El ex presidente Felipe Calderón se muestra iracundo con el líder nacional del PAN, Ricardo Anaya, porque su gestión no propicia condiciones de equidad, piso parejo y unidad en el partido de la gente “decente”, sino todo lo contrario.
El verdadero mal humor calderonista no solo se refleja en la posibilidad de que su peor enemigo, Andrés Manuel López Obrador, gane la Presidencia de la República. No. Esa es apenas una de las causas de sus múltiples agruras.
Lo que realmente enciende la mecha corta del temperamental Felipe ha sido la actitud del chico Anaya en la primera sesión del Consejo Nacional panista, quien según el ex presidente se resiste a crear una comisión que supervise el manejo de los dineros asignados a los comités locales y ha pedido un crédito de 100 millones de pesos para reforzar las campañas panistas en el Estado de México, Coahuila y Nayarit; sume el altercado con Juan José Rodríguez Prats, quien criticó las aspiraciones de Margarita Zavala para postularse como candidata a la Presidencia de la República.
Calderón no soporta la apropiación del blanquiazul a manos de Anaya y su banda, quienes han mostrado talante maquiavélico para manejar todos los hilos y garantizar que la estructura partidaria opere en función de sus ambiciones personales.
En apasionada escaramuza, Felipe exige a Ricardo dejar de ser juez y parte, terminar con la manipulación de la propaganda panista convertida en maquinaria de difusión personal. Exige al queretano ser justo, no solo con los candidatos que compiten en las elecciones del 4 de junio, sino sobre todo con quienes aspiran a la nominación panista a la Presidencia, como su esposa o el poblano Rafael Moreno Valle.
Calderón sabe que su demanda es un sueño imposible; que Anaya no dará su brazo a torcer y que los tiempos de difusión del partido, en este momento no pueden ponerse a disposición de los suspirantes.
El malestar es tal que Felipe amaga con renunciar al PAN, el partido que lo vio nacer, crecer y reproducirse, y donde él y los suyos cada vez tienen menos espacio.
—¿Calderón teme que pretendan expulsarlo del PAN por andar de “hijo desobediente” y revoltoso?
La amenaza también suena imposible. El ex presidente no cabe en algún otro partido político y su imagen quién sabe qué tanto sirva de apoyo a una opción ciudadana independiente.
Lo que Calderón sí puede provocar es una fractura importante al interior del partido azul.
El michoacano mantiene la fidelidad y el control de un tercio de la militancia panista, fracción que podría engordar si logra el respaldo de Moreno Valle, lo cual se mira como una misión imposible.
Si va en serio, la salida de Calderón podría derivar en un acomodo impredecible de fuerzas. Nada garantiza que quienes hoy se asumen como sus seguidores puedan acompañarlo en una maniobra de futuro incierto.
Una eventual sangría panista podría dejar sin posibilidades a quien hoy se siente seguro como líder y eventual abanderado blanquiazul en 2018.
Como están las cosas, con todo y el rosario de triunfos conseguido el año pasado, Ricardo Anaya no puede darse el lujo de perder un solo apoyo. Al Cerillo, como le apodan sus malquerientes, más le vale pensar en una operación cicatriz, por cierto, nada sencillita. Si no lo hace, sus aspiraciones para “la grande” se verán comprometidas por falta de apoyo; si accede, podría no llegar a colmar sus sueños guajiros.
EL MONJE MARAVILLA: Anaya se hace de la vista gorda, jura y perjura que el gran peligro para México es López Obrador. Si al partido azul le va bien el 4 de junio, aumentará de peso; si no la libra, el enemigo flaco será él.
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