La transición pacífica del poder es pieza clave de la democracia electoral. El vuelco del año 2000 resultó el menos conflictivo cambio de mando en un régimen de larga hegemonía y poder incontestado de la institución presidencial. Si el resultado fue Vicente Fox, la conversión al circo sin pan y que “al final los que no eran del PRI más o menos se condujeran como ellos”, según la precisión de José Mujica, ex presidente uruguayo y persistente hombre de izquierda, demócrata para quien “el político tiene que vivir como la mayoría de su pueblo y no como vive la minoría privilegiada económicamente”, es simplemente por aquello de la causa de la causa es causa de lo causado.

Del sur han venido a recordarnos lo que México ha sido y lo que sigue siendo pesar de todo, a pesar de nosotros mismos. De Chile vino Salvador Allende a tiempo para recuperar y devolvernos la frase acerada de Benito Juárez: “El triunfo de la reacción es moralmente imposible”. Bienvenido siempre José Mujica con su visión implacable de la realidad, del cuestionamiento a la democracia en el vecino imperio del norte, en Francia, en México, donde la fragmentación del poder ha quebrantado a la izquierda “atomizada” en la que “uno no sabe si la pelea interna es más grave que la pelea con la derecha”. Ahí recibió Alejandra Barrales “el regalo singular, quizá una manzana envenenada: la dirección nacional de un partido que parece desmoronarse...”: frase certera de Roberto Rock L. en su columna Retrato Hereje del viernes pasado en estas páginas de EL UNIVERSAL.

En el aún Distrito Federal las izquierdas dispersas encontraron en el cardenismo el acuerdo en lo esencial. La política de unidad que les permitió hacerse del gobierno de la capital de la República, sede, fuente y origen de la nación. Y ahí emprendieron la demolición institucional que hoy proceden a utilizar como cimientos para la Constitución de CDMX, un rompecabezas al que le faltan las piezas de constituyentes elegidos por el voto universal y directo de los ciudadanos de este Valle metafísico de Alfonso Reyes. No hay intención de demeritar la tarea constituyente en marcha. Pero coadyuvará a la indefinición del poder constituido sin ajustarse a los fundamentos indispensables del cambio de régimen pospuesto por la sucesión interminable de reformas electorales.

La intensa actividad plural en plena disputa por la pureza exclusiva en el inaplazable combate a la corrupción, y la impunidad que la incuba y reproduce, es la respuesta racional de quienes insisten en hacer política y suspender la marcha de sonámbulos al borde del abismo. Manlio Fabio Beltrones, José Woldenberg y Roberto Gil Zuarth encabezaron la reunión en el proverbial hotel de una constelación de estrellas. Y ahí se propusieron dos reformas fundamentales al régimen: La segunda vuelta en elecciones presidenciales y los gobiernos de coalición. Estos forman parte ya de las normas constituidas, pero sujetas a la voluntad del titular del Poder Ejecutivo. La segunda vuelta resolvería la fragilidad de una Presidencia elegida por una tercera parte de los electores; de una cuarta o quinta parte en 2018.

Ambas propuestas llevarían inevitablemente a otras más, muchas más, en busca de la piedra filosofal del poder constituido. En los cambios emprendidos en busca del mago de Oz, lo que, dice Mujica, “a distancia parecía como una máquina ineludible en la dirección de México”, parecíamos resueltos a no aceptar lo que el súbito final del cesarismo sexenal puso al descubierto junto al sufragio efectivo: la separación de poderes; la soberanía de los estados de la Federación; y en la parte oscura de la luna: la concentración de la riqueza, la creciente pobreza de la mayoría marginada y con hambre, así como la embestida frontal contra la República laica. La abierta intervención en política de los jerarcas de la Iglesia católica demanda la sumisión del poder civil.

El proceso de reforma política tiene que apoyarse en lo establecido a lo largo del proceso histórico, en las normas constitucionales que nos dejaran la Reforma, la Constitución de 1917 y los principios republicanos fundamentales. Derechos individuales y sociales y un Estado rector que garantice libertad, igualdad, fraternidad, además de impedir la concentración del poder político en una sola persona. O del poder económico en unos cuantos dueños del capital. Por lo pronto y ahora que el grupo encabezado por Beltrones, Woldenberg y Gil ha racionalizado la urgencia de cirugía mayor, empecemos por recuperar la separación de poderes como sistema de pesos y contrapesos.

La desesperanza de los de abajo, el desprecio por la política y los políticos, el desaliento con la democracia electoral, han producido incomprensibles victorias electorales de la derecha extrema. Y la ausencia de políticas económicas, de impuestos progresivos para que paguen más los que más ganan han conducido a un estado de guerra permanente. Sea el terrorismo de fanatismos dogmáticos o el combate al crimen organizado universal. En Francia, los atentados desquiciaron el orden establecido y llevaron al presidente Francois Hollande a llamar cobardes a jueces y magistrados. Se disculpó públicamente. Pero hubo respuesta formidable del Poder Judicial: la República Francesa no puede tener un Presidente que desconoce y no respeta la separación de Poderes.

Se adelantó el reloj futurista de quienes únicamente conjugan el verbo madrugar. Le queda apenas un año al presidente Peña Nieto para cumplir los objetivos trazados al iniciar el sexenio. Y a dos años de la matanza de Ayotzinapa atrapan las fuerzas del orden al jefe de la policía de Iguala que entregó a los normalistas a los sicarios y policías de Cocula, a Felipe Flores Velázquez, primo de José Luis Abarca, el presidente municipal preso y cómplice de los narcos que en Guerrero han sembrado cadáveres y amapolas para producir heroína. Felipe Flores declaró ante el Ministerio Público del estado antes gobernado por Ángel Aguirre, quien pasea su impunidad por los caminos politiqueros del sur.

Enrique Peña Nieto dejó pasar el tiempo. Luego haría una declaración a los medios de comunicación masiva: Cada quien debe hacerse cargo de su responsabilidad. Los Poderes del Estado desaparecieron y en el mundo entero culparon “al Estado” mexicano del crimen y desaparición forzada de los 43 estudiantes. Estábamos ya ante un problema universal, El viernes pasado declaró el presidente Peña Nieto: “Ha habido distintas agrupaciones que han querido desinformar, manipular los hechos. No hay lugar en el exterior... yo no sé si lo hacen de forma genuina o algo los mueve, pero lo que siempre encuentro en ellos, a distancia siempre, es gritarme ‘asesino’.”

Cuentan que Adolfo López Mateos habló alguna vez de su actitud ante el enloquecedor alud de halagos al asumir el poder. Su desprecio al principio, luego aceptar y llegar a creer a los sicofantes; para concluir al pasar el quinto año: “más te valiera no haber nacido”.

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