Las encuestas de salida llevaron directamente a las puertas del confesionario. Las voces de la clerigalla imitaban a Savonarola y sentenciaban la pecaminosa norma constitucional que reconoció la legitimidad de los matrimonios de parejas del mismo sexo. Y los ángeles del señor buscaron ayuda entre los vecinos de Sodoma: aquí no es mesón y aunque ya no lo parece, esta es una República laica. Así, justos y pecadores se convirtieron en estatuas de sal para acompañar a la mujer de Lot en su terca soledad.

No es parábola. Los votantes despistados dieron su mandato y en aras de llevar a la justicia, de mandar al diablo, a incapaces, corruptos y torpes que hacen como que hacen política, eligieron a los que sirven y representan a los de arriba, a los del 1% en cuyas manos se concentra la riqueza de la nación, a los del capital que se multiplica exponencialmente, a la velocidad de la luz; mientras la oscuridad, el hambre y el desempleo quedan para la inconmensurable mayoría. La democracia electoral sí funciona; sí tenemos ya el ansiado sufragio efectivo. Pero hay una visión distorsionada de la voluntad popular tras el espejo de los medios que son el mensaje. Aquí, en elecciones de gobernador en 12 estados, sucedió lo que en el resto del mundo feliz de la globalidad: el voto favoreció a la derecha; a los mayorales y mozos de estribo de los dueños del capital.

No hay confusión posible, aunque los dirigentes de partidos a la deriva expongan razones de la sinrazón. El PAN entona el aleluya y Ricardo Anaya anuncia el retorno a Los Pinos de los jerarcas de la derecha con su séquito de monaguillos vestidos de azul. Nada más les faltaría la cara al sol con la camisa abierta para encabezar el cortejo, si aquí tuviéramos jefes militares no sujetos al mando civil. O un retorno triunfal y democrático de la derecha como en la República Argentina, donde el gerente Macri devolvió el mando único a los del golpe militar en cuanto la derecha recibió los votos de la mayoría perseguida, hundida en la desigualdad. Expresión de hartazgo, de desilusión, de desesperanza por la pobreza creciente y el desamparo del desempleo. Las abuelas volverán a dar vueltas en torno a la Plaza de Mayo.

Sería muy útil que Agustín Basave, luminaria fugaz para Los Chuchos que hundieron al PRD en las tinieblas, expusiera en el ágora electrónica, o en las redes de los millones sin internet, en qué favorece, o al menos simula representar a la izquierda, la política de alianzas con el PAN. Basave no se engaña a sí mismo ni engañó a quienes lo sacaron del ostracismo para designarlo líder de una causa perdida, guía intelectual de las multitudes convocadas por Cuauhtémoc Cárdenas a derrocar a la derecha de cuño neoliberal, o neoconservador. El certificado de defunción de las ideologías es desafinada trompeta de arcángel que anticipa el fin de la historia. “Para las presidenciales (en 2018) no iríamos con un candidato panista ni tampoco con un perredista, sino que pensaríamos en buscar a un personaje externo”, anticipa Basave.

Los herederos del Consejo Mexicano de Negocios, junto a los gerentes enviados por los bancos españoles como oidores a la que fuera Nueva España, se reúnen con el presidente Enrique Peña Nieto y anuncian inversiones de 33 mil 500 millones de dólares: que “son un reflejo de la confianza de las empresas en el nuevo rumbo que está tomando el país, derivado de las reformas estructurales”. Quién dijo que el PRI perdió las elecciones y Peña Nieto es culpable por haber presentado la reforma constitucional que reivindica el contrato matrimonial que se inscribe en el Registro Civil desde los años de la Reforma. La que debiera ser guía para la política sin rumbo que nos mantiene al borde del abismo.

Ni modo ni manera, dijo Pánfilo Natera. Y en Zacatecas no ganó Morena, la única izquierda que preserva visión y proyectos sociales. Pero no se anima a gritar a todo pulmón que es laica. Andrés Manuel López Obrador persiste en su peregrinar, convencido que sólo él es el profeta que acabará con la mafia y los que hacen política para hacerse más ricos; de hinojos todos ante los auténticos dueños del dinero. Los identificados y señalados por el dedo moralizador que indica al bien y señala al mal. Tal vez ahí esté la clave del silencio del estratega de Nacajuca ante los desmanes clericales y su reto al poder constituido. Aunque poco o nada tenga que ver con el grito insurgente de “¡al diablo con las instituciones!”.

Pero quizá podría ayudarnos a entender por qué los de abajo, los del hambre y el desempleo, los indignados por la desigualdad que concentra la riqueza en manos de 1% de la población, votan por candidatos de la extrema derecha. En Perú, como en Argentina, ganó la derecha; en Brasil arrebató al mejor estilo golpista; en Francia, el socialismo pierde elecciones y se hunde arrastrado por Francois Hollande.

En México, sea cual sea el partido de la uniforme pluralidad, ya ganó la derecha. Sea con chaqueta del centro, de la izquierda mercantilista, o de la derecha que todavía busca un rubio emperador coronado en las cajas de caudales del capital acumulado en aras de la terrenal eternidad.

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