Hoy habrá una, dos, varias marchas. Todas al extraño sonar de ¡Vibra México! O de ¡México Vibra!. No hay acuerdo, salvo partir de distintos sitios de la capital de la República que ahora se llama CDMX y acaba de estrenar Constitución. Una norma suprema de extraordinario rumbo que de no ser plural recordaría la marcha de los cangrejos que cantara Guillermo Prieto. Esas son hoy las noticias del imperio. Salud, Fernando Del Paso. A cada quien su horizonte y para cada quien la primera línea de la marcha contra el monstruo que habita en la Casa Blanca.

Después de todo, allá tampoco encuentran unanimidad los agraviados por el demagogo multimillonario que hizo campaña comprometiéndose a representar a los marginados, a los desempleados por la revolución binaria de la tecnología, a los congelados en el odio a la otredad y el racismo, aislacionistas enemigos de las élites urbanas y los medios informativos y académicos, mundos ajenos a la religiosidad rural y la desoladora ilusión de superioridad. Llegó Trump y al grito de vamos a recuperar la grandeza, desmenuzó las redes del conservadurismo y se apoderó del Partido Republicano. Y ganó las elecciones. Y nació la era de la posverdad y los hechos alternativos. Tres o cuatro o cinco millones de indocumentados votaron fraudulentamente para empañar su gloria y dar pie a la “intención deslegitimadora” de los demócratas empeñados en repetir las cifras del voto directo que diera la mayoría a Hillary Clinton.

Deben haber sido mexicanos. De los nuestros, ilegales portadores de la maldad, el vicio y la criminalidad que viola rubias americanas y asesina ciudadanos de Estados Unidos. Para qué retomar las promesas de campaña que en cuanto llegó Trump al poder se transformaron en realidades alternas: un gabinete integrado por ultraconservadores y multimillonarios, banqueros, zares del petróleo, financieros de las hipotecas multiplicadas mágicamente en bolsa; y predicadores del odio a la otredad, de la acción directa y la persecución que, paradójicamente, se empeñan en destruir las instituciones y pilares del Estado para crear uno nuevo sobre las ruinas del Washington que Donald Trump ofreció limpiar del fango empantanado.

Siempre quedan los mexicanos y la antiquísima opción del muro erigido como símbolo de superioridad interna, garantía defensiva contra la presencia de los bárbaros a la puerta; inmigrantes en busca del sueño para convertirlos en chivos expiatorios, no importa en qué lado del muro estén: o dejan a los de adentro sin empleo porque cobran salarios más bajos en México, o llegan a competir ilegalmente con la oferta de mano de obra barata en EU. Hoy marchan los mexicanos en la capital de la República mexicana. Cada grupo se declara unido contra Trump y la amenaza que destruiría al vecino del sur, pero también, fatalmente a todos los ligados por la globalidad financiera y la interdependencia comercial. Y cada grupo, declara solemne, grandilocuentemente, que esa unidad no es de apoyo al gobierno de Enrique Peña Nieto. Afirmación a la que se suman individuos o instituciones de cuya autonomía intelectual y libertad de pensamiento nadie tenía por qué dudar: El rector de la UNAM optó por aclarar lo opaco sin que estuvieren en duda la autonomía y la raza por la que hablará el espíritu.

El resto son los contingentes habituales. Un aplauso para cada grupo, para cada ilusión de liderazgos etéreos, ajenos a toda ambición de poder y a cualquier ideología política, líbrelos Dios de malos pensamientos. La unidad, que no tenía por qué ser la enajenante unanimidad del priato en los estertores del cesarismo sexenal, es consecuencia y no causalidad. Con y sin el conducto milagroso de las redes sociales, la suma de unidades en los links electrónicos no alcanza a integrar multitudes en torno a la unidad en contra... así se trate de una amenaza inmediata del poder en manos del odio y la ignorancia del personaje incapaz de expresarse en frases de más de diez o veinte palabras. Hace falta, nos haría falta ahora más que nunca, la convicción compartida, la capacidad de organización política y social de grupos en identidad compartida, de clase, de aspiraciones, de necesidades y urgencia de soluciones que convocan, integran, se manifiestan en la presencia de los mexicanos del común; sin demérito ni oposición a los de arriba, porque los une el momento del peligro compartido, a querer o no.

