Dándose tiempo en la interminable saga de Rápido y furioso, y de la mano que no le tiembla al director de, entre otras cosas, episodios de The Shield y Soy el Número Cuatro, D.J. Caruso, Vin Diesel, el prototipo del microbusero del futuro, musculoso y tatuado hasta el exceso, fanfarrón y pasadísimo de lanza, regresa cuando el mundo está urgido de cintas de acción recargadas de efectos especiales, adrenalina adulterada con coca, tramas bastante previsibles, desfachatez y ridículos que se perdonan en aras de que la mamada en turno desafié el ridículo.
Vin Diesel no sólo lo sabe sino que cobra —al igual que la runfla de sus compañeros de película— por rebajarse en un cine ya de por sí muy rebajado que, si se mira, con ciertas reglas culposas de un juego que se da por asentado, se vuelve tan valemadrista como divertido. Sin meterme en la estética de la naquiza inventada por Carlos Monsiváis, pero dando por asentado que Vin es ejemplo incontrovertible del naco internacional que regresa de la muerte cinematográfica para una nueva misión en la que está involucrado Augustus Gibons (un Samuel L. Jackson, que ya va a todas).
Placer y arrogancia se dan el quien vive, con un reparto variopinto en una trama de acción desmedida en donde el macuarro, entre italiano e hispano, emulo de un James Bond de cuarta, que es Diesel, con tatuajes corporales que podría vender como publicidad, es el epicentro de esta encogida película en donde todos los trucos habidos y por haber, salen a relucir en medio de la arrogancia apestosa de Xander Cage que desafía todas las leyes de las películas de acción, como agente encubierto de la DEA, CIA y para beneficio personal, puede robar si quiere. Pero poquito, como el alcalde Layín, pero sin bajar ningún calzón que no esté marcado en el guión.
Cuando la lógica pierde una tuerca allá arriba, Xander Cage está listo para meterse en donde no lo llaman, para introducirse en cualquier tipo de sinsentidos como este, donde el equipo que lo acompaña en la misión es un escuadrón mamila de arrogancias personales, egos al tú por tú y situaciones de las que cualquier agente gubernamental encubierto, contratado para estas misiones casi imposibles, bien podría decir por elemental sentido común: no gracias… aunque el dólar es ca...
Pero a Vin, que es puro músculo pero que, sin embargo, sabe desde el principio quien es la villana de villanas (porque no hay que negarle que tiene por lo menos una neurona), eso le viene valiendo. Por eso la malvada de cara restirada, Toni Collete, abusa de pobre Triple X con look de proxeneta de los años 70, durante el ridículo juego de espejos propuesto por el guionista F. Scott Frazier, otro vividor de exceso cinematográfico.
Desde que uno ve la secuencia inicial en donde Triple X sin miedo a la patineta consuma hazañas como las del jovencito que quisiera ser, se aceptan las reglas del juego, y se disfrutan.
No importa cuántos adrenalínicos “¡¡No Mam... Xander!!” pueda provocar. Y si el Blu-ray está a menos de 10 morlacos, se aplaude doble.
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