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Hay semanas que parecen meses. La pasada para mí fue así: la última vez que nos encontramos en estas páginas a través de un texto que escribí el sábado 28 de enero en la noche, en la larga espera de comenzar a debatir los asuntos trabados de la Constitución que se habían postergado. El itacate, pues.
Estábamos a la espera de una sesión que fue citada a las 5 de la tarde, comenzó cerca de las 10 de la noche y se extendió hasta las 5 de la madrugada. Los últimos días fueron así: la sesión volvió a comenzar el domingo más tarde, también hasta la madrugada, pero sólo como hasta las 2, y de nuevo el lunes y luego el martes, hasta terminar. Así terminó esta suerte de “maratón legislativo” que fue hacer la primera Constitución de la Ciudad de México.
Ya lo sabe porque fue noticia desde el martes: ese día sí terminamos la Constitución de la Ciudad de México. Si bien se terminó de aprobar a las 16:05 horas, luego hubo foto oficial, ceremonia solemne, los discursos de cierre, el desfile de los constituyentes para que firmáramos los 100 el documento, la toma de protesta de la nueva ley, el Himno Nacional… y todo eso concluyó a las 22:30, a hora y media de que la Asamblea dejara de existir.
Ha sido una de las experiencias más enriquecedoras, retadoras y aleccionadoras de mi vida. Estar brevemente del “otro lado de la barra” me servirá muchísimo para mi tarea periodística y de activista por los derechos humanos.
En esta columna final de la serie que comencé junto con la campaña en abril de 2016, más que relatarle lo que pasó —que puede usted leer en otras crónicas— me gustaría hacer un recuento personal de lo vivido; un esbozo muy preliminar de memoria global que ya desarrollaré más en un texto mucho más largo.
Las aportaciones y el diálogo. Creo que lo dijo Alejandra Moreno Toscano en algún momento: este fue el ejercicio más dialogante de un Congreso en la historia reciente. Nos obligaba la circunstancia: el texto sólo fue posible por un consenso de dos terceras partes en cada artículo, cada párrafo, cada línea.
Paradójicamente, fue la polémica integración de la Asamblea (que hubiera 40% de designados por el Congreso, el Presidente y el jefe de Gobierno) lo que lo permitió: si se quería Constitución había que lidiar, frecuentemente, con extremos. Con visiones muy diferentes; encontrar un punto medio.
Ningún partido tuvo mayoría absoluta y para las dos terceras partes se necesitaban al menos el consenso de tres partidos, a veces cuatro o más (si es que contamos a los partidos chicos que jugaron un papel determinante en ciertos momentos: como para no discutir, más que en un debate pactado en los últimos días, el famoso “derecho a la vida”).
Las izquierdas que han gobernado la Ciudad desde 1997, ni juntas (además Morena quedó claro que es un partido plural donde no todos votan juntos) podían sacar sus temas solos.
Por ejemplo, en muchas cosas hubo que convencer al inflado PRI que sólo ganó 5 curules y tenía una bancada de 15. O más: si se contaba a los 6 designados por Enrique Peña Nieto (aunque no siempre votaban igual) y sus partidos cercanos (como el Verde y Encuentro Social). Pese a ser minoría jamás se comportaron como tal; seguramente está en su ADN.
En otras, como en la reforma al Poder Judicial, la alianza con el PAN fue crucial: ahí el PRI se opuso con todo a que el Consejo de la Judicatura sea realmente independiente y ya no dependa del Tribunal de la Ciudad. Fue esa alianza la que permitió que el vigilante deje de ser el vigilado. Sin duda una aportación que habrá que revisar a nivel nacional.
Los tres votos de Nueva Alianza, por ejemplo, fueron clave para no dar paso a discutir, en el Artículo 11, el “derecho a la vida”, que sí votaron a favor el PAN, Encuentro Social y el Verde, pero… ¡también el PRI!
Los votos de Movimiento Ciudadano, de algunos designados de Peña Nieto, un par de diputadas del PRI y una senadora panista fueron determinantes para lograr pasar, justo por los votos necesarios, ni uno más, el derecho a la eutanasia en la Ciudad.
No, no fue un ejercicio fácil; sí, muchas veces todos pensamos que el esfuerzo podría fracasar. Pero me parece esperanzador saber que se puede dialogar, se puede hacer política. No como en otros congresos donde estamos acostumbrados a que la mayoría aplasta y punto.
Fue una asamblea “tan plural y compleja como la misma Ciudad de México”, como escribió en un post Tobyanne Ledesma, una de las diputadas jóvenes más brillantes que tuvimos en este ejercicio.
