No hace falta esperar el resultado para prever el saldo de las elecciones del próximo domingo en el Estado de México (gobernador), bastión del PRI durante 88 años); Coahuila y Nayarit (gobernador, diputados y alcaldes), y Veracruz (presidencias municipales).
Lo visto en las últimas semanas es el prólogo de un largo proceso que tendrá su epílogo en la lucha por la Presidencia de la República.
Sin restar importancia a Nayarit —donde voces apuntan al panista Antonio Echevarría sobre el priísta Humberto Cota—, ni a Coahuila, —donde una encuesta de EL UNIVERSAL le da ventaja a Miguel Riquelme, del PRI, sobre Guillermo Anaya, del PAN, para sepultar la docena trágica de los Moreira—, la batalla crucial es por el Estado de México.
Un triunfo de Morena en la tierra de Peña Nieto pondría a Andrés Manuel López Obrador en los cuernos de la luna; demostraría que el tabasqueño es inmune a los ataques de la “mafia del poder”. Para el PRI perder no es opción; sería la debacle. Si el PAN no sale bien librado, se juega la posibilidad de ya no cabalgar por la Presidencia de la República como llanero solitario, sino forzado a aliarse a muy altos costos. Si el PRD acaba por encima del PAN habrá resucitado de la mano de Juan Zepeda; venderá caro su amor aventurero.
La violencia verbal, la guerra de acusaciones y el lodo salpican a todos. Los electores han sido testigos y víctimas de una batalla no para conocer las mejores propuestas, sino para reafirmar quiénes son los peores.
En el Estado de México viene un terremoto de miedo.
Mañana miércoles, al sonar la campana que pondrá fin a las campañas no quedará más que esperar la verdadera encuesta expresada en la decisión ciudadana y el pleito postelectoral en la serie contiendas que seguramente irán a dar a tribunales. Ese sería el escenario menos malo; el peor, la violencia que podría derivar del choque de estructuras y fanatismos.
Como pintan las cosas, el panorama plantea un reto mayúsculo para la legitimidad del sistema y la gobernabilidad del país.
Las artimañas priístas para mantener el poder no van a poder con el estigma de la corrupción; chocarán con la intransigencia de Morena y su líder inmune que promete imponer honestidad y eficacia. La derecha buscará aprovechar la desazón, el hartazgo y el miedo para regresar a Los Pinos; ¿olvidan que la gente sí los recuerda?
Hasta ahora pocos quieren darse cuenta del tamaño de la bomba de tiempo que está activada. La evidente confrontación entre candidatos y partidos vislumbra imposible un acuerdo nacional para gobernar con mayorías sólidas y el respeto de quienes resulten vencidos.
Los resultados del próximo domingo, más allá de ganadores y perdedores se sentarán sobre las arenas movedizas del agravio; heridas peligrosas de lenta cicatrización.
El próximo domingo ganará la codicia; habrá quien celebre el triunfo con un saldo indeseable de ofensas.
Quien venza la elección, quizá logre una ilusión, pero no el respeto ni el respaldo de sus rivales y peor aún, de los ciudadanos hartos de tanta “marranada”; le democracia tendrá que esperar.
A cinco días de la jornada electoral, por lo pronto va ganando el encono.
EL MONJE INCÓMODO: Uno de los valores de la democracia es la pluralidad, sin necesidad de descalificar, y menos agredir a quienes hacen su trabajo de informar con un solo compromiso: dejar escuchar todas las voces. Andrés, mejor para de sufrir; serénate despacito… a nadie conviene la intolerancia; ya tienes colmillo para saber quién sí y quién no es un verdadero sicario calumniador y provocador. No te pases de “lagarto”. Con todo respeto, como tu sueles decir, te recomiendo leer Contra el fanatismo, (autor: Amos Oz; Editorial Siruela); libro chico para gente grande; ignoro si te quedará guango.
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