Miente quien diga que al morir Juan Gabriel nace su leyenda. El Divo de Juárez lo era desde mucho antes, y tanto que desde el domingo hay sincero luto popular por su repentina ausencia, de la que hablan todos; nuestros paisanos que han acudido con velas y flores al Paseo de la Fama en Hollywood; fieles peregrinos de la Plaza de Garibaldi; célebres intérpretes sin fronteras; Enrique Peña Nieto… y hasta Barack Obama.

Y no es para menos…

La genialidad apasionada de Juanga lo convirtió en vocero sentimental del amor a la mexicana; más moderno que Agustín Lara o más cercano que Armando Manzanero; casi tan sensible como Cuco Sánchez o José Alfredo Jiménez, autores-trovadores de la nostalgia etílica.

Nadie como Juan Gabriel para remendar corazones rotos, calmar almas heridas por fracasos y tristezas… para exorbitar la alegría; telón de fondo de cimas y simas, remedio infalible para exorcizar demonios.

Pocos, muy pocos artistas han sabido tocar teclas tan sensibles.

No fue fácil para Alberto Aguilera superar el escarnio en tierra hostil sembrada de prejuicios salvajes, de machismo exacerbado… él sabía de esas tristezas.

Juan Gabriel era la encarnación del misterio entre lo público y lo privado, pero sobre todo, por la manera de romper las barreras de la burla para convertirse en sutil trasgresor en un país moralista y homofóbico; ídolo incombustible… todo se le perdonaba.

Poeta popular de versos fáciles, puso rima y melodía al sentimentalismo sin barreras; compositor compulsivo, traductor de amores eternos y fugaces, permitidos y prohibidos; inolvidables himnos de la sinceridad incomprendida. Guía de emociones intensas en la oscuridad romántica, lo mismo para ricos y pobres, mujeres y hombres de pelo en pecho, viejos y jóvenes; en absoluta confusión, todos lo adoraban.

Nadie seducía multitudes como él lo hacía; era un fenómeno; hipnotizaba a devotos y escépticos renuentes.

En su tiempo decía Carlos Monsiváis que a Juan Gabriel todo le había sido difícil, menos el éxito.

A estas horas todos se arrebatan al gran muerto; el gobierno abre de nuevo las puertas del Palacio de Bellas Artes para el póstumo homenaje, como hace 26 años, en aquel inolvidable concierto; Ciudad Juárez, heroica frontera que tanto debe a la memoria del artista, pide mano; Parácuaro, Michoacán, su cuna, reclama los restos.

Pero qué necesidad, para qué tanto problema, mejor que toque el mariachi al que Juanga hizo sonar como antes muy pocos lo habían logrado.

EL MONJE ENLUTADO: Lo que se ve no se juzga. Si el país estaba de mal humor, ahora también está muy triste por la muerte del artista generoso y memorable, más allá del bien y del mal; único e irrepetible; eterno e inolvidable.

@JoseCardenas1

josecardenas@mac.com

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