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El tiempo ya parece irrelevante en una de las más rentables franquicias de todos los tiempos fílmicos. Los actores siempre están a la altura de la mayor arrogancia y, fuera de la fracción casi microbusera cucurumbé, sus cuerpos se deben a una inmisericorde sobreexposición corporal al servicio de un espectáculo superficial y vacuo (por no decir estúpido) pero sumamente divertido del cine de acción: el de las carreras ilegales que han pasado de los autos súper veloces a los cuatro ruedas todo terreno, en una serie de historias taquilleras delirantes y sinsentidos cinematográficos.
Pero qué importa, si engrosan la taquilla mundial con los que ni todas las películas de festivales importantes de cine como el de Cannes con lo que apunta, hasta ahora, con la más impresionante decalogía… hasta que la gasolina —y el disparate visual— aguante. En el comienzo, el principal chofer Vin Diesel (Dominic Toretto), es perseguido por un oficial de policía y agente del FBI: Paul Walker (Brian O’conner, que llegó vivo, literalmente, hasta la séptima entrega, pero que como el resto se hinchó de dólares ilegales, con los cuales se compró el Porsche en que se mató en el 2013). Otro ex polizonte: Luke Hobbs (Dwayne Johnson, La Roca), se une al equipo de conductores para ganarse un dinerote extra porque no va a dejar así porque sí su chamba en Inteligencia y en las luchas gringas.
Los demás pilotos kamikazes de la saga (con algunas hembras de volante tomar y amas de casa), incluyendo sus jefes cabecillas, quieren vivir, según la mística de la saga, dentro de la ley con todo lo que han podido agenciarse de los “villanos”. Pero uno de los problemas es que en la seis se escabechan a un tal Han Shaw (que resulta ser hermano de otro tal: Deckard Shaw, Jason Statham). Las consecuencias de esa muerte, van a hacer parir chayotes a todo el equipo de Vin Diesel pero principalmente a él y a La Roca, a quien le pone en la siete una madriza de antología que lo manda directamente a la muerte en una caída libre luego de una explosión pero, como La Roca es inmortal, sólo va a dar al hospital con algunos rasguños.
Hay más bonus: a Diesel le vuelan su casa, por poco matan a la mojigata esposa de Brian, Mía, aparte de que el culpable, Statham tiene puños y malas mañas para Vin Diesel, La Roca, y quien se le ponga enfrente por lo que, hasta la siete, es lo más refrescante que le ha pasado a la saga, aunque parece que terminará su día encerrado en una súper prisión. O sea que: la familia de Dwayne Johnson puede peligrar, como la de Disel.
Pero qué más da si adictivamente suman cada día más fanáticos por el mundo y a la franquicia no se le acaba la gasolina, ni la inventiva para las secuencias de acción que ni las películas del 007 o Misión Imposible. Los Rápidos y Furiosos están filmados con apabullantes efectos especiales que van más allá de cortar el aliento en cualquier taller de reparación de carros sucio y aceitoso. Los 143 millones limpios (sin contar con los millones de ediciones lanzadas por los del par de tibias cruzadas por la calavera), son dinero que no se roba ni Javier Duarte, ni el nuevo PRI de “Clavillazo” Ochoa en, digamos, seis meses. Pura y absoluta diversión con adrenalina al máximo.
Y todavía quedan tres.
pepenavar60@gmail.com