Nunca es más oscuro que cuando va a amanecer. Y la exigencia de transparencia, las antorchas en las redes de la incesante rumorología, tanto en los conversatorios de académicos como en las mesas del diálogo político que no cesa, son despertador para los que aspiran a madrugar y no asustarse al ver fantasmas. Quinto año de gobierno y a un siglo de la Constitución de 1917 habrá elecciones presidenciales entre la bruma y el miedo a la desigualdad en trance de rebelión de los de abajo.

Hoy es 2 de octubre. Y la estúpida represión criminal que “no se olvida” nunca tuvo mayor claridad que al amanecer el 3 de octubre de 1968. La memoria desdibuja la circunstancia y las luchas intestinas por el poder; el tiempo impulsa la permanencia del mito y tiende un denso velo de intereses sobre el papel desempeñado por represores y reprimidos. ¿Cómo explicar a 48 años de distancia el entusiasmo popular en la inauguración de los Juegos Olímpicos y los silbidos casi simbólicos a Gustavo Díaz Ordaz?

Que los muertos entierren a sus muertos, pareciera haber sido el patético lema del tránsito de un movimiento de insurgencia que anunció el final del autoritarismo del “señor Presidente” que distorsionó el poder de la institución presidencial. No se olvida. No se debe olvidar. Pero no podemos dejar que ese oscuro crimen sea cuento de fantasmas para asustar a quienes demandan igualdad y se niegan a que persista la opacidad tras la que se enseñorea la impunidad. Cómo erigir monumentos a una democracia que pactó combatir el narcotráfico y ha cobrado la vida de miles de mexicanos en la estulta guerra de Calderón.

Eso es y no se le puede dejar de llamar así a nombre de la imparcialidad en el trato de partidos que se hunden en el pantano antes de arriesgarse a que se ensucie su plumaje con el aire fétido del discurso político envilecido. Menos mal que va a amanecer. Bastaría el espectáculo del primer debate de los candidatos presidenciales de Estados Unidos para abrirnos los ojos y reconocer que la transparencia impone la igualdad para exhibir por igual la experiencia y preparación políticas, y la vacuidad, la prepotencia, la ignorancia, el racismo y la xenofobia, la mentira para sembrar el odio y ocultar el miedo a ser reconocido como el rico que cree posible comprar la Presidencia.

Quinto año y los mexicanos vamos a tener que navegar el desierto sin la brújula del sucesor designado, sin la transparencia que permita guiarnos por las estrellas y los astros. Hay quienes ya han emprendido la ruta dictada por las memorias del porvenir: ensueño polko de coronar a la señora esposa de Felipillo I. Alianza PRIAN del “compló” de Carlos Salinas, dice Andrés Manuel López Obrador, empeñado en superar la Gran Marcha de Mao y sentarse en la silla con el consenso de los partidos restantes para incorporarse a la peregrinación triunfal. Y en los spots personalizados de Osorio Chong, la suspicacia opositora se hace “sospechosismo”: Para muchos que madruguen, uno que no duerme.

Hay tiempo. Y a su paso habrá que resolver dilemas de un país entrampado por la desconfianza y disgusto universales con los de arriba, con los políticos y su servicio a los dueños del dinero en lo que llamamos establishment como obligado reconocimiento al lenguaje imperial. Los de nuestra oligarquía alientan la separación Iglesia-Estado y se quejan de las reformas fiscales del Estado que les condona miles de millones de pesos. Ah, pero hay unidad opositora en cuanto escuchamos a los aspirantes del radical chic exigir en tribuna legislativa que Luis Videgaray informe quién pagó el costo de la visita de Donald Trump a Los Pinos: Lo pagó él con la renuncia a la Secretaría de Hacienda.

Augusto Gómez Villanueva, legislador designado que hoy preside las sesiones para conformar el reglamento de la Constitución de la CDMX, escuchó de la voz de Gustavo Díaz Ordaz, ya en el sexenio de Luis Echeverría: “Todo sale, todo pasa por Los Pinos”. Todo ha cambiado, pero en México pasamos largo tiempo sin Poder Judicial. Ernesto Zedillo impuso la renuncia de todos los ministros porque pasaban por Los Pinos los asuntos de inconstitucionalidad. Nombró luego a nueve ministros que llegaron al fin del siglo y del poder de la institución presidencial. Pero hace falta uno para completar el número de ministros que la ley señala. Mientras arde Michoacán, aparece Juan Antonio Magaña, ex presidente del Supremo Tribunal de Justicia del estado, como la mejor posibilidad para llenar ese vacío.

En el gran circo del centralismo plural proponen acabar con el fuero legislativo por la vía de la renuncia. Confusión que alienta el salto al vacío de la “renuncia” de Enrique Peña Nieto a la Presidencia de la República. Del sur llega la buena nueva: Alejandro Moreno Cárdenas, gobernador del estado, entregó al Congreso local una iniciativa de ley para eliminar en la entidad el fuero constitucional. “Sencillamente, igualdad para todos y fuero para nadie”, dijo el del PRI, que propone quitar inmunidad procesal al gobernador, secretarios y directores del gabinete estatal, diputados locales, auditor superior del estado, magistrados, jueces, presidentes municipales, regidores, síndicos, integrantes de juntas municipales y comisarías, autoridades electorales, al presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y al presidente y demás miembros de la Comisión de Transparencia.

Todos iguales, dijo Alejandro Moreno . Pero “no sólo se trata de eliminar el fuero, sino de ser transparentes en el desempeño y en la responsabilidad con los ciudadanos.” La vocación política reconoce que los ciudadanos son los que mandan y los elegidos por el voto son mandantes. El valor del servicio público se mide por la igualdad ante la ley; ejercerlo “es someterse a las mismas consecuencias jurídicas cuando se cometen delitos”.

Roberto Borge desaparece como villano de ópera en Quintana Roo. Pero en el sur, agobiado por los recortes a las zonas económicas prometidas, el Inegi alumbra el incierto futuro a través de la Envipe. El año nuevo del 94 exhibió al mundo el olvido, la explotación, la marginación y la miseria de los indígenas. Hoy, la violencia criminal impera en el país entero, ha despoblado Tamaulipas y convertido a Sinaloa en campo de batalla. En Chiapas hay signos de un arribo tardío pero cierto al siglo de las luces. En 2016 hubo 23.3 millones de víctimas en México; 28 mil 702 por cada cien mil habitantes. Y el frágil acuerdo con los maestros de la Coordinadora y ante la austeridad impuesta a los más pobres de los pobres, Chiapas se convirtió en el estado con la menor inseguridad de la República: 14 mil 347 víctimas por cada cien mil habitantes, la mitad del promedio nacional.

“No importa el color del gato, sino que atrape ratones”, diría Deng Xiao Ping. Ante la disminución de víctimas de la violencia, nadie puede cuestionar de qué color pinta el verde.

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