De lo otro, del cortejo de notables en torno a la prosperidad garantizada a costa de la austeridad fiscal que se encarga del reparto, de etiquetar el uso de los recursos públicos, de eso se encargan los entusiastas sicofantes en la corte de la política al servicio de la economía y los políticos al servicio de los dueños del dinero. Una y otra vez, Luis Videgaray es el embajador ante la corte de Trump. Valido del yerno poderoso, asesor del suegro al que nada altera, del gesticulador al que ha puesto finalmente límites el sistema de justicia, pieza clave en el sistema de pesos y contrapesos del régimen constituido en torno a las convicciones de Hamilton, Madison, Jay y el resto de autores de los Papeles del Federalista.

En una democracia nadie, ni el presidente mismo, está por encima de la ley. Del imperio de la ley. Vale la pena escuchar y leer las palabras del gobernador del estado de Washington tras la sentencia de los tres jueces que ratificaron la suspensión de la orden presidencial que vetaba el ingreso a Estados Unidos de ciudadanos de siete naciones del mundo musulmán. Sobre todo en la hora del miedo y la desconfianza, del desprecio a los hechos y la repetición de las mentiras. Luis Videgaray es secretario de Relaciones Exteriores de México. En extraña simbiosis con el método de quien ha agraviado y dañado tanto a México, el presidente Peña Neto, le asignó la tarea de atender las negociaciones y acercamientos con el gobierno de Estados Unidos. Y esa ha sido la función obsesiva del canciller Videgaray. Y ya le pasan la cuenta en moneda de cuño corriente en la Torre Trump y las conferencias de prensa en la Casa Blanca.

Todavía no dejaban de lamentarse en México “las filtraciones” de la plática telefónica Peña Nieto-Trump; de cómo humilló el de allá al de acá, y cómo llegó a ofrecer el envío de tropas de EU para liquidar a los malos porque los nuestros “no pueden”. Así se expresó de las tropas mexicanas el riquillo que nunca combatió en batalla alguna, ni cumplió con el servicio militar de su propia patria. Otros añadirían que Trump llegó a amenazar con invadir a México. Todavía no terminaban los lamentos y acusaciones, cuando vino una nueva exhibición de docilidad o ingenuidad incomprensibles. El canciller Videgaray se entrevistó con Rex Tillerson, el poderoso petrolero de Exxon que hoy es el secretario de Estado de Donald Trump. Cuestión de oficio.

Pero el nuestro hizo declaraciones optimistas, tranquilizadoras en el diálogo de sordos entre viejos vecinos, y socios. Muy receptivo, dijo, conocedor de México y los asuntos comunes fue el secretario del Departamento de Estado. El canciller Videgaray habló también de sus pláticas con John Kelly, el secretario de Seguridad Nacional, en el caótico gobierno del moderno Humpty Dumpty. Cuándo sería la reunión de Enrique Peña Nieto Y Donald Trump, pospuesta en el desencuentro inicial: Nada, todavía nada.

Y vendrían noticias de lo publicado en los documentos oficiales del Departamento de Estado sobre el encuentro Videgaray-Tillerson: ni una palabra, dijo la prensa mexicana. Y añadieron que en contraste notable, sí hubo amplia cobertura al encuentro de Rex Tillerson con Stephen Dion, ministro del Exterior de Canadá.

Hoy, marcha de la unidad dispersa. Menos mal que hubo ventanilla abierta en Gobernación: De la seguridad en México nos encargamos los mexicanos, diría el secretario Miguel Ángel Osorio Chong.

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