En 1979, en compañía de dos amigos (Ricardo Garciadiego y Walter Schmidt), aprovechando que habíamos sido invitados al concierto de coronación del “Parallel Lines”, de Blondie, me metí al teatro Egipcio de la ciudad de Los Ángeles donde se estrenaba Alien, de Ridley Scott. Poco se sabía de la trama, resguardada como si fuera un secreto de estado. Entramos en frío a la función mañanera y salimos colapsados de terror y miedo.

Más tarde llegaron al lugar en que estábamos almorzando y reponiéndonos del susto Oscar Sarquiz y Leonardo García Tsao; al ver lo paniqueados que estábamos, nos preguntaron qué habíamos visto. Una vez que les dijimos, comieron y se lanzaron al cine y salieron igual de espantados, sin saber bien lo que habían visto. Nunca quemamos la trama, como los idiotas de la distribuidora en México, que le endilgaron lo de “El octavo pasajero”.

El miedo y la sorpresa a mansalva de la criatura biomecánica creada por Hans Rudy Giger, por sí sola era capaz de faulear fuera de lugar y arteramente a cualquiera, y máxime que Scott (con una trayectoria que empezaba a descollar en ese entonces en los anuncios publicitarios) en lugar de filmarla a los reglamentarios 24 cuadros por segundo, la captaba en 18, según reveló el director después. Así, uno sentía que percibía en medio del pánico algo, pero era muy difícil de describir.

En una cierta ética cinematográfica que ya se ha perdido, nadie conoció, antes de lo debido (más que los implicados en la filmación) a la criatura monstruosa y la historia y la película pisaron los terrenos del culto instantáneo. Nadie que la vio en ese entonces podrá olvidar el parto con dolor que sufrió John Hurt, ni la angustia y tenebrosidad por la que pasó la oficial del Nostromo, Ripley (Sigurney Weaver) en pantaletas, metiéndose al traje espacial (diseñado por Moebius) para enfrentar al Alien que diezmó a todo mundo en la nave. Los efectos de Stan Winston siguen siendo insuperables en una historia de Ci-Fi adelantada a su época.

Después, ya se sabe, vendrían con altibajos, las secuelas de la obra maestra: Aliens, Alien 3, Alien Resurection, hasta llegar a dos cumbres para tratar de explicar lo inexplicable: Prometheus y la reciente Alien Covenant, donde a Ridley Scott no le tiembla la mano para mostrar la perversidad de los Aliens, convertida en una vorágine delirante de sangre. Tampoco le falta seso para aliviar a los que, tensiones más, tensiones menos derivadas de la locura de las imágenes, querían saber el origen de las letales criaturas en el devenir de los humanos.

Si Prometheus daba algunas respuestas a la robótica futurista y algunas muertes anunciadas, en tanto exploraba el origen mortal de las criaturas, Alien Covenant resuelve otras, mientras la tripulación de la nave Covenant, seguramente será juzgada históricamente en un futuro en otra cinta por la propagación de la muerte palpitante que lleva en las entrañas el mexicano Demián Bichir, en esta pesadilla sucia, lluviosa y angustiante digna de verse y sentirse, con bonus de un mano a mano con dos androides (Walter y David) que son uno mismo.


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