical migratorio. También tendrá que aclarar si piensa defender la agenda hispana más amplia o planea, en cambio, concentrarse en los intereses de la comunidad cubana de Florida. Porque eso es precisamente lo que ha hecho en los últimos meses. El ejemplo perfecto es su vergonzosa oposición a la confirmación de Roberta Jacobson, la mejor y mayor diplomática estadounidense cuando se trata de América Latina, a la embajada de México. Junto con otros senadores, Rubio le cobra a Jacobson su papel en el deshielo reciente con Cuba, asunto aparentemente imperdonable entre la aristocracia conservadora de Miami. Como castigo, Rubio ha optado por detener la llegada de Jacobson a México, arriesgando la crucial relación bilateral. En 2016, Rubio tendrá que explicar este y otros desplantes viscerales, indignos y torpes en cualquier político, pero mucho más en un senador latino. Tendrá que explicar, pues, si es un hispano antihispano… en el idioma que prefiera.