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Que conste que no quiero ser ave de mal agüero y que no estoy en contra de las nuevas bandas de rock que proliferan en la CDMX y provincia a la menor provocación, y cuya gran mayoría se aboca a grabar un disco y venderlo, si bien les va, en las tocadas que consigan. La mayoría de estos grupos, entre los que hay de todos los estilos (sobresalientes, buenos, regulares, malos y olvidables) esperarían ser descubiertos por los grandes sellos disqueros. Craso error porque desde hace años, nuestras majors del disco ya no desarrollan, como deberían, talento local y menos si se trata de grupos de rock.
Tendría que tratarse de un fenómeno (que para las disqueras son hora los “reencuentros” de cosas como OV7, Timbiriche, Magneto y vomitivos por el estilo) y, aun así, se lo pensarían. ¿Qué queda entonces? La independencia o la autogestión (vaya palabrita) y un montón de cuestionamientos: ¿Para qué formar una nueva banda? ¿Cuál es la tirada; diversión, tocar para los cuates en fiestas, tratar de vivir del rock en los mínimos circuitos establecidos? ¿Cuánto cuesta armar una banda? ¿Cuánto el equipo? ¿En cuánto sale la grabación de un disco, el arte, la maquila de los compactos? ¿Qué empuja a los integrantes de una nueva banda a tratar de sobresalir en medios que son los verdaderos idóneos para promover su imagen? ¿Realmente funcionan las redes sociales para dar a conocer a un grupo o van a ser una moda olvidable como My Space, y hasta dónde es su verdadero alcance? ¿De verdad los grupos que empiezan y los que ya llevan un buen rato, se creen eso de estrenar mundialmente su nuevo video en plataformas como YouTube, cuando ya mero y no los conocen ni sus familiares?
El Vive Latino que Ocesa organiza cada año es un buen termómetro para ver una buena parte de la producción independiente de discos. Ahí se puede palpar cómo anda nuestro rock: y el rango va desde escuchar a bandas independientes de todo tipo incluidas en un acoplado promocional o en discos propios financiados por los mismos grupos bandas. Estos, por lo general se entregan en propia mano a críticos y periodistas especializados, en el mejor de los casos, si es que conocen a los que les pueden echar la mano. La mayoría de las bandas con un primer disco nuevo no saben qué hacer, salvo venderlo en sus toquines, rolarlo entre los cuates o en el Tianguis Cultural del Chopo.
Muy pocos integrantes de estas nuevas bandas no siguen en medios impresos a los que se dedican desde hace años a escribir de rock. Es más fácil, en lugar de buscar la relación con los que escriben de rock, cobijarse en las redes sociales y dar a conocer para un público minoritario, sus discos. Otro San Benito con el que tienen que cargar son los “mánagers”; proliferan sin la menor experiencia muchos chavitos de ahora que buscan, primero, ser más “famosos” que la propia banda, y que acaban, por regla general, estafando al artista.
Muy pocos hacen las cosas lo mejor que pueden con sentido común. Los que lo tienen se vuelven abusados a la hora de invertir su dinero, aplicando una regla de oro que muy pocos practican en el rock mex (trátese de RPs, booking y anexas que ofrece una buena parte de la chaviza, de los cuales algunos serán la excepción) de acuerdo a experiencias pasadas: nunca pagar por adelantado sino una parte, y lo demás, cuando se vean los resultados. Así, por lo menos, no se los llevan tan fácil al otro rocanrol.