En memoria de Maricarmen Taibo y su maternal generosidad luminosa
La captura de Javier Duarte en Guatemala no es el fin de nada, si acaso una raya más de latrocinio, corrupción e impunidad en la piel del viejo tigre enfermo.
María Amparo Casar, presidenta de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), asegura que la detención de Duarte pone en evidencia que “son grandes las redes de corrupción para el desvío de recursos públicos y que hay una parte del poder político del país vinculada con el crimen (…) que son 11 ex gobernadores con cuentas pendientes ante la justicia por lavado de dinero, delincuencia organizada, operaciones con recursos de procedencia ilícita, defraudación fiscal, enriquecimiento ilícito, peculado, desvío de recursos, venta ilegal de terrenos del patrimonio estatal, delitos electorales, encubrimiento, abuso de autoridad y tráfico de influencias”.
De hecho, en la última década, al menos 17 gobernadores están prófugos, encarcelados o son investigados. ¿Será que algunos tienen como destino convertirse en los presos de mañana?
Por lo pronto, la caída de Javier Duarte, uno de los gobernadores más corruptos en la historia de México, cierra uno de los mayores escándalos de impunidad política en la era Peña Nieto. Podría ser el principio del final de una novela de horror que inició con las denuncias de malos manejos en Veracruz, precipitó la derrota del PRI en las elecciones del año pasado… y la huida de quien durante seis años gozó la indiferencia institucional hacia sus pillerías.
La decisión del gobierno federal de solicitar la extradición, cancelando la posibilidad de deportar a Duarte, es fundamental. Mañana será la primera audiencia judicial. La PGR tiene dos meses para armar un expediente gordo-contundente que a la fecha parece endeble para aplicar un castigo ejemplar.
Desde el 14 de octubre del año pasado, el ex mandatario veracruzano enfrenta acusaciones por su probable responsabilidad en la comisión de los delitos de delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita, por 223 millones de pesos, morralla comparada con la fortuna de varios miles de millones desviados por la administración duartista, según señalamientos y auditorías.
No bastará ver enjaulado a quien hasta el sábado era el más buscado. En primerísimo lugar falta precisar el monto del desfalco total, fijar la reparación del daño, operar la devolución del dinero mal habido, explicar el destino de los recursos públicos malversados… y el incumplimiento del deber.
Debemos saber quién participó en la red de corrupción, cuánto dinero fue a parar a las cuentas de los funcionarios sin llenadera, y cuánto fue canalizado a la operación y financiamiento de campañas políticas, incluida la pasada elección presidencial.
El pavoroso caso Duarte es oportunidad y prueba de fuego para las autoridades federales. Oportunidad de ir a fondo en el combate a la corrupción y mostrar la voluntad de un sistema que está obligado a barrer las escaleras de arriba para abajo, no solo en vísperas electorales.
EL MONJE PREGUNTÓN: ¿De qué se reía Javier Duarte al momento de su captura? ¿Se reía porque sabía que su entrega total era cuestión de tiempo? ¿Se reía porque a partir del sábado sin gloria (para él) dejaría de andar a salto y salto, de mata en mata? ¿Fue sonrisa nerviosa al imaginarse enrejado en un cuchitril por más dinero que haya robado? La sonrisa enigmática de Javidú es misterio y ofensa; acertijo y escupitajo. A Duarte lo atraparon por ratero, no por menso. Quizá ríe pensando que aún con varios años a la sombra, todo lo que venga después será ganancia; una vida de ensueño, sin miserias, no como las de la mayoría de los intrigados en averiguar el enigma de su sonrisa. A la tragicomedia de Javier Duarte le faltan todavía muchos capítulos y muchas caravanas con sombrero ajeno, ¿como las del góber Miguel Ángel Yunes? Por lo pronto, merecemos saber si la captura que transpira indignación tiene o no tufo electorero.
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