Mientras Ricardo Anaya guardó silencio, Alejandra Barrales se hizo bolas al tratar de matizar un mensaje que, por lo menos en primera instancia, no dejó lugar a dudas. El “Frente Amplio de Oposición” planteado por la perredista y su homólogo panista para ir juntitos como tamalitos en la elección federal de 2018, sólo puede entenderse de una manera.
Es absurdo pensar en construir una alternativa opositora sin plantearse transitar primero por el camino electoral. Panistas y perredistas saben que en un pleito polarizado como el de la gran batalla por venir, cualquier alianza puede hacer la diferencia, incluso aquellas que por mucho que se consideren antinaturales, han dado razones de mucho peso, y de muchos pesos, en elecciones estatales desde 2010.
La eventual unión PAN-PRD para enfrentar lo que viene no puede sustentarse solamente en la idea de sacar al PRI de Los Pinos, de hecho, el enemigo común de ambos no es el partido tricolor sino Andrés Manuel López Obrador y la Morena que lo acompaña. Para el PAN es abanderar desde ahora la lucha contra el populismo. Para la cúpula del PRD, se trata de evitar a toda costa que la fuerza mayoritaria de izquierda se haga con el poder y condene a la extinción lo poco que queda del partido color amarillo huevo.
Pero un matrimonio de conveniencia conlleva múltiples obstáculos y condiciones. Para empezar, el descontento de las propias militancias; algunos miembros de las tribus perredistas ponen el grito en el cielo y advierten que la propuesta de Barrales en realidad es una ocurrencia auspiciada por Miguel Ángel Mancera. No ven serio el planteamiento de la presidenta perredista que será removida apenas concluyan los comicios del 4 de junio.
Más allá de lo inmediato, un pacto de tal envergadura tendría que garantizar un acuerdo sobre el perfil del candidato. Se ve difícil que Ricardo Anaya renuncie a sus aspiraciones, que Margarita Zavala apoye a un abanderado emanado de la izquierda, que Rafael Moreno Valle acepte el sacrificio, o que las huestes de la revolución democrática respalden a un candidato conservador.
El sueño guajiro podría tener una salida si la unión se decanta por un candidato independiente. Aglutinar a los ciudadanos sin partido sería una alternativa que podría superar la ley física que no impide la mezcla del agua y el aceite (el choque ideológico), sin embargo, sumar a una figura alternativa, terminaría por golpear la autonomía de cualquier aspirante antisistema.
El “Frente Amplio de Oposición” como tal no parece viable y sí una opción desesperada ante el crecimiento del peor de todos los nerviosismos y los miedos, es decir, el empoderamiento total del Mesías Tropical.
Mientras, léase que las casualidades no existen y menos a dos semanas de las elecciones para gobernador en el Estado de México, donde al PAN y al PRD no les alcanzarán los votos para ganar la contienda por el poder en la entidad más suculenta del banquete político. La iniciativa de Barrales y Anaya suena a sal de uvas para mitigar las molestias de la indigestión que provocará el eventual triunfo de Del Mazo o Delfina, para quienes la derrota no es opción.
No se explica entonces por qué los liderazgos perre-panistas no se maridaron desde el principio de la contienda mexiquense ante lo que sólo un ciego no veía venir. El cálculo era muy simple: PAN y PRD, juntos, suman más votos que Morena, a menos que ambos hayan acordado ir cada cual por su lado para hacerle el juego al PRI a fin de dividir el voto opositor.
EL MONJE INFORMADOR: Se empantana la elección para gobernador en el Estado de México. Bajo cuerda corre la versión de que ninguno de los principales partidos contendientes a la gubernatura reconocerá un resultado que no le favorezca el próximo 4 de junio. ¿Por eso se han desatado las profecías de terror y violencia postelectoral, donde quien no gane, arrebatará? Mala noticia para la democracia mexicana cuyo modelo electoral estará en riesgo mientras el sistema político se resista a la segunda vuelta que garantice legitimidad, y por supuesto gobernabilidad.
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