Vivir dentro del monstruo, conocerle las entrañas. Como periodista fue un buen ejercicio para conocer la clase política un poco más de cerca y no como observadora. De, como decía José Martí en una carta a su amigo Manuel Mercado, “vivir en el monstruo y conocerle las entrañas”.
Nunca dejé de ser reportera y observar todo pese a que me tomé la tarea de diputada en serio y me esforcé por llevar a buen puerto todos los temas a los que me comprometí en campaña. Además de esta columna escribí una crónica a botepronto diario, casi un minuto a minuto, en Twitter.
¿Qué me sorprendió al asomarme de cerca y ser una más de ellos por cuatro meses y medio? La heterogeneidad, por ejemplo. Por fuera estamos acostumbrados a ver a los partidos como monolíticos, y no lo son. Me parece que a veces los periodistas podemos ser injustos al juzgar tan fácil el trabajo legislativo; en otras cosas, aunque suene contradictorio, creo que también podemos pecar de ingenuos, miopes o acostumbrados a un sistema legislativo que impone su narrativa.
Otra tendencia que observé —aunque reconozco que a veces es necesario discutir en mesas más chicas, y ya reconocí que este fue un Congreso dialogante— es la tendencia a secuestrar las decisiones importantes en cúpulas. Así suele hacerse en nuestros Congresos. Es una práctica que pocos discuten. La “línea” baja; existe la llamada “disciplina” de partido, de voto.
Eso me decepcionó: saber y ver que gran cantidad de diputados que llegaron ahí por partidos, sí votan en bloque en la mayoría de las cosas, aunque no estén de acuerdo. ¿Voto de conciencia? Casi no. Hay que diseñar los incentivos para que así sea. No veo otro camino que la exigencia ciudadana; una mayor auditoria constante de la sociedad civil. La reelección como un paso que habrá que revisar si funciona.
Supongo que es una estrategia, también, pero algo hay que hacer para que los Congresos no legislen “por agotamiento”. Que las discusiones, bizarras, entrópicas, no se alarguen hasta el agotamiento del contrario. Habrá que buscar cómo.
Las personas con discapacidad y sus familias. Como sabe, yo acepté ser diputada externa por el PRD por llevar la agenda de las personas con discapacidad y sus familias. Un grupo al que pertenezco desde que mi hijo, Alan, nació hace 10 años.
Creo que puedo dar buenas cuentas: es una Constitución que nace armonizada con la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad que México propuso al mundo y nuestro país firmó hace, curiosamente, también 10 años.
La Convención es importante porque marca un nuevo paradigma para comprender la discapacidad. De un problema personal o familiar a un reto social que se da entre la interacción de una persona que tiene alguna deficiencia con las barreras que pone la sociedad. Es un reto que nos enfrenta, todos los días, a nuestra definición de “todos”. ¿Todos son todos? No aún.
En la Constitución de la Ciudad los temas con referencia a personas con discapacidad están absolutamente transversalizados. El derecho a la accesibilidad (física y a las comunicaciones) y al diseño universal (en programas y servicios) está en cada uno de sus capítulos, comenzado por los principios rectores de la Constitución. La accesibilidad, le recuerdo, es un derecho llave a otros.
Será difícil que los próximos gobernantes y operadores de la ley de la Ciudad vuelvan a dejar de ver y contemplar en todo (desde la obligación de hacer las banquetas accesibles hasta tomar en cuenta a las personas con discapacidad en situaciones de emergencia) a este grupo. La obligación de hacer un sistema salvaguardias y apoyos para la toma de decisiones de todas las personas con discapacidad cambiará también muchas cosas y necesariamente, poco a poco, la cultura hacia ellos.
Como en todo, será un reto implementarlo. Habrá cosas que tardarán años en verse, pero tenemos que exigirlo. Ahora, desde la sociedad civil de nuevo, planeo darle seguimiento, pero es algo que no puedo ni debo hacer sola, por supuesto.
Creo que sería muy deseable planear, desde ya, la candidatura de una persona con discapacidad para la primera legislatura del Congreso de la Ciudad de México. Hay que preparar a quien debe de armonizar todo lo logrado en leyes constitucionales, secundarias, reglamentos, y no soltar el tema. Me siento honrada de haber pertenecido a esta legislatura única que trabajó a marchas forzadas y en condiciones muy precarias. Me gusta no haber recibido un pago y, al contrario, haber invertido en esto al menos 10 meses de mi vida y trabajo. Lo hice con cariño por una Ciudad a la que amo, en la que nací; en donde también nació mi hijo.
Me da orgullo ser una de sus 100 diputadas y diputados constituyentes y estar ahí por la causa de la discapacidad.
Es cuanto, querido lector, lectora.
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