El sábado al mediodía puse un paréntesis a la tormenta de estos días para ver al Barcelona hacer pedazos al Real Madrid. Soy aficionado del Barcelona desde principios de los noventa, cuando mi desencanto con el Real Madrid tras la grosera salida de Hugo Sánchez coincidió con el ascenso del estilo que dominaría el mundo del futbol por las siguientes dos décadas y contando. Desde entonces he valorado la voracidad de triunfo del Barcelona pero también su convicción de respetar una manera no sólo de jugar sino incluso de vivir. Con el Real Madrid me ocurrió lo opuesto: una vez extinto el brillo acrobático de Hugo, las grietas del carácter madridista me resultaron chocantes. Como aficionado al futbol me fue fácil elegir entre un equipo que se piensa en colectivo y respeta la asociación más perfecta y otro que fomenta el encumbramiento individual. Lo del sábado fue una nueva culminación de ambos sistemas, y el Barcelona volvió a componer un elogio a la belleza.

El partido me remitió a otro enfrentamiento entre los modelos de uno y otro equipo, éste cinematográfico. En el último año han aparecido un par de documentales sobre la vida de los jefes del Barcelona y el Real Madrid: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Y aunque generalmente desconfío de la extrapolación entre la vida corporativa y la vida sin más, en este caso parece no haber vuelta de hoja: uno puede aprender mucho de la identidad de las dos empresas (el Barça y el Madrid) desde el carácter y la disposición vital de sus líderes.

El documental sobre Messi (del mismo nombre) fue dirigido por el español Alex de la Iglesia. Famoso por una buena lista de simpáticas películas de horror, De la Iglesia parece un candidato peculiar para la encomienda. Para fortuna de la película, la imaginación del director resultó muy útil para encontrar un formato revelador. A lo largo de hora y media, De la Iglesia presenta una serie de entrevistas con prácticamente todas las personas significativas en la vida del crack del Barcelona. Invitados a una tertulia en un restaurante (la idea es de verdad ingeniosa), hablan de Messi sus amigos de la infancia, sus familiares, sus maestros, sus primeros entrenadores, sus compañeros del Barcelona, periodistas afines y no tan afines, directivos argentinos y el técnico de la albiceleste. De pronto, por la puerta del restaurante, entran Johan Cruyff y Jorge Valdano. Todos hablan de Messi con familiaridad, aprecio y admiración, tratando de desenmarañar el misterio del niño tímido de Rosario que nació casi exclusivamente para jugar a la pelota. El retrato que emerge es el de un hombre que, desde niño, se piensa en colectivo. Eso no quiere decir que no persiga la gloria individual, pero sabe que es parte de una orquesta. Quizá es por eso que la única voz que no se escucha en el documental sobre Messi sea la de Messi. La omisión revela mucho más que ninguna presencia.

El documental de Cristiano Ronaldo es exactamente lo opuesto. Ronaldo, dirigido por el notable documentalista inglés Anthony Wonke, es un estudio del talento, la vanidad, la disciplina y, crucialmente, la soledad. Wonke cuenta la historia de Cristiano casi exclusivamente a través de la voz y los ojos de su protagonista. A diferencia de Messi, la vida deportiva del astro portugués (o al menos la vida reciente) parece girar en torno a la persecución del éxito individual antes que el colectivo. La película se enfoca no en la batalla del Real Madrid para conquistar la décima liga de campeones sino en la afanosa búsqueda que hace Cristiano del Balón de Oro, una de las pocas distinciones individuales en el deporte colectivo por excelencia. Quizá para subrayar el verdadero carácter de Ronaldo, Wonke reduce al mínimo el número de voces que se escuchan en la cinta. Así, el documental se vuelve una especie de romance entre Cristiano y su agente, un titán de la zalamería llamado Jorge Mendes. Además de Mendes, Cristiano se rodea de su madre, uno de sus hermanos y su pequeño (y conmovedor) hijo Cristiano Jr., que acompaña a su padre dentro de una casa que recuerda una pecera. No hay ninguna otra voz. Ni periodistas, ni familiares, ni críticos, ni compañeros, ni rivales, ni entrenadores… nada. Es la vida de Cristiano en función de sí mismo y se acabó. Una burbuja de impresionante soledad.

Nada de esto implica que Messi sea una mejor persona o resta mérito a los logros de Ronaldo. En lo más mínimo. De hecho, es imposible no admirar la enorme disciplina narcisista de Cristiano. Tiene fama de ser el más trabajador de la plantilla del Real Madrid, además de un hombre caritativo. Aun así, la diferencia entre ambos jugadores es tan notable que no puede dejar de tener consecuencias. Desde esa lectura, a nadie debe sorprender el concierto del sábado. Después de todo, un equipo jugaba en plural, el otro en singular, fiel representación de sus dos grandes figuras.

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