A decir de varios especialistas, no había motivos económicos para explicar la renuncia-remoción de Luis Videgaray a la Secretaría de Hacienda. Se debió esencialmente a motivos políticos, derivados de su propuesta al presidente Peña Nieto de invitar al impopular Donald Trump.

Se trata del hombre de mayor influencia y cercanía a la Presidencia en este gobierno, al cual muchos consideraban el vicepresidente (Vicegaray, le decían algunos con sorna). Quizá justamente por ello el Presidente desoyó otras voces dentro de su gabinete respecto a la conveniencia o no de entrevistarse con Trump en México. Se puede decir que con esta renuncia el gobierno reconoce implícitamente que sí se cometió un grave error con la visita de Trump, o al menos con su improvisada y descuidada ejecución. De lo contrario, no tendría por qué haberse removido a Videgaray (o éste presentar su renuncia para así asumir la responsabilidad del descalabro de la semana pasada).

Al defender la presencia de Trump, Videgaray minimizó la importancia de sus efectos políticos dentro del país, señalando que era mucho más importante la reacción de los mercados en caso de un triunfo republicano que la caída de popularidad presidencial en las encuestas.

Olvidó que la popularidad y el respaldo al Presidente son un elemento clave de gobernabilidad. Pero justo ese tipo de consideraciones (así como las diplomáticas) fue lo que Videgaray despreció al aconsejar la visita de Trump. Una visión típicamente tecnocrática, en la que sólo abordó uno de los ángulos de dicha visita, el económico, sin valorar los otros dos aspectos; el político interno, y el diplomático (respecto del equipo de Hillary Clinton). La visión tecnocrática suele despreciar esos elementos, dando exclusiva importancia a los efectos económicos. Justo por eso, Peña Nieto debió consultar y tomar en cuenta el punto de vista político y diplomático de otros miembros de su gabinete.

Al dejar todo en manos de Videgaray, surgió justo el efecto negativo en materia política y diplomática que él seguramente no contempló o minimizó. Con ello, Videgaray se puso la soga al cuello. Con ese fantasma a cuestas, era difícil que pudiera negociar el presupuesto del año que viene en el Congreso, donde recibiría todo tipo de reclamos y descalificaciones por su grave error diplomático.

Algunos analistas habían dado por descontado que Videgaray no sería el candidato del PRI a la Presidencia, por más que hubiera aparecido en esa baraja desde el inicio del gobierno; su reforma fiscal molestó sobremanera a la clase empresarial (que ayer se congratuló con su salida), y dentro del PRI podría generar divisiones precisamente por su perfil tecnocrático y su comentada soberbia entre los propios priístas. Quizá él mismo lo sabía y, como algunos piensan, se había descartado a sí mismo. Ahora, tras el descalabro por la costosa presencia de Trump en México, sale definitivamente del radar sucesorio. La renuncia-remoción de Videgaray no compensará el costo generado por el desaguisado de haber invitado a Trump, pero probablemente reducirá el enojo popular en alguna medida. Mucho mejor, en todo caso, que haber dejado las cosas como estaban bajo el argumento —inaceptable para la gran mayoría— de que la visita de Trump fue todo un éxito y que México salió ganando con ella.

Profesor del CIDE

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