Mientras Luis Videgaray buscaba el secreto de la política exterior mexicana, el mundo entero veía el retorno del fantasma del nacionalismo xenófobo bajo el disfraz de populismo. Un multimillonario en tribuna para ofrecer a los de abajo, a los desempleados y desplazados por la revolución tecnológica y el imperio del capitalismo financiero, que él, Donald J. Trump encarnaba al salvador, era portador del secreto para alcanzar siempre la victoria y le “devolvería la grandeza” a Estados Unidos.

No ha cumplido cien días en la Casa Blanca y ya ha dado la vuelta al mundo el miedo; ha destruido el lenguaje y envilecido el valor de la palabra. Inició la era de la posverdad y los hechos desechables ante los “hechos alternativos” que expongan míster Trump o sus cortesanos. Nuestro hoy canciller sobreviviente a la humillación y fiasco de la visita del candidato del Partido Republicano diría que todo se debió a la urgencia, a las prisas por asegurar la buena voluntad de quien resultara ganador de las elecciones. Y dejó al presidente Enrique Peña en el tobogán de la popularidad en descenso incontenible; obligado a anunciar la renuncia del secretario de Hacienda, embajador extraordinario, conducto personal de la mano del yerno de míster Trump: Primera Llamada.

Lo que siguió fue la tragicomedia de la polarización explosiva de nuestro vecino del norte, trasladada de éste lado del Río Bravo para montar la farsa de la pluralidad como disfraz del federalismo y la soberanía popular enterrada por la soberbia de las clases dominantes: la del poder económico atenta a la consolidación del poder del capital no sujeto a regulación alguna (Trump asusta pero designa multimillonarios y altos jefes militares en su gabinete); la clase política aferrada a las recetas neoliberales y el arribo del bienestar prometido por las reformas estructurales. O al corto plazo en el que las oposiciones dispersas y en cohabitación ambulante, pudieran cosechar la crisis del PRI. Crisis de percepción, según los gerentes de la incomunicación social. Pero crisis innegable.

Y vendría la nueva vuelta a la noria. Intentaron marchar en nombre de la unidad nacional quienes han sido incapaces de concertar un acuerdo para resolver los asuntos de la cosa pública. En fin. La clase social, los académicos de nuestra torre de Babel, los sobrevivientes de la clase media proletarizada, encontraron caja de resonancia en el ágora electrónica y la guía de algunos integrantes estelares de lo que llaman en inglés “the chattering class”: y hubo marcha y exhibición de la territorialidad de nuestra sociedad de flamante estreno democrático. No es casual que al llegar la era Trump, 1984 de George Orwell se convirtiera en best-seller: “Todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros”.

Tomar la calle exige la movilización de multitudes con reclamos y protestas con mucho más en común que la civilidad agraviada por quienes insisten en portar carteles con la leyenda gemela: ¡Fuera Trump! ¡Fuera Peña! Y hay cuentas pendientes, territorios y tesoro público en disputa en el constante tejer y destejer de nuestra democracia sin adjetivos. Enrique Ochoa, dirigente nacional del PRI escuchó el llamado sensato y atinado de Enrique Krauze y de inmediato convocó a los partidos de la oposición multicolor y atenta al redoble de campanas que invitan a los funerales del poder sexenal del PRI; en las encuestas y a contrapelo de las fuerzas centrífugas que desbaratan las alianzas en curso: Mía o de nadie, repiten las oposiciones de la alternancia que devora a sus hijos.

Segunda llamada. Enrique Peña Nieto no asistió a la Casa Blanca. Y ni así evitó que los navegantes de las corrientes desbordadas de las redes sociales dieran el menor mérito al acto en el que la prensa extranjera, europea y de nuestro vecino del norte, así como un sorprendente número de medios y actores de la cosa pública en la América nuestra, vieron el valor de oponerse a la amenaza insultante y efectiva del tirano demagogo en quien el mundo entero reconoce la amenaza del fascismo, “tradicionalismo” en lugar de conservadurismo, odio a la otredad, golpe de Estado electoral, para destruir las instituciones de la República y erigir el nuevo orden. ¿Suena conocido? Pregúntenle a Stephen Bannon, asesor y profeta en la Casa Blanca.

Marcha la de Barbara Tuchman. Y ahí vamos. Visita oficial y formal a México de Rex Tillerson, secretario de Estado, y John Kelly, secretario de Seguridad Interior. Los visitantes fueron portadores de buenas nuevas, o al menos de males menores a los previstos por las amenazas cumplidas de su jefe, el presidente Trump, que inició ya la persecución y detención de mexicanos indocumentados. “No habrá deportaciones masivas. No se utilizará al ejército en la tarea”, dijo sobriamente el general John Kelly. Y el petrolero tejano, ex CEO de EXXON, ni siquiera evocó las palabras de John Foster Dulles: “El negocio de Estados Unidos son los negocios”. Menos todavía aquello de que no tienen amigos, tienen intereses. Encuentro diplomático. Y Luis Videgaray sorprendió al reiterar ahí mismo lo dicho por su jefe un día antes.

México no acepta ni aceptará la decisión unilateral de otro país en asuntos internos o contrarios a su derecho soberano. De resolver eso trataba el reencuentro en nuestro territorio. Y aunque Videgaray habló de los agravios hechos a México, los secretarios del autor de los agravios no se dieron por enterados. Sería, se supo después, no por una filtración de las que padecen en la Casa Blanca, sino en voz del canciller de oficio financiero, que mientras aquí se hablaba en lenguaje diplomático, en la Casa Blanca hablaba Trump del tema migratorio, de la expulsión de maleantes y felicitó al secretario Kelly: “es una operación militar”. Dijo.

Por tratarse de asuntos de seguridad nacional y de migración, Ángel Osorio Chong, participó en la reunión. John Kelly fue diplomáticamente correcto, pero al tratarse el tema de las deportaciones, incluyó a los centroamericanos o de cualquier otra nacionalidad, que entregarían a las autoridades mexicanas en nuestra frontera y dejarían bajo nuestra custodia, en tanto se resolvieran los litigios de asuntos pendientes. Campos de concentración, aunque traiga a cuento los del nazismo; parte del agravio. De inmediato intervino el secretario de Gobernación y aseguró que México de ninguna manera recibiría a quienes no mostraran documentación que acredite su nacionalidad mexicana; y de ahí a lo que ambas partes reconocerían como problemas compartidos: el tráfico de armas de Estados Unidos a México y el flujo ilegal de millones de dólares que cruzan nuestra frontera.

La desconfianza, la desilusión, la ira de los desposeídos de empleo y marginados por la acumulación portentosa del capital puede llevar al poder a un Trump; a la extrema derecha en Hungría y ahora se habla en Francia de la posibilidad de que gane las elecciones Marine Le Pen. No puede ser, dice la inteligencia gala. Lo mismo se decía de Donald Trump. Por eso hay agravio en cada palabra. Y Ángel Osorio Chong respondió que somos capaces de valernos por nosotros mismos, a quienes preguntaron qué haríamos si Washington suspende la “ayuda” de la Iniciativa Mérida.

Ya no es amenaza. Pero es antigua advertencia: desconfía de los griegos que portan regalos. Y de lo que en Washington llaman Aid.

Empiezan las campañas de 2017 y mientras en la triada PAN-PRD-Morena confían en el desplome del PRI y en que la desconfianza de abajo no los incluya, todavía hay quienes saben que gana quien tenga una estructura sólida y gran capacidad de movilización el día de las elecciones. Tercera llamada...

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses