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La iniciativa que el Presidente de la República envió al Senado en días pasados es un primer paso que apunta en la dirección correcta. Retoma y amplía el planteamiento que había hecho previamente el Jefe de Gobierno de la Ciudad, en el sentido de permitir el uso de derivados de la cannabis con propiedades medicinales. Pero además, incrementa de 5 a 28 gramos (una onza aproximadamente) la cantidad permitida para uso personal. Falta por definir, y esa es la delicada tarea que tienen los legisladores, cómo se regulan la producción y la compra-venta para esos fines. Afortunadamente, el Presidente del Senado también presentó una propuesta que puede ayudar a subsanar la paradoja legal que se tendría si se aprobara la portación de la droga (dentro del gramaje sugerido) para consumo personal, pero no su compra. Nos aseguran que la intención es la de incluir el tema, junto con otros asuntos que quedaron pendientes, dentro de un periodo extraordinario de sesiones, después de las elecciones del próximo mes de junio. Vamos a ver.
Para regular el consumo de cualquier droga (lo que hoy hace a su antojo el crimen organizado con ganancias incalculables y nefastas consecuencias) se requiere de una instancia estatal fuerte, competente, honesta, transparente y eficaz. En mi opinión esta debe ser autónoma, pero también estar anclada en el Sector Salud, pues de lo que se trata es de sustituir el enfoque criminal por uno de salud pública. La tarea no es sencilla pero tampoco imposible. De hecho me parece que el reto representa una gran oportunidad para el Estado mexicano, ¿o qué?, ¿ya nos conformamos con la idea de que no somos capaces de hacer las cosas bien? Aunque puedo entender el escepticismo de algunos sectores —la burra no era arisca— no comparto la reacción pesimista que he encontrado con cierta frecuencia cuando planteo este tema en foros nacionales. En cambio, no ocurre lo mismo en foros internacionales. Ahí percibo más receptividad a la propuesta.
Por supuesto, el asunto es complejo y hay que aprender de las experiencias, buenas y malas, de otros países. En los Estados Unidos por ejemplo, nuestros vecinos y principales socios comerciales, hay una justificada preocupación en los sectores académicos por el crecimiento exponencial que experimenta el mercado legal de marihuana, tanto para fines medicinales como recreativos. Hace unos días, la prestigiada psiquiatra mexicana Nora Volkow, quien actualmente dirige el Instituto Nacional de Abuso de Drogas en aquel país, me dio cifras sorprendentes. Este año el mercado legal de cannabis en EUA será de 4.7 billones de dólares. En cuatro años, se estima que alcanzará los 20 billones. En contraste, el presupuesto para investigación sobre cannabis de los Institutos Nacionales de Salud norteamericanos es de apenas 111 millones de dólares al año. En nuestro país no tenemos idea a cuanto asciende el mercado ilegal de marihuana, no existe un mercado con propósitos medicinales y para fines prácticos, sólo hacemos investigación epidemiológica sobre el tema y, aunque se hace bien, en realidad no cuesta mucho. La iniciativa que analizará el próximamente el Senado también contempla incentivar la investigación. Bienvenida, ya era hora.
El libre mercado llevado al extremo, como ocurre en Norteamérica una vez que se libera algún producto, no tiene freno. El péndulo oscila rápidamente hacia el polo opuesto. Venga el exceso. En algunas ciudades de aquel país, me comentan, hay ya más lugares autorizados para vender marihuana, sea con fines médicos o recreativos, que cafés de la popular cadena Starbucks. Por otro lado ocurre que se está produciendo marihuana con concentraciones más altas de algunas de las muchas sustancias cannabinoides que contiene la planta, señaladamente el tetrahidrocannabinol (THC), que es la de mayores efectos psicoactivos. Es necesario legislar también sobre ese punto. Si se altera artificialmente la proporción natural de los compuestos activos de la hierba, estaríamos hablando, entonces, de una droga sintética, y ese es capítulo aparte.
La nueva legislación que habrá de venir, para que sea efectiva, debe entender bien a la industria: la legal que, en principio, crecería, y la ilegal, que habrá de disminuir, lo cual tomará algún tiempo. Si legislamos pronto, al menos no seguirá creciendo, o por lo menos no tanto. Es ganancia. Pues de lo contrario, la única industria que va a crecer es la ilegal. El consumo, de acuerdo a las tendencias observadas en todo el mundo, va a la alza. La idea de un mundo sin drogas parece insostenible. Si es así, resurge la pertinencia de la pregunta: ¿Qué hacemos con las drogas?
Hay que intentar regular esos mercados con toda la fuerza del Estado, empezando con campañas informativas, programas educativos a todos los niveles, y prevención masiva. El objetivo de la salud pública no es que no haya drogas, las hay y, al parecer, cada vez habrá más. El objetivo pues, es que las personas, en uso de su libertad, prefieran no usarlas, o usarlas con moderación por una sencilla razón: hacen daño.
El uso recreativo de marihuana, por ejemplo, no hay que celebrarlo, pero hay que tolerarlo. Como no se tolera hoy en día, si alguien es sorprendido portando más de 5 gramos, se va a la cárcel. Y aunque algunas autoridades insistan en que esto no es cierto, ya nadie les cree. Ahí están las cifras del estudio del CIDE. Muchas mujeres, muchos jóvenes primodelincuentes recluidos por “posesión” de marihuana.
El objetivo debe ser, reitero, reducir el consumo y no castigar al usuario. La prioridad de la legalización, que no es otra cosa más que su regulación legal, es proteger la salud. La medida relevante, en este enfoque, es la relación uso/daño. No da lugar a confusiones.
¿Por qué no tratar a la marihuana de manera similar a como tratamos el tabaco? ¿por prejuicio? ¿por inercia? Hoy en día, el tabaco es legal, pero socialmente cada vez menos aceptado y su uso va a la baja. La marihuana, en cambio, es ilegal, pero en algunos círculos es cada vez más aceptada y, sobre todo, su uso va en aumento, pese a la férrea política prohibicionista que tenemos.
La investigación científica fue fundamental para lograr disminuir gradualmente el consumo de tabaco. Con la información objetiva de los daños que provoca en la salud, se estructuraron las campañas informativas y muchos programas educativos; se intensificaron las acciones preventivas, las clínicas para su tratamiento y los protocolos de rehabilitación. En consecuencia, su consumo bajó. Es el único camino que conozco que ha sido exitoso en el campo de las adicciones. Hay que reproducirlo.
La complejidad del problema va en aumento. Cada vez necesitamos mayores conocimientos. Hay que impulsar la investigación que es la única que puede generarlos, y formar expertos que entiendan bien del tema, más jóvenes, mejor preparados. El tema va a estar con nosotros por mucho tiempo. Instituciones como la Fundación Gonzalo Río Arronte, el Instituto Nacional de Psiquiatría, distintas universidades y organismos de la sociedad civil trabajan en esa perspectiva, pero se requiere una política de Estado integral, comprensiva, incluyente, no dogmática.
A la industria ilegal de las drogas, predominante, habrá que sumar pronto la industria que está detrás de la legalización, con todo su poder comercial. Inspirada únicamente en el principio del lucro mayor, será también un problema, pero susceptible de acotarse si construimos e impulsamos una política pública inteligente.
En la siguiente entrega, me referiré a la industria de la amapola y sus derivados más conspicuos: la morfina y la heroína. Dicen que la quieren regular, ¿será?
Presidente del Consejo, Aspen Institute México