La imagen me llegó a uno de los muchos chats de Whatsapp que, como seguramente usted, tenemos todos en el teléfono. “Este es el teclado con el que Enrique Peña Nieto escribió su tesis”, decía. Y luego una fotografía con tres teclas: Control, C y V. Como todos sabemos, teclas necesarias para los comandos de copiar y pegar, que todos usamos. Me reí agriamente; la risa como mecanismo de defensa. Y sí, compartí el post.

El lunes por la noche, tras el estreno del noticiario de Denise Maerker, que no tocó el tema (sin duda el formato es diferente), vi parte del nuevo programa nocturno de Arath de la Torre, que comenzó con un monólogo que abordó temas políticos. Y ahí sí salió el tema.

Decía que parecía que Peña Nieto era el típico del salón que copiaba y Carmen Aristegui, quien difundió el reportaje que evidenció el hecho, la típica niña de la clase que pide al profesor que cheque la tarea. Ya no me reí.

El reportaje estima que un 30% de la tesis de licenciatura de EPN utilizó materiales textuales sin hacer referencia a que fueron escritos por otras personas. Párrafos extensos. Ha sido nota más bien internacional, curioso fenómeno.

Desde Los Pinos respondieron quitándole importancia al tema:

—Por lo visto errores de estilo como citas sin entrecomillar o falta de referencias a autores que incluyó en la bibliografía son, dos décadas y media después, materia de interés periodístico. Bienvenida la crítica y el debate.

Sé que se referían a otros “errores de estilo” (de redacción). Menos mal, porque la familia presidencial misma se caería de la silla si criticáramos su estilo de vida, ellos que son tan cool (y ahí están las revistas de sociales para dar cuenta). Que tanto tiempo haya pasado, ¿importa?

La Universidad Panamericana, donde el Presidente estudió Derecho, escribió en escueto comunicado que esa institución y sus egresados se han “distinguido a lo largo de su historia por su trabajo de calidad y una sólida ética” y aseguraron que revisarán lo sucedido. Veremos qué hacen.

Pero amé la justificación de Eduardo Alfonso Guerrero, quien hace 25 años dirigió la tesis y fue sinodal de Peña Nieto. Hoy es magistrado.

¿Sabe qué dijo? Que los culpables de que no hubieran comillas fueron los encargados de transcribir (en aquella época) la tesis. Qué memoria prodigiosa tiene él a más de dos décadas de distancia. ¡Que lo asciendan!

(A todo esto, no es requisito para ser Presidente haber cursado una licenciatura, hacer tesis o tener título. Para muchos cargos no es siquiera requisito, dentro o fuera de la vida pública. Yo misma sufrí al hacer, sin concluir, dos tesis).

Quizá Peña era un joven muy ocupado hace 26 años cuando escribió —o algo así— su tesis. En 1990 fue secretario del Movimiento Ciudadano de la Zona del Comité Directivo estatal de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, CNOP.

Quizás la chamba le aumentó cuando, un año después, justo cuando presentó su tesis, lo nombraron delegado del Frente de Organizaciones y Ciudadanos e instructor del Centro de Capacitación Electoral del PRI en el Estado de México. Yo qué sé.

¿Se exagera con criticar o indignarse por el tema? Creo que habría que hacer otra pregunta para contestarla: ¿sería diferente este escándalo si el o la protagonista fuera otro u otra?

Pongo tres ejemplos: imagínese que se tratara de la tesis de AMLO. O de Margarita Zavala. ¿No serían los priístas los primeros en acusar que es una falla que evidencia un rasgo de carácter a tomar en cuenta? Creo que sí.

Peor sería por ejemplo si fuera el caso de algún ministro de la Corte, un procurador de la República, por ejemplo. Además ahí sí es necesario tener un grado mínimo de licenciatura en Derecho.

Pero quizá quien peor se la pasaría ante algo así —falta de estilo, error de imprenta o lo que sea— sería uno de muchos chavos que sacan su licenciatura con esfuerzos. Al ser descubierto algo así, quizá no se la acabaría.

Sí hay un doble rasero en este país para juzgar errores, dolosos o no, de diferentes grupos.

Ayer al escuchar los argumentos desechando el tema de EPN me recordaron mucho las frases que escucho para “defender” a un grupo que bien ha retratado un compañero de estas páginas: Ricardo Raphael. Me refiero a los mirreyes y el Mirreynato. Jóvenes de la élite del país que piensan y por lo general viven en un estado de excepción, entre otras características.

No sé, ¿quizá tuvimos un Presidente que fue mirrey?

En la Suprema Corte de Justicia de la Nación están listos los 21 finalistas que integrarán las ternas para suplir a los 7 Magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que iniciarán funciones el próximo 4 de noviembre.

Entre el lunes y martes los 11 ministros de la SCJN entrevistaron a los 42 aspirantes (sólo había 10 mujeres) y ayer se dio a conocer la lista final.

Van 15 hombres y sólo 6 mujeres. Es probable que haya dos ternas de puras mujeres para garantizar dos espacios para ellas. Falta ver el voto de los senadores.

Gran tarea tendrán los próximos magistrados. Tendrán en puerta la solución de conflictos en torno a las elecciones para elegir gobernador en el Estado de México, Nayarit y Coahuila, que se realizarán en el 2017; pero la prueba de fuego será para los comicios presidenciales de 2018.

El lunes pasado la Arquidiócesis Primada de México sacó el cobre. Le explico. Por la mañana un grupo de integrantes de la comunidad lésbico gay, bisexual, transgénero protestaron frente a la sede de ese organismo eclesiástico por los ataques que han hecho hacia ese sector por la iniciativa de matrimonio igualitario en sus editoriales en el semanario Desde la Fe.

En alguien cupo la cordura. Fue Álvaro Lazcano Platonoff, director de la comisión de Cultura de la Arquidiócesis, quien ofreció disculpas. Ofreció ver la posibilidad de entablar diálogo con Norberto Rivera.

Oh Dios.

Poco duró el gusto porque Hugo Valdemar vocero de la Arquidiócesis dijo que de ninguna manera se disculpaban. Su postura sigue siendo la misma. Lo que dijo Lazcano Platonoff fue etiquetado como una declaración estrictamente personal.

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