La semana pasada dejó en claro que México se ha equivocado al orbitar alrededor de las decisiones que emanan de Estados Unidos. La primera muestra surgió con el resultado de la elección presidencial.

Contrario a lo que el aparato mediático había vaticinado, el vencedor de la contienda fue Donald Trump, quien utilizó una estrategia de ataque a la relación económica y migratoria establecida entre ambas naciones.

El cuestionamiento al TLCAN, su propuesta de construir un muro para contener el flujo de indocumentados y utilizar los problemas de seguridad que existen en México fueron parte clave para atraer el voto de algunos sectores de la población norteamericana inconformes con su estado de bienestar actual.

Lo anterior se conjuntó con la mala situación que prevalece en el mercado laboral y productivo de Estados Unidos, la caída de su industria cobró una factura en Michigan y Pensilvania. Representa el costo de la desindustrialización provocada por una globalización que llevó los empleos e inversiones a otros países.

No debió ser sorpresa, en el año 2000, durante una reunión de bancos centrales en Estados Unidos, se comentó la posibilidad de que los trabajadores afectados pudieran detener la globalización; sin embargo, se desdeñó la posibilidad de que obtuvieran el poder político suficiente para hacerlo.

Lo impensable ocurrió, tal y como sucedió en Gran Bretaña. Lo paradójico es que fue a través de los demócratas o alguien de izquierda.

Algo similar sucede con el TPP, Trump indicó que no lo aprobaría. Al ganar la elección provocó que el presidente Obama decidiera cancelar el cabildeo a favor de su aprobación. Con ello deja en el limbo un acuerdo comercial que buscaba favorecer a las grandes empresas trasnacionales y aquellos que quieren utilizar la plataforma industrial asiática para entrar al mercado de América del Norte. En México hay quien piensa que se debería aprobar aun sin Estados Unidos. ¿Para qué?, ¿Cuál es el interés real?

La inocencia cobra una factura. Estados Unidos tiene intereses no amistades. Ellos mismos lo han dicho. El problema de México es que gran parte de su agenda depende de lo que ocurra con el TLCAN, el TPP y la migración. Apostaron todo al exterior y poco a lo nacional. Hoy, después de 30 años, les han cambiado la directriz, los puntos de referencia son otros.

Al fallar en la construcción de un sólido sistema productivo nacional, y un mercado interno fuerte, se negó la vía del desarrollo económico basado en las capacidades propias. Durante los últimos 30 años la esperanza y los mecanismos de fomento a la inversión han favorecido a la parte extranjera, dejando la nacional a su suerte.

La volatilidad e incertidumbre por el resultado electoral dan otra muestra de la dependencia. No se tiene capacidad de incidir en los golpes que recibió el peso durante la última semana. En realidad las autoridades económicas deberán ver qué ocurre en los mercados financieros internacionales y con las decisiones de Trump para actuar, no hay una propuesta interna que tenga mayor independencia. Es el saldo de haber apostado todo a una relación de dependencia con Estados Unidos y no a una integración productiva.

La tercera señal se dio en la aprobación del presupuesto. Con un marco macroeconómico totalmente distinto a lo contemplado en la Ley de Ingresos de 2017 y con los cambios por venir antes comentados, los diputados decidieron aprobar un gasto público que no corresponde con los desafíos por enfrentar. Totalmente inercial y con recortes a la inversión productiva, el presupuesto federal seguirá adoleciendo de la falta de efectividad y bajo contenido nacional que le ha caracterizado en los últimos 20 años.

En un momento que requiere retomar un programa de desarrollo nacional hay quien piensa que primero se debe defender el TLCAN y recortar más el gasto de gobierno.

El TLCAN será amparado por las empresas norteamericanas en su propio congreso, México deberá salvaguardarlo pero su prioridad debe ser reconstruir el sistema productivo nacional. La austeridad presupuestal no conduce a mucho sí no se garantiza la eficacia del gasto público ejercido, normalmente se afecta la parte más productiva. Se debe actuar con cuidado, los paradigmas han cambiado.

Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico

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